Cuando caí preso en “Vietnam”, la cárcel preventiva que estaba en el patio del Palacio de la Policía, durante los “Doce Años de Balaguer”, en la primera marcha del “Medio Millón”, me encontré con Diómedes Mercedes, Amín Abel Hasbún, Leonardo Mercedes, el Chino Bujosa, Plinio Mercedes, Fabio Reyes García y otros revolucionarios. Días después escribí esta narración que permaneció inédita desde entonces y que ahora pude rescatar.

De una casa nos están haciendo señas. Es una sastrería. Entraron algunos. Entraré también. ¡Oh! No tiene salida por detrás. Y se paró el jeep. Me siento frente a una máquina y tomo un pantalón que está sobre la mesa. Espero. Los demás se han ocultado tras las ropas que cuelgan. Ahí vienen:

Amín Abel Hasbún

– ¡Ven, que tú ere’ uno!

– ¿Qué? ¿Cómo? –

–Ven pendejo, no me va’ a engañá’.

Me toma por un brazo y me empuja hasta el jeep. Otros sacan a los demás. Tres. Ahí los traen. No debimos entrar en esa sastrería. Era un callejón sin salida. Y el truco no resultó: bañado en sudor yo no parecía un sastre.

Partimos. Parece que vamos al destacamento de Villa. No, porque ya dejamos el parque Enriquillo y vamos por la Caracas. Llegamos a la 30 de Marzo y ya estamos en la México. De aquí al palacio de la Policía hay poco trecho. Llegamos. De inmediato nos suben al departamento secreto. Parece que nos esperaban. La hora: 1:25 de la tarde. Nos piden datos. Daré un nombre falso:

– ¿Cómo se llama?

– Manuel Aponte.

Nos trasladan a otro cuarto. Nos toman las huellas digitales, firmamos y, otra vez, los datos. Repito el nombre falso. Luego fotografían. Con un número colgando del pecho. Ya estamos fichados. Ahora nos llevan a la preventiva. Bajamos y cruzamos el patio. Un sargento abre la celda. Sale un penetrante calor. Y olor. El cuarto está casi lleno. Al vernos se arma una algarabía.

  • ¡Cuatro más!

    El Chino Bujosa
  • ¡Esto se va a llena’!
  • ¡Ma’ univelsitario!

Y en seguida vienen las preguntas:

– ¿Dónde lo’ cogieron?

  • ¿Cómo fue?

–¿Sigue la agitación?

Después de responder, ya no somos cuatro más. Sino parte de todos. Hay un calor insoportable. Los presos van de aquí para allá, paseándose por toda la prisión. Inquietos. Algunos están sentados en el piso. Otros acostados en él. Uno me observa ahora. Sonriente. Le cuelga una medallita del pecho. Es alto y delgado. Se acerca.

  • ¿Te dieron?

– No.

  • ¿Cómo te llamas?

– Me dicen El Bambino. Tengo aquí casi un mé’ y no me pasan causa ni me mandan pa’ La Vitoria.

– ¿De qué te acusan?

–Yo ‘taba enamorao de una muchacha de la Pimentel y a un calié le gutaba. Un día no fajamo y le dí to’ lo golpe. Depué me fueron a bucá a casa, la allanaron y me trajeron aquí. Pol eso é que yo le tengo odio a to’ lo calieses. Aquí mimo hay uno. Ha chivatiao a una balsa y nadie sabe quién e’.

–¿Un calié aquí? ¿Y para qué van a tener ellos un calié aquí dentro? Lo que quieren saber de todos ya lo saben.

  Amigo, tenga cuidao, que aquí hay un chivato. Y degraciao.

No insisto. A pesar de que no le veo objeto el tener un soplón en la celda.

