Hace un par de semanas estuve en La Habana, Cuba, en un viaje turístico, de una semana, con el que he armado una alharaca considerable en Facebook. Toda la bulla es porque hace mucho que no visitaba Cuba y un viaje a Cuba, desde Estados Unidos, es como un viaje a Las Termópilas.
He decidido compartir mis notas del viaje, que tienen tres partes, una, sobre los detalles de la organización, con apreciaciones generales sobre el grupo de viajeros; otra, sobre el tipo de cristales que llevo en los ojos para ver a Cuba -desde RD y desde USA- y una tercera sobre lo que lo vi con esos ojos, con sus cristales de por medio -y no pocos mojitos adulterando el panorama- sin obviar, que una breve visita turística, no agota ningún tema y tampoco permite decir nada definitivo sobre él.
Estaba en Santiago, en la República Dominicana, cuando mi marido me llamó desde Estados Unidos, para decirme que la compañía Krasdale, con base en Nueva York, estaba organizado un viaje a Cuba, con licencia del Departamento del Tesoro de Los Estados Unidos y dentro de un programa de intercambio cultural y educativo llamado Cal-Cuba Art Proyect. El entusiasmo fue efervescente.
Ambos habíamos estado en Cuba décadas atrás, antes de emigrar a Estados Unidos y hacernos ciudadanos norteamericanos y los dos anhelábamos volver, aunque nunca encontrábamos tiempo para emburujarnos en los fastidiosos trámites de solicitar permisos especiales y joder con burrocracias. Tengo entendido que los últimos dos gringos que no tuvieron que explicarle al gobierno de USA a qué iban a Cuba, fueron Lucky Luciano y Meyer Lansky.
Nuestros intereses culturales, históricos, artísticos, e inquietudes hasta medioambientales, se ajustan, perfectamente, a lo que las leyes estadounidenses -después de muchos afanes y muchas negociaciones y muchos “tirijalas”- han terminado por considerar como razones justificadas para viajar a Cuba, pero tener que escribirle a cualquier gobierno para explicarlo, a mi no me anima mucho. Y al Darling tampoco.
En fin, como de los trámites se encargarían otros, nos apuntamos al viaje con la excitación y la algarabía de dos niños que se embarcan en una aventura a lo Julio Verne, con sus matices de epopeyas de Lara Croft y de Los cazadores del arca perdida.
El 5 de febrero yo viajaría de Santiago a Miami y mi marido de Newark a Miami, pasaríamos una noche en el Marriott Hotel del aeropuerto de esa ciudad y al día siguiente partiríamos a La Habana.
El 5 de febrero, muchos aeropuertos en la costa Este de Estados Unidos, incluyendo de John F. Kennedy, tenían vuelos suspendidos y retrasados, pero el del Darling no fue de los afectados. Todo transcurrió como lo planeado.
La estadía en Miami, aunque yo llegué moribunda del cansancio y básicamente me limité a dormir, fue excelente, con cubanos simpatiquísimos en el hotel y maravillosas comidas cubanas servidas en la habitación o en los restaurantes del establecimiento.
¿Quién organizó el viaje? Krasdale.
Krasdale, fundada en 1908 y establecida con sus características actuales en 1972 es una de las principales empresas independientes que suplen mercancías a pequeños y medianos supermercados en varios estados. Es la concesionaria de nombres como “Bravo” y “C-Town Supermarkets”, de mucha presencia en el área metropolitana de Nueva York, aunque se ha expandido hacia otras zonas.
A través de sus almacenes, ubicados en el Bronx, NY, se expenden más de 7 mil artículos, principalmente alimenticios y para la limpieza de las casas, especializándose en productos de los llamados “étnicos”, destinados a sectores de orígenes nacionales tan diversos, como los que frecuentemente se encuentran en un vagón del Subway neoyorquino, donde suelen converger gente de los cinco continentes, sin contar a los numerosos extraterrestres oriundos de todas las galaxias, que habitualmente se encuentran allí.
Krasdale es el ancla de un tipo de supermercados donde, no solo por la diversidad de lo que suple la casa matriz, sino por las planificaciones que esta proporciona y por sus plataformas de relaciones y las clientelas a las que está dirigido; se pueden encontrar lo mismo almojábanas colombianas, que café Yaucono de Puerto Rico o café Santo Domingo, de RD; dulce de leche argentino -o de Bonao, de RD- couscous de Marruecos o huitlacoche mexicano, entre otros miles y miles de productos característicos de las gastronomías más diversas, en particular, de las latinoamericanas, y caribeñas, con especial hincapié en lo puertorriqueño, dominicano, cubano, mexicano y además en lo afro-americano.
También es una muy exitosa empresa asesora y gestora de relaciones y servicios entre los comerciantes y las industrias e intermediarios o el gobierno, lo cual facilita mucho el establecimiento de los negocios, porque es como contar con un facilitador que lo sabe todo.
