La historia de la biblioteca andalusí de Tombuctú, República de Malí, ha tenido hasta ahora un final más o menos feliz. En Malí (1,240,000 km²) florecieron tres imperios africanos de considerable extensión e importancia y parte de su legado arquitectónico ha sido declarado patrimonio cultural de la humanidad. (Con anterioridad, a fines del siglo XIX, Malí se había convertido en patrimonio colonial de Francia y seguiría siéndolo hasta su relativa independencia en 1960).
En su mejor época, alrededor del siglo XIV, Tombuctú se estableció como centro de copiado de libros y es depositaria de valiosísimas colecciones de textos antiguos en árabe, griego, hebreo y otras lenguas. Allí también se fundó una de las primeras universidades del mundo.
“Es el hogar de la prestigiosa Universidad de Sankore y de otras madrazas, y fue capital intelectual y espiritual y centro para la propagación del islam en toda África durante los siglos XV y XVI. Sus tres grandes mezquitas, Djingareyber, Sankore y Sidi Yahya, recuerdan la edad de oro de Tombuctú”.
La historia o parte de la historia de la biblioteca andalusí de Tombuctú empieza en Toledo en el año 1467, cuando Toledo estaba a punto de dejar de ser la ciudad de la tolerancia (“la ciudad de las tres culturas, por haber estado poblada durante siglos por cristianos, judíos y musulmanes”) para convertirse en la ciudad de los reyes católicos, ciudad de la intolerancia.
De esta suerte, amenazado por los vientos de la reconquista, “Alí Ben Ziyad al-Quti, un acomodado jurista andalusí de origen visigodo perteneciente a una familia islamizada”, toma prudentemente la vía del exilio y no sorprende que fuera a parar a Malí y a Tombuctú junto a su preciada familia y sus más preciados bienes. Entre ellos su biblioteca personal en tres idiomas, un “impresionante fondo documental.”
“Con los siglos y las generaciones, esta original colección del noble musulmán en la que se recoge una parte de la historia de Al Andalus ha vivido numerosos avatares, uniéndose y disgregándose según soplara el viento de la historia, y aumentando de tamaño hasta llegar a los 12.714 manuscritos de los que se compone” o componía hasta una época reciente.
En el año 2012, a consecuencia de la devastación de Libia y el saqueo de sus arsenales se originó en toda la zona de influencia un caos de consecuencias todavía imprevisibles. Bandas armadas de fundamentalistas islámicos tomaron Tombuctú y una considerable parte de Malí. Se produjo “el destrozo de 16 mausoleos, la quema y expolio de miles de manuscritos, daños al Patrimonio de la Humanidad”.
Gracias a los buenos oficios “del chófer Baba Pascal Camara, guardián en funciones de la Biblioteca Andalusí de Tombuctú”, pudo salvarse, escondido en maletas y baúles, su invaluable “colección documental manuscrita de más de 500 años de antigüedad”. Si alguna vez labiblioteca de Alí Ben Ziyad se salvó del fundamentalismo cristiano, ahora se salvó, y de puro milagro, del fundamentalismo islámico.
La Biblioteca Girolamini de Nápoles no tuvo tanta suerte. El caso, con sus ribetes surrealistas, se parece un poco a lo que ocurría aquí hace muchos años, en una época felizmente superada, con el Archivo General de la Nación. La amenaza era interna, no externa.
“La Biblioteca Girolamini, en Nápoles, es uno de los tesoros más importantes del patrimonio cultural europeo. Dentro del complejo de una iglesia del siglo XVI en el centro de Nápoles, los estantes de madera de la Biblioteca Girolamini se elevan hacia paredes decoradas y techo abovedado.
“Auspiciada por la orden de los Pobres Ermitaños de San Jerónimo, que fue fundada por el beato Pedro Gambacorta, se abrió al público en 1586. En su corazón alberga cerca de 170.00 obras, entre las que se encuentran numerosos manuscritos, 120 incunables, 5.000 cinquecentinas y unas 6.500 composiciones musicales del siglo XIV al XIX (su archivo operístico es impresionante). Este templo de los libros antiguos fue víctima de un escándalo sin precedentes en la primavera de 2012, cuando miles de obras fueron robadas de su interior.
“Ediciones centenarias de Aristóteles, Descartes, Galileo y Maquiavelo, volúmenes de Séneca o Virgilio, además de una edición única de la ‘Enciclopedia’ de Alembert y Diderot, el original de ‘La Divina Comedia’, la edición parisina de 1610 de ‘Jerusalén liberada’ de Torquato Tasso o la ‘Teseida’ de Giovanni Boccaccio desaparecieron del edificio napolitano. ¿El responsable? El mismísimo director de la biblioteca, Marino Massimo De Caro. Una historia llena de intrigas, traiciones y escándalos con políticos, coleccionistas, marchantes de arte, anticuarios y hasta un cura implicados.
“Pero, ¿cómo se descubrió el expolio? Todo fue fruto de la casualidad. En marzo de 2012, Tomaso Montanari, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Nápoles, acudía a la Biblioteca Girolamini para hacer una consulta. Lo que vio aquel día le horrorizó: estanterías vacías, libros apilados al azar y basura por el suelo. Montanari escribió un artículo describiendo la precaria situación de la institución en el periódico ‘Il Fatto Quotidiano’, en el que colaboraba habitualmente.
“El hecho provocó la reacción inmediata de la Cultura italiana y doscientos intelectuales (entre ellos Dario Fo y Dacia Maraini) firmaron una carta en la que pedían explicaciones al ministro de Cultura (entonces Lorenzo Ornaghi) acerca de cómo De Caro, 'un hombre que carece de los títulos académicos mínimos o la competencia profesional para honrar el puesto' (tenía conexiones con Berlusconi y fue socio de un anticuario de Buenos Aires conectado con el robo de mapas en la Biblioteca Nacional), había sido nombrado director de la Biblioteca Girolamini.
“El ministro Ornaghi no tuvo tiempo de responder, pues el propio De Caro tomó la iniciativa y se plantó al día siguiente en la oficina del fiscal para denunciar un delito. Acababa de darse cuenta de que habían desaparecido 1.500 libros de ‘su’ biblioteca. Pero le salió el tiro por la culata, ya que De Caro y sus colaboradores (hasta trece personas) fueron grabados por dos bibliotecarios de la Girolamini retirando cajas de libros antes de que repararan en la presencia de las cámaras y las taparan.
“Massimo Marino de Caro, director de la biblioteca, y Sandro Marsano, comisario, fueron arrestados junto a otros cuatro trabajadores. El director fue procesado y condenado a prisión domiciliaria. Una trama propia de una novela negra que, de hecho, ha servido de inspiración para el libro de Donna Leon (Nueva Jersey, 1942), ‘Muerte entre líneas.”’
Donna Leon es una apreciada escritora estadounidense de novelas policíacas y de misterio con un velado trasfondo político y social. Reside en Venecia y sus obras han sido traducidas y se traducen a numerosos idiomas, pero por algún tipo de acuerdo, entendimiento, alguna soterrada prohibición, no se traducen al italiano.
Italia es un estado delincuente coludido con la mafia. Muchos ejemplares de la biblioteca Girolamini de Nápoles no se han encontrado ni se encontrarán.