La prisión es amplia. Pero incómoda. Y está casi llena. Los presos tienen muchos trastos sobre el piso: sacos sucios, jarros, cantinas, latas, pedazos de cartón, y más. Pero en perfecto orden. Formando pequeñas parcelas. Habitaciones cuya demarcación son los trastos. Sólo hay tres ventanas. Con sus barrotes. Y una sola puerta. Si se produce un incendio sería fatal. Detrás, hay una división y una puerta. La otra parte es el sanitario. Ahora abren la puerta. Y llaman:

  • ¡Tomás López!

    Diómedes Mercedes
  • No responden.

– ¡Tomás López!

Y se propaga el llamado:

  • ¡Tomás López! ¡Tomás López! ¡Tomás López!

Y del sanitario sale una voz: “Aquí, señol”. Y alguien corre a la puerta. El carcelero entrega una cantina. Es comida. De inmediato lo rodean numerosos compañeros. Él tendrá que repartirla. No tengo hambre. Ahora el Bambino me señala un preso.

  • Ese e’ uno de lo’ sopechoso.

– ¿De qué?

– De calié.

El tipo es extraño. Se parece a un simio. Bambino me dice que le llamaban El Primitivo, pero que los universitarios lo bautizaron como “El que le dio la razón a Darwin”. Acostumbra estar en todas las conversaciones. Sin hablar, solo escuchando. Es muy extraño.

–Pero ahi otro’ má’ – me dice el Bambino. – ¿Tú ve aquél, de la gorrita?

– ¿El indio?

– No, el gordito.

Lo señala.

–E’ un preso de confianza. De noche lo sacan a dolmí’ a la otra celda. La que tiene cama y colchón. Y vuelve pol la mañana.

– ¿Es ese el hombre?

– No tamo’ seguro, polque hay ma’ preso de confianza: Bemberria, el Jabao y otros.

Volvieron a abrir la puerta:

  • ¡Miguel Mateo!
  • ¡Aquí señor!

Es otra cantina, más grande que la anterior. Se arremolina más gente en torno a él.

Hay un murmullo cerca de la puerta. Y entran más presos. Ahora son seis. Y vuelven las preguntas:

  • ¿Les dieron mucho?”
  • ¿Hay más?
  • ¿Dónde fue?.

Hay uno con una venda en la cabeza. Es un rubio. Otro tiene un ojo amoratado. “Un culatazo”, dijo. El rubio habla mucho:

– …Yo estaba por el local de la FED y Felicia, mi novia, llegó al cerco. Me acerqué hasta la verja ciclónica del Calasanz y los policías me hicieron señas para que fuera. Ella les hablaba. Y un poli me gritó:

– Ven rubio que te vamo’ a dejá’ salí. Aquí ‘ta tu novia y te trajo la comida. Todo’ pueden salí’ pero de do’ en do’.

–Y yo de pendejo le creí a ese cabrón. Cuando llegué me agarraron y me empujaron dentro de un Radio Patrulla. Y en seguida me entraron a do’ mano. El rubio sigue hablando y me retiro hasta el Bambino. Me pide 25 centavos. Se los doy. Ahora hay un alboroto cerca del sanitario, forman un círculo. En el centro hay alguien, al cual echan aire. Está mareado. Dice que no ha comido nada en todo el día. Le trajeron café. Ya se siente mejor. El Bambino me trae dos galletas. Las rechazo. No tengo hambre aún. A pesar de que ya es de noche. El rubio sigue hablando:

–…El que me la va a pagar es ese  maldito cabo. Yo sé dónde vive. No te apure… lo voy a cogé’ asando batata…”.

El Bambino me advierte que eso puede perjudicar al rubio si el chivato lo oye y lo delata.

Abren la puerta otra vez. Entra un preso con una escoba. Detrás un oficial y el carcelero.

  • Van a pasá’ lita, me dice el Bambino.

–¡Atrá’ todos!, gruñe el sargento. – ¡Vamo’, pa’ trá! ¡De la raya pa’ trá!.

