En un artículo anterior titulado “Biblia y Religión: cuestiones en desuso (2)” argumentamos respecto a la necesidad de creer en Dios desde un plano diferente; sobre el criterio de que el dios venerado por los cristianos se haya ataviado de características evidentemente humanas y para  nada divinas. La idea que de Dios se tiene es la de un rey único y dictador, que no admite otra cosa que no sea loas a su gloria; idea que puede influir en las mentes más racionales socavando poco a poco la poca fe que aquellos puedan tener. Los ateos, por ejemplo, se resisten a creer en un dios contradictorio y muchos se indignan frente a tal posibilidad. ¿Cómo creer en un dios que prohíbe el homicidio cuando según la biblia prescribe la muerte incluso de niños? Sencillamente aquella concepción es inadmisible.

No obstante, la solución a tan controvertidos dilemas no es descartar a Dios, al verdadero Dios, de la existencia o de nuestras vidas, sino plantearlo desde un punto de vista más imparcial. De ser así, no sería la primera vez que el criterio de Dios varía, cambia o evoluciona. En la época precristiana por ejemplo, fuera de los judíos u hebreos las sociedades eran politeístas y, las culturas monoteístas que basaban sus creencias en la Ley de Moisés, concebían a Dios como uno vengador y propenso al fuego consumidor. Jesús de Nazaret, sin embargo, con su ejemplo cambió para siempre aquella percepción. Enseñó al mundo que Dios no era un dios de odio o venganza, sino un dios de amor y de perdón.  Enseñó que la voluntad de Dios se basa en el amor y servicio al prójimo y no en responder en igual proporción cuando alguien agrede a otro en la cara; en definitiva, fue Jesucristo el primero en provocar un cambio en las creencias humanas sobre Dios.

El segundo cambio respecto a la idea concebida de Dios fue el ocurrido entre los siglos XV y XVI cuando proliferó el Movimiento Renacentista. Hasta entonces las ideas, la cultura, las expresiones racionales y hasta la instrucción profesional del hombre se encontraba ataviada por un teocentrismo singular. Durante toda la Edad Media se atestiguó aquella forma de pensar, expresándose en cuestiones que en principio deben estar separadas de cualquier subjetivismo dogmático. El Renacimiento, coincidiendo con el final de aquella larga edad histórica, rompió con lo teocéntrico para dar paso a lo antropocéntrico. No se trató sin embargo de descartar la existencia de Dios, o de separarlo de la vida de las personas; sino de colocarlo en una posición diferente y en un sitial más racional. 

Para subsistir en el tiempo las religiones tendrán que replantearse nueva vez la idea de Dios. Entender que si de EL salió todo lo existente poca cosa es el hombre para entender su comportamiento o darle matices. Por lo tanto Dios no puede ser entendido racionalmente, sino emocionalmente; no puede creérsele comprendido, sino amado, y por ello se trata de un Dios más personal y menos circunscrito a las religiones.