Por todas partes hay música en vivo de buena y excelente calidad -se espera que los turistas se canteen con algo o les compren un CD- aunque con un exceso de “guantanameras” que ya debía dejarle paso a nuevos protagonistas, que también existen, pero como parte una cultura underground, que ha terminado por abrirse camino -no exento de sobresaltos- en la cultura cubana alternativa.

Tras una cierta flexibilización de la economía, en el gobierno que preside Raúl Castro, se han multiplicado los pequeños negocios por cuenta propia, los vendedores de bocadillos (entre otros, una especie de gofio), gente haciendo de “estatuas” o de cubano o cubana “típica”.  Se estila darle un dólar en moneda convertible para hacerse una foto con ellos.

También ha florecido la artesanía, a la que el gobierno proporcionó en La Habana una especie de nave industrial bajo techo, enorme, en la que funciona un animadísimo mercado artesanal en el que aparece toda clase de pinturas, esculturas, (de mayor y menor interés artístico), objetos decorativos, collares, aretes, pulseras, carteras, sombreros, ropas y todo lo que es posible -e imposible- crear con semillas, sogas, fibras vegetales, jícaras de coco, hojas de plátanos, cabuya y las anillas que se desechan al destapar cervezas…

Las doñas que leen el futuro en las palmas de las manos por los alrededores de La Catedral de La Habana, ya estaban ahí desde mucho antes.  Si decides que te lean la mano, debes acordar el precio antes de empezar. Yo no solicito lecturas de manos, a menos que esté en ánimos de chercha irremediable, lo cual no ocurre todos los días. Me parece impropio de quien lee libros leerse las manos también. Es demasiado barroco.

Del aeropuerto fuimos a la Plaza de la Revolución, en la que había numerosos grupos de turistas y también de cubanos residentes en Miami y otros lugares del mundo. Estos últimos parecían especialmente interesados en el magnífico monumento a José Martí

La delincuencia común es de menor cuantía en La Habana y Cuba completa y los asaltos callejeros son casi nulos, aunque en ningún sitio sobra algo de precaución y sentido común.

Del aeropuerto de La Habana fuimos directamente a un paseo por la parte vieja de la ciudad. En el trayecto eran visibles algunos síntomas de reactivación económica, al menos con relación a la situación crítica que había a principios de los ’90, cuando tras la caída de la Unión Soviética, Cuba se quedó casi por completo aislada y terriblemente desabastecida.

Entre los síntomas de recuperación, estaban el mayor trasiego de pasajeros que había en el propio aeropuerto, los autobuses, de manufactura china, cómodos, económicos e impecables, que nos recogieron allí y el movimiento en algunos pequeños negocios, el encuentro con camiones y el paso de algunas personas acarreando productos agrícolas en unas bicicletas a las que les han adaptado un cajón trasero, para transportar diversos productos.

Un guía turístico, de nombre Julio César, de ojos verdes y ni un solo cabello en la cabeza, fue relatando lo que estaba a nuestro paso de la historia  de Cuba y de La Habana, con el clásico humor cubano, afilado como la espada de un Samurai.

Me dio la impresión de estar sobre cualificado para su trabajo. Tenía conocimientos de historia, arquitectura, artes, música, gastronomía, aparte de conocer todos los recovecos de la ciudad y las particularidades cotidianas, los acontecimientos, las noticias y los personajes de la vida habanera. Devoto del jazz, iniciado en los misterios de la santería, pero también muy afable y cariñoso con unas monjitas católicas que visitamos.

Que fuera un exponente sobrio de los temas relacionados con la Revolución, resultó un acierto ante los turistas norteamericanos, algunos de los cuales, me parece, creían que iban a encontrarse con un interlocutor que solo podía comunicarse mediante consignas comunistas.

Justamente, otro de los aciertos de la Cuba actual es la refrescante disminución del atosigamiento político-ideológico  (solo equiparable al atosigamiento religioso de los chirriantes carismáticos y de los aún más temibles, pentecostales), con la que años atrás supongo que trataban de hacer una “contra-propaganda imperialista”, sin copiar del imperialismo su mayor éxito: la sutileza con que envuelve a la mayor parte de sus domesticados, completamente incapaces de identificar cuán adocenada es su individualidad, ni dónde están sus grilletes, ni qué tan en serie son sus aspiraciones, ni qué tan cuadriculada es su libertad.

