En uno de mis artículos publicado en este diario me atreví a decir que la Biblia debe ser leída como parte de la literatura universal que ha enriquecido a la humanidad y no como “palabra de Dios” para todos los pueblos y todas las culturas. Entonces algunos lectores se rasgaron las vestiduras: ¡Pecado! ¡blasfemia! ¡pecado! Y me condenaron a la hoguera por comparar la Biblia con otros libros humanos, como por ejemplo la Divina Comedia o El Quijote.

No cabe duda de que en algunos de los libros de la Biblia encontramos valores nobles y positivos que pueden inspirar a quienes los leen con tal intención. Son libros valiosos de un pueblo que pudo contar cómo vivió su fe monoteísta en Yahvé, cómo aprendió a confiar en la divinidad más allá de toda esperanza. Un pueblo que se autodefine como el “pueblo de la alianza” “elegido de entre todas las naciones” para llevar a cabo una misión. Un pueblo resistente que supo sufrir y resistir basado en una esperanza. Esto ciertamente es divino e inspirador…y especialmente el mensaje de amor que encontramos en el Evangelio de Jesucristo.

Pero lo divino e inspirador no lo encontramos exclusivamente en los libros de la Biblia. También lo encontramos en una gran novela de un buen autor, en un poema que nos reivindique, en un cuento de Juan Bosch que nos conmueve hasta las entrañas y nos lleva a la indignación y al deseo de justicia. En esto radica lo divino de la escritura, en que sea capaz de convertirnos, de transformarnos, de ayudarnos a ser mejores personas.

San Pablo afirma en el segundo libro a Timoteo, que toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena. (2 Timoteo 3, 16-17). No faltarán quienes reduzcan la recomendación de Pablo a la “Sola Escritura” luterana. Los más osados, los capaces de encontrar a Dios en todas las cosas, no se limitarán a la Biblia, sino que se dejarán tocar leyendo El Quijote y su afán de salvar al mundo de las injusticias. ¿Acaso no es esto divino? ¡Tan divino como la Biblia!

Un poema, un cuento o una novela que te ayude a resistir, a superar tus tristezas y tus miedos, a esperar, a confiar en ti mismo, a no odiar; es también “palabra de Dios” que viene a salvarte. Porque como dijo el jesuita francés Teilhard de Chardin, nada es profano para aquel que tiene una mirada religiosa. A Dios lo encontramos en todas las cosas, en todos los acontecimientos, en la buena literatura; en la belleza que salva al mundo.

¿Por qué limitar la “palabra de Dios” a la Biblia? Si bien Dios se expresa al hombre y a la mujer en lenguaje humano, lo sigue haciendo atraves de la filosofía, la poesía, la música, la belleza, etc. Y más le vale que sea así, pues de lo contrario estaría arriesgándose a no ser comprendido y por tanto a ser rechazado.

Fue la lectura constante de un poema lo que inspiró a Nelson Mandela para soportar los casi treinta años de cárcel injusta. El poema se titula “Invictus”, del poeta inglés William Ernest Henley (1849-1903):  En la noche que me envuelve/ negra/ como un pozo insondable/ doy gracias al dios que fuere por mi alma inconquistable. En las garras de las circunstancias no he gemido ni llorado. Ante las puñaladas del azar/ si bien he sangrado/ jamás me he postrado. Más allá de este lugar de ira y llantos acecha la oscuridad con su horror. No obstante/ la amenaza de los años me halla y me hallará/ sin temor. No importa cuan estrecha sea la puerta/ cuan cargada de castigos la sentencia.

Yo soy el amo de mi destino. Yo soy el capitán de mi alma. 

¡Cuánta razón tuvo Pablo para decir lo que dijo! Ciertamente toda escritura que ayude al ser humano a rechazar el odio, la injusticia y la opresión; es inspirada por Dios. Porque al final, lo único que define a Dios es el amor que encierra la justicia y la compasión.

Si la Biblia, o cualquier otro libro considerado sagrado para otras religiones, o la poesía de Antonio Machado, la de Dámaso Alonso, la de Neruda, la de Salomé o Gloria Fuertes, la de León Felipe o la de Octavio Paz; te ayuda a no rechazar al extranjero, a ser libre y amar a tus semejantes, a respetar a quienes piensan distinto a ti y a tu religión, a ser mejor ciudadano… Entonces sí, tendrás razón, es “palabra de Dios” y ¡te alabamos Señor!