Krasdale es la casa matriz favorita de muchos dominicanos, dueños de supermercados en Nueva York y otros estados, porque puede definir estrategias para satisfacer demandas y necesidades de la clientela que acude a sus negocios y que con frecuencia son muy variadas y complejas, dada la multiplicidad de países de origen o de sus raíces ancestrales de los mismos.
Cada año, Krasdale organiza, para sus asociados una fiesta de gala, que se lleva a cabo dentro de los Estados Unidos y también organiza un viaje, a alguna parte del mundo, para adquirir conocimientos directos de la sociedad y la cultura del lugar visitado, con tiempo destinado a ver el manejo y los productos que expenden los supermercados en esos lugares y sus mecanismos de comercialización o técnicas para el manejo de distintos productos y, además, como una forma de descanso y recreación para los participantes.
Los costos no son exactamente bajos, sino que están mas o menos a tono con las expectativas de unos grupos con poder adquisitivo y en los que la mayoría tiene entre sus prioridades el alojamiento en lugares verdaderamente confortables -y hasta preferiblemente lujosos-, de esos que no suelen tener nada de malo y donde los inconvenientes accesorios de estar vivos, parecen muy proclives a disolverse en el aire.
Entre los participantes hay muchos domínico-americanos, dueños de supermercados, oriundos del Cibao, en República Dominicana, primordialmente, de la zona de la Cordillera Central y en particular, de áreas como Los Ranchos, Sabana Iglesias, Jánico y San Jose de las Matas. Incluso hay varias docenas entre los que son muy comunes algunos apellidos repetidos, como Díaz, Corona y otros.
Ellos conforman uno de los núcleos empresariales dominicanos más exitosos en Estados Unidos. Son lo que los estadounidenses llaman “self made man” , caracterizados por la disposición a trabajar 800 mil horas al día, con una disciplina, una persistencia y una osadía, propias de quienes se han esforzado denodadamente no solo en ese “sueño americano” de la prosperidad económica, sino que muchos, incluso cuando no tienen relaciones especialmente cercanas con sus lugares de origen, buscan la forma de compartir algunos de sus recursos -y de gestionar que otros también lo hagan- con las comunidades de las que provienen ellos o sus padres.
Suelen ser personas típicamente cibaeñas en la calidez y afabilidad de sus modales, de mentalidades muy conservadoras y arraigadas devociones religiosas y entre cuyas heredades culturales se encuentran unas notables destrezas para el comercio.
En muchos casos, sus abuelos y bisabuelos emigraron a Estados Unidos desde la zona de La Sierra, al menos, desde cuando el gobierno de Lilís y en esa época, más de uno viajaba no por ser un desesperado económico, sino todo lo contrario, por tener recursos, tierras, ganado y siembras.
Muchos de los abuelos, padres y tíos-abuelos de los dominicanos dueños de supermercados en Nueva York y otros estados, eran dueños de los almacenes de abarrotes en las montañas dominicanas a finales del siglo IXX y principios del XX y también dominaban el comercio de zonas como la Avenida Valerio, en Santiago y del entorno del Hospedaje Yaque, donde todavía permanecen. De hecho, algunos conservan los colmados de los abuelos, ubicados en remotas comunidades cafetaleras.
Aunque para establecerse como parte del empresariado norteamericano en la industria alimenticia y sobrevivir en medio de barracudas como Wall Mart, ha supuesto desafíos, grandes sacrificios, aprendizajes, desarrollo de habilidades para todos, en realidad, desde que salieron de la República Dominicana tenían ese capital cultural, propio de mucha gente de La Sierra y relacionado con las reconocidas destrezas para los negocios.
Son meticulosos y atildados con sus atuendos. Gustan de las ropas, accesorios y perfumes costosos y elegantes y no hay ninguno al que no se le pueda identificar en cualquier momento por lo menos una prenda de diseñador exclusivo: que si una correa de Hermés, que si unos mocasines de Gucci, que si unos botines de Dolce y Gabbana, que si unas gafas de Cartier, que si una maleta de Louis Vuitton, que si un bolso de Chanel…
Nadie se atreve a llevar a uno de esos viajes una cartera Xoxo o de Kathy Van Zeeland, lo que es muy atinado, en especial con relación a éstas últimas, que son espeluznantes.
El anfitrión formal del viaje fue el joven Mister Krasne, con el look hippie-chic característico de los potentados de su generación y quien desde que hace varios años está al frente de la empresa que se ha mantenido en manos de su familia por más de un siglo. Es simpatiquísimo, de conversación ilustrada, aguda e inteligente y a él le atribuyo haber inclinado la agenda hacia aspectos como el conocimiento de jóvenes artistas plásticos cubanos, el contacto con la música o el ballet, cuyo interés compartía.
Con ellos fue el viaje, que ojalá pueda repetir a la mayor brevedad, porque tanto mi marido como yo lo disfrutamos profundamente.
En la próxima entrega, les explicaré con qué ojos vi a Cuba y luego, qué vieron esos ojos, pertinentemente pertrechados tras sus correspondientes cristales.