Veinte y tantos años atrás, todos y cada uno de los letreros en las calles de Cuba entera (recorrí en ese tiempo gran parte de ella) eran mensajes políticos y consignas explícitas relacionadas con el socialismo – excepto poco más que por las citas de Martí- y casi el 100 por ciento de la programación televisiva estaba dedicada a presentar y exaltar episodios de la Revolución, como el asalto al Moncada,  el desembarco del Granma, la estadía en Sierra Maestra, la toma de Santa Clara, la epopeya de Bahía de Cochinos, etc., todo lo cual resultaba excelente, cuando se veían los documentales dos o tres veces, o incluso una docena de veces, pero cuando pasaban de las 500 mil veces, supongo que hasta Fidel comenzaba a jartarse. Ahora aparecen algunos letreros que son como un oasis de neutralidad bondadosa tipo: “Haz bien y no mires a quién”.

Del aeropuerto fuimos a la Plaza de la Revolución, en la que había numerosos grupos de turistas y también de cubanos residentes en Miami y otros lugares del mundo. Estos últimos parecían especialmente interesados en el magnífico monumento a José Martí, aunque muchos de los presentes oriundos de otros países, estaban más concentrados en hacerse sus fotos con el fondo de los retratos en alto relieve del Che y de Camilo Cienfuegos, en los edificios de la Plaza.

Gringos y de otras nacionalidades estaban fascinados con los viejos y preciosos carros americanos -alcancé a ver un Fort de 1914- que circulan por toda La Habana, ( el estado prístino de las pinturas y las carrocerías hacen suponer que el gobierno ha desarrollado algún programa para contribuir a preservarlos, como una atractivo turístico, ya que no creo que tanta gente pudiera encontrar por cuenta propia y al mismo tiempo, en Cuba, recursos para desabollar y pintar tan primorosamente, tantos carros) aunque sus dueños se las ingenian con los recursos más insólitos, para mantenerlos rodando y compartiendo las vías públicas con los vehículos rusos Lada y más recientemente con unos vehículos chinos, todos de diseño espantoso, carentes del menor vestigio de inspiración y gracia.

En las calles de La Habana se puede andar con confianza y tranquilidad, pero desde que detectan un cuerpo extraño, (es, decir, un turista) se le acercan algunos para proponer ventas de cigarros y rones en el mercado negro, entre otros cambalaches.

Tampoco son escasas las historias tremebundas sobre la lata de leche que le falta a un niño, lo que suele ser mentira, porque el gobierno suministra con puntualidad, aunque no con esplendidez, la leche que diariamente  estiman necesaria para un niño desde que nace, hasta los 7 años de edad,  con todo y que se insiste en que las madres amamanten a los bebés hasta por lo menos los seis meses, campaña de lactancia materna, en la que, probablemente, se ha registrado el mayor éxito de todo el continente.

Un problema es que como los comestibles -leche incluida- que suministra el gobierno están racionados, con frecuencia, los que tienen una ración de lo que sea, hacen trueques por otros artículos que les son más perentorios, o al menos más deseables. o, mejor aún, a cambio de moneda convertible.

Lo que más escasea en la dieta común cubana son las proteínas. Aunque el pollo está incluido -en una cantidad mínima cada dos meses- en la libreta de racionamiento, cuando aparece, no siempre alcanza para todos y un pollo cuesta alrededor de tres pesos en moneda convertible y un  dólar estadounidense vale 0.80 centavos del peso convertible. La carne de res es demasiado cara, escasa y básicamente está destinada al sector turístico. Los huevos y la carne de cerdo son las dos fuentes de proteínas más comunes y accesibles.

El gobierno ha anunciado una “unificación” de la moneda, porque ahora mismo circula el peso cubano, que tiene muy bajo poder adquisitivo, aunque a los cubanos les sirve mucho para asuntos como comprar viandas y la peso convertible, que sirve para comprar cualquier cosa y que se adquiere a cambio de monedas extranjeras (ninguna de las cuales circula en Cuba).

