La destrucción y el saqueo de bibliotecas (y el patrimonio cultural de la humanidad en general) no pertenecen lamentablemente al pasado, representan una constante histórica que no deja de sorprender y persiste hasta nuestros días.
El incendio del templo de Diana en Éfeso por obra y gracia de un pastor que quería ser famoso y cuyo nombre no debería ser recordado, constituye un episodio de ingrata memoria, pero los franceses también hicieron desastres durante la etapa jacobina de la revolución. Cometieron crímenes de lesa cultura, entre otros.
En los territorios de Iraq y Siria, en las ciudades de las mil una noches, se lanzan ahora mismo alegremente toneladas de explosivos que provocan incontables pérdidas materiales y culturales y sobre todo pérdidas en irrecuperables vidas humanas. En un legendario país de África, la República de Malí, la famosa biblioteca de la no menos legendaria Tombuctú estuvo a punto de desaparecer recientemente a manos de una horda de vándalos que se creó a raíz de la devastación de Libia. Para peor, hace algunos años, en la civilizada Europa -en la casi civilizada ciudad italiana de Nápoles-, la Biblioteca Girolamini, uno de los tesoros más importantes del patrimonio cultural europeo, fue víctima del saqueo y no a manos de los bárbaros, como en la época de las invasiones, sino de su propio director y comisario, Massimo Marino de Caro, un nombre que debería ser repetido y recordado junto a los de sus cómplices.
En fin que, el temperamento efímero o relativamente perecedero de las bibliotecas es cosa muy demostrada. El incendio de la de Asurnanipal (año 612 a.C) y la de los Ptolomeos en Alejandría (año 48 a. C.) no son excepciónales.
En el siglo VIII d. C. le tocaría el turno a la Biblioteca de Constantinopla, fundada en 315 por el mismo Constantino. Tenía en principio 7.000 rollos y se dice que pudo llegar a tener más de 100 mil. Fue quemada piadosamente por el papa León III el Isáurico. (Isáurico tenía que ser. Dino-Isáurico).
A finales del siglo IV d. C, cuando el emperador Teodosio I declaró religión oficial al cristianismo, se desató una persecución de los paganos. Los seguidores del obispo Teófilo de Alejandría, destruyeron todos los libros depositados en el Serapeum de esa ciudad (un santuario dedicado al culto de Serapis). Destruyeron “los restos de la Gran Biblioteca y las de los templos. El sacerdote hispano Paulo Orosio, que viajó a Alejandría veinte años después, escribió en su Historias contra los paganos: ‘Existen hoy templos, que nosotros hemos visitado, cuyos estantes de libros han sido vaciados por los hombres de nuestro tiempo’”.
En general, “la destrucción del Serapeo ha sido vista por muchos autores, antiguos y modernos, como representación del triunfo del cristianismo sobre otras religiones”.
El destino de la biblioteca de San Juan de Letrán constituye una paradoja. Era en gran parte obra de los papas, contaba con numerosos libros de diversos autores clásicos griegos y latinos (Cicerón, Tito Livio) y fueron incinerados en el 590 por el papa Gregorio I, que se hacía llamar “el cónsul de Dios” (es decir, tenía rango diplomático celestial). “A partir de este pontífice se consideró que la sola proximidad de un libro pagano puede poner en peligro un alma piadosa”.
Entre historia y leyenda los hechos de los pirómanos se repiten, en definitiva, una y otra vez:
“Egipto es declarado islámico en 604; los Libros de la sabiduría estaban depositados en los Tesoros reales, pero en 633 Omar proclamó: ‘…si lo que dice en ellos es conforme al Libro de Dios no permite ignorarlos, pero si hay algo en ellos contra el Libro, son malos, sea como sea, destrúyelos.’ Se utilizaron como combustible.
“Por haberle privado de su amor, la esposa del rico príncipe fatimí Mahmud al Dawla bin Fatik, después de su fallecimiento destruyó su biblioteca, una de las cuatro más admirables de El Cairo. El príncipe, gran poeta, adoraba leer y escribir noche tras noche.
“Los cruzados sitiaron Trípoli en 1099. Rendida la ciudad sin combate, los vencedores, entre otras tropelías, prendieron fuego a la Biblioteca. Un sacerdote, viendo la multitud de ediciones del Corán depositadas en sus estanterías ordenó su incendio.
“La Biblioteca de Constantinopla es de nuevo devastada por los turcos en el 1453.
“La biblioteca de la Madraza de Granada, la primera Universidad de esta ciudad, fue asaltada por las tropas del cardenal Cisneros, a finales de 1499, los libros fueron llevados a la plaza de Bib-Rambla donde se quemaron en pública hoguera. El edificio de la Madraza una vez clausurada la Universidad fue donado por el rey Fernando para Cabildo (Ayuntamiento) de la ciudad, en septiembre de 1500.
“La Biblioteca Nacional de Sarajevo fue quemada a finales de agosto de 1992. El incendio fue causado por el fuego de artillería del ejército serbio-bosnio. El edificio no tenía valor estratégico ni importancia militar, pero constituía el gran símbolo de identidad de un pueblo; poseía unos dos millones de libros y miles de documentos y manuscritos de gran valor, conservados a lo largo de siglos tanto por musulmanes como por serbios ortodoxos, croatas católicos y judíos.
“En 2003, durante la Invasión de Irak por parte de tropas estadounidenses y británicas, se quemaron alrededor de un millón de libros de la Biblioteca Nacional de Irak”.