Creencias compartidas y actitudes que unifican a los grupos sociales. Así son las imágenes  que se convierten en signos  de representaciones. Como los escudos nacionales que son imágenes enigmáticas

Como el escudo de la nación dominicana, con su Biblia en el centro, donde descansa la cruz. Y su leyenda con la invocación a una divinidad tan abstracta como la misma libertad.

Reflejo de nuestra identidad. Así se van desmenuzando nuestras imágenes como el producto de nuestro quehacer, la obra de nuestros empresarios, de nuestros políticos, intelectuales y artistas.

Así las imágenes visuales que quedaran para siempre en nuestra conciencia colectiva. Como el  arte haitiano de Hipolitte. Un arte Naif que descubrió para el mundo el poeta Apollinaire. Un arte que sólo en apariencia es ingenuo y cuyas características recreara el cubano Lam.

Aquí tenemos al primitivo Justo Susana aparentemente ingenuo.

Estas son cavilaciones  que nos trae la separación del cuerpo material de nuestro pintor Cándido Bidó.

Al borde de toda disposición religiosa, sabemos que su espíritu permanece en su obra para siempre. El artista nos vio a todos desde la distancia siempre, dueño como sabia de la pureza de su intuición.

Muchos de los que adquirieron sus obras necesitaban ver en el un arte simple y para fines decorativos.  A ellos también los vio el artista desde la distancia de su arte porque no hay simplicidad en el arte Naif como lo muestran la multiplicidad de matices en que desenvolvía sus azules con los que pudo impresionar a tantos. O en la variedad de formas con que distanciaba las texturas de sus planos de color.

Hace ya algunos años que se expuso la obra de Bidó en el Museo de Arte Moderno. Una exposición individual en la que se anunciaba con toda la intención  que estas obras formaban parte de la colección particular del artista.

Quien quiso ver y recuerda aquella exposición sabe muy bien que la obra expuesta se distingue de las obras que el público adquirió durante varias décadas.

Era el Bidó íntimo que no quiso revelarse al público. Era la obra de la intuición que guarda nidos hasta donde  no puede llegar la inteligencia de las academias.

Cuando me tocó ir a estudiar a España becado por antiguo Instituto de Cultura Hispánica nos vimos en Madrid en la mitad de los años setenta. Cuando regrese al país nos encontramos en la Cafetera de la Calle El Conde.

Con la taza de café en la mano me preguntó: "¿Viste las obras de los maestros en El Prado?"

Al oír mi afirmación me dijo: " –Ya ves porqué es que aquí hay tantos genios. Es porque aquí no hay a quien respetar".

Hoy creo que el espíritu de Bidó vivirá siempre en su obra.