Los temas no son nuevos, pero adoptan nuevas formas ante el impacto de acontecimientos y noticias. El bipartidismo que había funcionado en la práctica en República Dominicana después de la salida del escenario del Presidente Balaguer parece destinado a ir desapareciendo, o quizás no. Ni siquiera conclusiones preliminares son posibles y no espero en este caso la repetición de aquello que pudiera quizás resumirse como “del pluripartidismo al partido único”.

En España sucede algo que es relativamente comparable a situaciones antillanas. En la era del globalismo y la Unión Europea, el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) han competido por la Presidencia del Gobierno. Empero, por evocar una canción popular, “…llega a tu ventana una paloma”, la de un verdadero pluripartidismo que les obligará a competir con Podemos y Ciudadanos, movimientos políticos que parecen superar los casi simbólicos desafíos de Izquierda Unida (IU), UPyD y partidos regionales.

Todo esto del “pluripartidismo”, el partido único y el “bipartidismo” – sobre todo al estilo estadounidense – continúa siendo parte de la realidad en América y el mundo. Sin necesidad de acudir al vocabulario más estricto de esa materia o a consideraciones eruditas, deseo resaltar algunos asuntos relacionados.

Cuando hablamos de pluripartidismo en América Latina se deben tener en cuenta ciertos matices. En algunos países ha existido realmente un partido único, con control del gobierno por un espacio prolongado de tiempo, pero permitiendo la existencia de partidos resignados a sólo ocupar escaños parlamentarios, ocasionales alcaldías y gobiernos regionales y, en el mejor de los casos, formar parte de una coalición oficialista con alguna cartera en el gabinete.

El caso mexicano fue sobresaliente. Por más de medio siglo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) reinó soberano, aunque permitiendo a partidos opositores, poleas de transmisión como el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Popular Socialista (PPS), entre otros, participar del juego. El PAN llegó finalmente a convertirse en una alternativa y del PRI salieron después los del Partido de la Revolución Democrática (PRD) que pudiera alcanzar algún día la residencia de Los Pinos. Estuvo a punto de hacerlo hace unos años con la candidatura de López Obrador, que a su vez acaba de fundar el partido MORENA.

Pero el “ya superado” caso mexicano ha encontrado notables imitadores en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, etc. Esas situaciones nos hacen recordar a precursores con diferente cuño como el Partido Liberal Nacionalista (PLN) de la dinastía Somoza, con un Partido Conservador al que se concedía un senador y varios diputados. Si nos trasladamos al sur, el Partido Colorado de Alfredo Stroessner en Paraguay recorrió esa ruta de partido casi único con apariencias de pluripartidismo. La lista es larga y ofrece ejemplos de derecha e izquierda, así como los de aguerridos caudillos independentistas y la generación que les sucedió, nada propicios al verdadero pluralismo político.

En Quisqueya, como en tantos otros países hermanos, el camino que se va recorriendo pudiera conducir a un partido predominante, casi único, aunque más bien por las contiendas internas de partidos opositores con vocación a fragmentarse. Eso pudiera variar y no sería quizás de una duración tan larga como otros casos. Se trata sólo de una posibilidad que algunos contemplan. Mientras tanto, en España, por su sistema de gobierno parlamentario, el futuro consistirá con casi toda seguridad en la formación de coaliciones. Es el modelo altamente pluripartidista de la Francia anterior a De Gaulle y de la Italia posterior al derrumbe del Partido Demócrata Cristiano.

Por otra parte, el bipartidismo estadounidense subsiste, pero en una forma nada esplendorosa. En una época no demasiado distante, demócratas y republicanos se unían en asuntos importantes de política exterior, en crisis nacionales o en asuntos que sólo requerían un poco de sentido común para llegar a acuerdos legislativos. Después de la lamentable Segunda Guerra del Golfo, “Caja de Pandora” cuyas consecuencias incluyeron no sólo el derrocamiento de un tirano, como tantos otros que rigen la región, los demócratas concentraron sus más implacables ataques en Bush hijo Los republicanos lo habían hecho con el demócrata Bill Clinton, aprovechando aquel caso del “impeachment” por motivos sexuales que los ridiculizó en Europa.

La guerra entre demócratas y republicanos nos ofrece ahora el curioso caso de un jefe de la mayoría cameral republicana invitando a un gobernante extranjero en busca de reelección a pronunciar un discurso en el recinto de la Cámara oponiéndose a negociaciones entabladas por Estados Unidos con un gobierno extranjero. La consigna del momento es, pues, satanizar a Obama. Mañana se hará con un presidente del otro partido. Al tiempo.

A la crisis del viejo bipartidismo estadounidense se suman las aventuras y desventuras de otras geografías, los experimentos pluripartidistas y las divisiones constantes de los partidos existentes. Todo eso puede ser temporal y no afecta necesariamente las libertades, pero un enfrentamiento político demasiado intenso puede conducir a otras situaciones.

Como todo es posible y salvando las distancias, algunos pueden añorar en algún lugar, más allá del bipartidismo o el pluripartidismo, la continuidad o “estabilidad” de un partido totalmente único como en la Era de Trujillo o aspirar a alcanzar los casi sesenta años de otro sistema antillano que cambió un romanticismo como el de la novela “Un capitán de quince años” por una revolución casi sexagenaria en el poder.

Asi las cosas, la política continuará siendo “el arte de lo posible”. Y cualquier acontecimiento, sistema de gobierno o partido puede ser tenido en cuenta en el vasto campo de las posibilidades.