Retrocedemos. Empujándonos unos a otros. Hasta cruzar una raya que hay a la mitad del piso. Hace un rato no alcanzaba el espacio para todos. Ahora sobra la mitad. Estamos apretujados. Cada uno recibiendo el calor de los demás. “La’ niña’ se hicieron”, me dice el Bambino. Hay un gran silencio. Sólo se oye el ruido de la escoba del preso al barrer. El oficial hace un gesto al carcelero. Y éste grita:

  • ¡Atención a la lita! ¡José Santos!

    Leonardo Mercedes
  • Aquí señol.

De atrás avanza un preso por entre los demás y se coloca en el otro extremo de la prisión. En la parte ya barrida.

  • ¡Bien pegao a la pared!

Y sigue la lista.

  • ¡Luís Placencia!…

Y se va formando una fila, de espalda a la pared. Y luego otra. Y otra.

  • Manuel Aponte!

– Aquí, señor.

Voy a la tercera fila. El oficial nos observa en silencio. Solo se oye la voz del sargento. Y las rápidas respuestas. Ya terminó la lista. El oficial aún contempla todas las filas formadas de espalda a la pared. Ahora mira a su alrededor. Para las paredes. Al piso. Observa los tratos, da unos pasos y se inclina. Registra una funda. Luego otra más grande. Está requisando. Parece que busca armas. Un allanamiento en la propia cárcel. El sargento nos vigila. Ya el oficial terminó. Sale. El carcelero retrocede hasta la puerta, la agarra, nos mira y grita:

  • ¡Rompan fila!

Todos corren a las paredes. No entiendo por qué. Y colocan sus tratos nuevamente. Se sientan. O se acuestan. Yo, al igual que otros, he permanecido en medio de la prisión. Me hacen señas. Es el Bambino. Me ha reservado un sitio junto a la pared. Y me explica que a la hora de acostarse el que duerma en medio corre el riesgo de ser atropellado por los prisioneros que entran en la noche. O por los que vayan al sanitario. Ahora tengo hambre. De repente siento el estómago vacío. Y ya no hay nada que comer. Se lo digo al Bambino y pone el rostro preocupado. Se retira y vuelve con dos galletas. Abrieron la puerta nuevamente.

  • ¡Fernando Jiménez!
  • ¡Aquí, señor!

Es el rubio. El sargento lo mira detenidamente. Tiene un papel en la mano.

– ¿Ere’ tú el que le va a paltí’ el pecuezo a un cabo? ¡Ven! Que él te quiere ve.

–Va pa’ la solitaria”, me dice el Bambino. “Fue el calié que lo chivatió”.

Es ahí cuando comprendo para qué tienen un soplón en la celda. El Bambino me explica que las solitarias están debajo de la prisión. Apagaron la luz. Debemos dormir. Pero no puedo dejar de pensar en el chivato. Bambino tenía razón. Por la mañana discutiré con los compañeros la forma de descubrirlo. Para ver qué hacemos con él. Han vuelto a encender la luz. Entran a un viejo y a un muchacho. Se apagó la luz de nuevo.

  • ¡Hijoelagranputa!
  • ¡Prendan la lu’, coño!”. 
  • ¡Ay!
  • ¡El …azo ‘e tu madre!
  • ¡La tuya, hijuelagramputa!
  • ¡Déjenme domí’, coñazo!

Encendieron la luz otra vez. El viejo está borracho y ha vomitado. Eso causó la confusión. Se están limpiando varios presos. Se empujan. Se halan. Se agarran. El borracho no parece comprender la confusión que ha causado. De nuevo vacila. Se tambalea, pisa a otro preso, lo empujan, cae. Y apagan la luz.

  • ¡Denle una patá’ a ese aqueroso!
  • ¡Disciplina revolucionaria!
  • Dale disciplina a tu madre, cabrón!
  • ¡Prendan la lu’!
  • ¡Dale!
  • ¡No le dé!
  • ¡Coño!
  • ¡Degraciao!.

