El bloqueo de las políticas a favor de los derechos fundamentales tiene sus raíces en la biopolítica y es a esta que se debe atacar. El término biopolítica fue popularizado por el filósofo francés Michael Foucault. Esta palabra tiene especial relevancia en el primer volumen de su obra titulada Historia de la sexualidad (el cual lleva por nombre La voluntad del saber). El objetivo de dicha obra es examinar cómo el poder se expande, se fortalece en nuestras sociedades y va haciendo alianzas con el saber. Es en este contexto que Foucault desarrolla el significado del término biopolítica, así como su impacto en la vida social. Por biopolítica se debe entender la puesta en marcha de políticas que controlen todo el mundo de la vida en beneficio de las hegemonías, entiéndase: el nacimiento, la mortalidad, los niveles de salud, etc.
A las masas se les manipula a través de la verdad regulada.
La biopolítica relativiza los valores absolutos de la vida. El derecho a vivir o a morir queda bajo la responsabilidad administrativa del Estado. El Estado puede sentenciar a muerte cuando considere que está siendo amenazado y también tiene derecho a establecer controles sobre la vida bajo la justificación de mantener la harmonía y evitar el surgimiento de nuevas amenazas. Fue lo que sucedió de manera más organizada y eficiente a partir de los siglos XVII y XVIII. Con la Revolución Científica y el nacimiento del liberalismo se dio el paso definitivo al juego entre el saber y el poder. Todo lo relacionado con el mundo de la vida deberá pasar por los sistemas de control establecidos por el poder y avalados por la ciencia para lograr su normalización. A partir de entonces, el poder se sostiene en la creación de verdades a través de saberes que aseguren su permanencia.
No debe sorprender que los derechos fundamentales, como es el caso de las tres causales, constantemente encuentren oposición. El problema radica en que el Estado necesita del poder para sostenerse y, en consecuencia, siempre tendrá que ceder a las exigencias de los sectores y personas que alimentan dicho poder. ¿Qué pasa con la gran mayoría de personas que también dan poder al Estado, pero en un menor grado? A las masas se les manipula a través de la verdad regulada. Para garantizar que los ciudadanos sigan las decisiones del Estado, la ciencia se encarga de crear los datos que refuercen y justifiquen sus políticas y el ejercicio de la fuerza en caso de ser necesario. A todo esto hay que añadir la aclaración de que la desaparición del Estado tampoco garantiza el desplazamiento del biopoder. La meta debe ser lograr una verdad que no esté regulada por las hegemonías; no sólo preguntarnos por qué se dice algo, sino quién lo dice.