El agua de riego comenzó a escasear más de la cuenta en el municipio Pedernales el mismo 30 de noviembre de 1979, cuando  los presidentes de República Dominicana, Antonio Guzmán, y de Haití, Jean Claude Duvalier, se reunieron en la ribera del río Pedernales e inauguraron el Dique Derivador Internacional, tras el convenio aprobado por el Senado y firmado el 1 de enero del año anterior por los cancilleres Ramón Emilio Jiménez hijo y Edner Brutus, para edificar la obra al costo de  214, 368,00 pesos (535,920 gourdes).

La declaración conjunta emitida por los gobiernos que comparten la isla, destacaba: “El Dique Derivador Internacional representa el símbolo tangible de la voluntad de los gobiernos, dominicano y haitiano, de edificar conjuntamente obras de paz y progreso en el interés común de sus dos pueblos”. file:///C:/Users/Bartolo%20Perez/Downloads/214declaracionguzmanduvalier30nov%20(1).pdf

El Pedernales, allá en el suroeste, nunca ha sido un río con un gran caudal. Pero antes de la necesaria repartición igualitaria de sus aguas en tanto punto de conflicto, las “rigolas del gobierno”, La Piedra, La Roca, los canales primero, segundo y tercero, el canal de Negro Guiguí y el canal de Los 30, que atravesaba Los Brujos, exhibían riqueza de agua, servían de balnearios no tan contaminados y resultaba más fácil el riego del valle de Los Olivares, cuatro kilómetros al este.

Cualquier día del año, más en verano, los jóvenes corrían en tropel hacia el norte de la ciudad a bañarse y, a ratos, tomarse unos tragos “a punta de botella”, en los canales primero y segundo, los más emblemáticos. Canal arriba, se bañaban desnudos, los hombres; más abajo, las hembras. El “brecheo” mutuo no faltaba.

Aunque rebozados, el sistema de distribución para el riego consistía en la asignación de un día a cada parcelero por parte del “cabo de agua”. En el recorrido, sin embargo, algunos la desviaban para sus predios, sin autorización. Las quejas ocurrían a borbotones. Por eso, algunos preferían el riego durante las noches. Resultaba menos tortuoso, pese al sueño perdido y las nubes de mosquitos que atacaban sin piedad. A esas horas no se registraban bloqueos en el servicio de agua. 

REDONDO A BENVÉN: ¡Y SI TÚ LA QUITAS, YO LA PONGO!

La noche en que le tocó a Bienvenido la Pasita (Bienvé), a su tierra solo llegaba “un chorrito” intrascendente.

Impaciente, a sabiendas de que así jamás terminaría de mojar su plantación, caminó canal arriba, en busca de la causa del problema. Hasta que halló una toma que derivaba el agua hacia el conuco de Redondo. Y la quitó, lleno de rabia.

De repente, Redondo notó una disminución brusca del agua con la que irrigaba su tierra. Y corrió hacia la toma que había puesto. Al ver que se la habían removido, la repuso. Bienvé no tardó en regresar porque, no bien había llegado para seguir su tarea,  el “chorrito” resultaba peor. De camino, escopeta al hombro, se encontró con Redondo.

–Redondo, ¡yo voy a quitá esa toma!

Redondo le advirtió: ¡Y si la quita, yo la pongo!

–Redondo, ¡Te dije que yo voy a quitá esa toma!

Desesperado, Redondo le ripostó enfático: –¡Si la quita, yo la pongo!

Bienvé lucía inquieto. Cargaba su escopeta. Ante la insistencia de su interlocutor, le hizo la última advertencia: –¡Po, si tú la quitaaa, Redondooo, yo te doy un tirooo!

El conflicto entre los regantes no terminó en tragedia. El agua de su discordia no ha parado de esfumarse y donde aún vive está ahogada de contaminación.

A fin de cuentas, los parceleros de Los Olivares, incluidos Bienvé y Redondo, han dejado a Pedernales algo mejor: familias criadas a base de trabajo duro y el recuerdo de los convites, un eficaz modelo de solidaridad y hermandad que muchos han olvidado.

(Para Danubia, hija de Bienvé, la segunda profesora graduada de Pedernales, después de Petra Álvarez, hija de La Nesta)