Por fin ha amanecido. Algunos duermen aún. No hay agua para asearse. Ahí vienen Amín Abel, Fabio y Leonardo Mercedes. Quieren hablarme. Acerca del chivato. También se acercan Plinio y el Bambino.

–Tengo un plan, –dice Amín– Vamos a tirar una bola para que el chivato la informe, así vigilamos a los sospechosos y quizás sorprendamos al hombre.

  • Está bien –Plinio interviene– pero, ¿cuál bola?
  • Que hoy van a tumbá’ al Gobierno –dice Leo.

El Chino Bujosa propone que hagamos una lista de los detenidos por las movilizaciones de la Universidad. Lo aceptamos. Aclaro, sin embargo, que di un nombre falso a la policía. Ahora llaman a la puerta:

  • ¡José Peralta!.
  • ¡Aquí señor!

Es el desayuno. Un enjambre de presos lo rodea. Pienso que debemos organizar la distribución de la comida, pues no sabemos qué tiempo estaremos aquí. Todavía no me han traído nada de casa. Es por lo del nombre falso. No me han encontrado. Se acercan Leo y el Bambino. Me señalan a “El que le dio la razón a Darwin y a Bemberria hablando. Es buena oportunidad para tirar la bola. Llamamos a Amín y nos acercamos hasta ellos. Simulamos continuar una conversación:

–… y así es. La Jugada es hoy a las 10 y media. Lo bueno es que la Policía no sabe nada. Se jodieron…

Y nos retiramos. Solo debemos esperar. Y vigilar. Ahora se oye un toque de corneta. Suben la bandera. Algunos presos trepan en latas y observan por la ventana, a través de las rejas. Plinio vigila al Jabao. Lo ve ir al sanitario y regresar. Ir a la ventana, agarrarse del borde y subir. Observar. Dejarse caer. Y dirigirse a la puerta. Volver. Se nota un poco inquieto. Plinio no le quita la mirada de encima. Vuelve al sanitario. Y regresa. Se sienta en el piso. Se acuesta. Y se calma.

El Bambino observa al Gordito. Este no se ha movido desde hace un rato. Ahora toma un pedazo de papel de una funda. Saca un lápiz de un pañuelo. Y comienza a escribir. Recostado contra la pared. Se detiene. Se nota pensativo. Mira a su alrededor. Con calma. Vuelve a escribir. Lentamente. Despacio. Su actitud es bastante sospechosa. Parece que ha terminado. Envuelve el papel. Lo guarda debajo de unos cartones. Y se recuesta más de la pared. Deslizando su cuerpo hacia adelante. Se ha tranquilizado. Pero el Bambino permanece vigilándole.

El Chino Bujosa mira a Bemberria. Un hombre fornido, alto. De pelo oscuro. Éste habla animadamente con otro preso. No parece sospechoso. Ahora va a la puerta y llama. Cuando llega el carcelero le dice algo en voz baja. Se retira. Y él permanece junto a la puerta. Ahora el carcelero coge una escoba. Se la entrega a Bemberria. Y éste comienza a barrer. El Chino se desconcierta. Y se retira.

Han traído muchos desayunos. Pero a mí no. Por lo del nombre. Ahora yo vigilo a “El que le dio la razón a Darwin”. Está tranquilo. Recostado sobre el hombro de otro preso. Oyendo una conversación. No veo nada sospechoso en él. Se acerca al Gordito. Y van al sanitario. Los sigo. Llegan hasta el sanitario. Entro y simulo esputar. Me parece que han cambiado la conversación, pues hablan de caballos. Cuando me volteo ya no están allí. Me apresuro en salir. Y los busco. Llego hasta la puerta. No los veo aún. Miro a mí alrededor. No están por ninguna parte. ¿Habrán salido? Sigo mirando y, de repente, los veo. Justamente al lado del sanitario. Recostados de la pared divisoria. Estaban debajo de mí. Y no los había visto. 