Los cubanos hacen de tripa corazón y pasan las de Caín para abastecerse de los productos comestibles, calzado, vestimenta, productos de higiene personal y limpieza del hogar. Lo que proporciona el gobierno mediante racionamiento, no satisface el apetito -y tampoco todas las necesidades- de la población.

Sin embargo, con todo y los inconvenientes, que por períodos se vuelven gravísimos  y hasta insoportables, la desabastecida Cuba, según las estadísticas de UNICEF tiene un 0% de desnutrición infantil, la esperanza de vida al nacer es de 79.1 años, ( unos meses más alta que la de EU y seis años más que en RD) y en numerosas áreas de la alimentación, educación y salud, las estadísticas de Cuba, revelan mucho mejores condiciones colectivas y mas progresos reales, que en casi todo el resto de América Latina e incluso que países como Estados Unidos. Me parece que la escasez de productos innecesarios o con procesos nocivos y la obligatoriedad de llevar una vida menos sedentaria por las limitaciones del transporte, ha redundado en un mejor nivel de salud general.

Esos progresos (cuyas estadísticas están disponibles para quienes deseen consultarlas, en las páginas de Unicef, la FAO y el PNUD, dedicadas a esos temas), que han formado parte de los objetivos de la Revolución cubana, también tienen cúspides especiales en el bienestar general de los niños y la emancipación femenina, con todo y que la escritoria Zoé Valdés asegura que la Revolución cubana es una revolución de “machos”.

La violencia doméstica no tiene en Cuba, ni por asomo, los niveles que hay en otros países. Los feminicidios no son comunes, aunque sí persisten, según algunas especialistas, actitudes machistas y violencia sicológica. En Cuba hay educación sexual, programas para evitar embarazos, derecho al aborto y garantía de atención prenatal, natal y post-natal para las madres y sus bebés.

El pueblo cubano ha sufrido lo indecible y vive cruzando el “Niágara en bicicleta” -con una bicicleta de ruedas cuadradas- primero, porque el bloqueo de los Estados Unidos, que es criminal e irracional y una expresión de soberbia imperial estúpida, ha dificultado por décadas la adquisición de toda clase de artículos y tecnologías no solo de los que produce Estados Unidos, sino de los que se producen en cualquier sitio del planeta con capital norteamericano y, segundo, porque también el gobierno cubano, por mucho tiempo estuvo -y se mantiene, aunque con menos rigidez- aportado lo suyo para ponerle dificultades, a veces extremadas y absurdas- a la gente, para la adquisición por cuenta propia de cualquier pendejada.

Lo sé de primera mano, porque cuando visité Cuba, en el “período especial”, en el que se dificultaba conseguir un botón, un amigo medio hippie, cubanófilo, fidelófilo, guevarófilo, de esos ante los que no se puede decir ni que en Cuba hace calor, envió conmigo de regalo para una escuela o un club, un viejísimo radio de esos que se usan  en desastres o accidentes, cuando no hay comunicación telefónica.

No quieran imaginar lo que fue entrar a Cuba ese radito, que parecía una araña despeluñá, de tan viejo, y con una tecnología que debía estar obsoleta desde la Primera Guerra Mundial.

Lo examinaron como si creyeran que aquello podía ser una ojiva nuclear y hubo que llenar docenas de formularios, como con 200 copias cada uno y, además, dejar el radio en la aduana, para que alguien debidamente identificado como representante de la escuela o club, pasara a retirar el sospechoso artefacto.

Hay que reconocer que uno de los aportes de los regímenes socialistas fue la creación de algunos de los sistemas burocráticos más enrevesados, lentos e irritantes que han existido en el mundo. En ese viaje de principios de los ’90 tuve que pasar por unas oficinas de Cubanacán o de Cubana de Aviación a cambiar la fecha de un vuelo -que sería en un inolvidable avión ruso llamado “Don Pancho” que no tenía un solo tornillo ajustado- y aquello fue como armar una expedición para Marte.

Pero la situación ha cambiado y la regularización de las relaciones intrafamiliares  entre quienes viven en Cuba y quienes han salido -incluyendo los aportes económicos que eso ha implicado- y supongo que también el estrechamiento de relaciones con Venezuela y otros países del área, así como la mayor apertura impulsada por el gobierno, le han dado un respiro a la población. Y se nota.

No, no he terminado de hablar de Cuba. Definitivamente lo haré la próxima semana.