Ninguno de los sospechosos ha salido. Y son las nueve. Amín me mira con una mueca de escepticismo. Y Plinio me pregunta con un gesto de las manos. Mueve la cabeza negativamente. Ahora el Jabao va a la puerta y llama al carcelero. Cuando éste llega le dice algo. Y le entrega una cosa, por la reja. El carcelero se retira. Amín  me hace señas. Y nos acercamos. Él no lo nota. Llega el carcelero y le entrega un paquetito. Ya abierto el paquetito revela su contenido: galletas. Todavía no me han hecho llegar nada de casa. Ni siquiera Irene me ha encontrado. Pero la que tiene que estar desesperada es mamá. No debo pensar en eso. Ya son las diez y media. Y nada ha sucedido. Es evidente que no hemos descubierto al chivato. No ha informado. Tal vez no le hemos dado tiempo.

Ya son las cuatro de la tarde. Y no hemos descubierto al calié. Ahora abren la puerta. Entra el oficial de la noche anterior. Y el sargento. Éste trae un papel en su mano. Quizás sea una lista. ¿Nos libertarán? El oficial se pasa la mano derecha por la nuca. Su fría mirada revela que no ha venido a nada bueno. Pasea su mirada por toda la celda. Mira al techo, las paredes, el suelo. Al fin pregunta:

–¿Cuál es Manuel Aponte?.

“¡Coño!” Siento una descarga súbita de electricidad.

  • ¡Manuel Aponte, carajo!

  ¡Aquí señor! –Y avanzo al frente.

  • Ah… eres tú… –Se acaricia la barbilla.
  • ¿Y cuál es tu verdadero nombre?”

– Manuel Aponte, señor

–¡Cállese, coño! ¿A quién tu cree que va’ a engañá’? ¡Ven! ¡Camina!

Avanzo. Súbitamente el Bambino se interpone, me detiene e introduce su medallita en mi bolsillo.

  • ¿Qué van acé’ con él?
  • No te meta, si no quiere llevá’ tú también.

Y le da un empujón que lo hace rodar por el suelo. Me sacan de la celda y bajamos una escalera. Estrecha. Fría. Y tenebrosa. Entramos a un corredor oscuro. Parece un sótano. Vamos hacia la derecha. Nos detenemos.

  • ¡Encuérate, comunita del coño!

Me desnudo y quito los zapatos. Al quitarme el segundo recibo un golpe en la cabeza. Otro en la espalda y en el estómago… Caigo. Y siguen los golpes y patadas. En el pecho, la cara, la cabeza. Parece que son varios y tienen muchas manos.

  • ¡Eso e’ pa’ que de’ nombre falso, degraciao’”.

Más golpes.

  • ¡Ve a relajà’ a tu madre, pendejo!

Más golpes, en la frente, rodillas, espalda…

“Medio millón a la universidad”… “Esta lucha va a llegar a la guerra popular”… “Lucha de masas…”. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? Estoy mojado completamente y la cabeza me da vueltas. No veo nada y solo siento las consignas… “Lucha de masas por el presupuesto”… “Medio millón a la universidad”… Siento que una mano gigantesca me aprisiona todo el cuerpo al tratar de moverme… Ah… ya se. Me han dado una golpiza y estoy en solitaria… Lo que chorrea de mi cuerpo es sangre. ¡Estoy bañado en sangre! La solitaria es como un ataúd. Estoy mareado. Casi al perder el conocimiento de nuevo… “Medio millón a la universidad”… “Movilización en el seno del pueblo”… Seguramente el rubio estará cerca de mí. En otra solitaria. Allá arriba están los demás… Amín, Leo Mercedes, el Chino, Plinio, Bambino, Bemberria, el Jabao y otros. El Bambino tenía razón: un calié es peligroso dondequiera. En cualquier parte. ¿Cuál será el maldito calié?… “El pueblo unido jamás será vencido”… “Medio millón…”. Parece que alguien se acerca. Oigo un ruido. Ya están frente a mí. Tengo los ojos hinchados…

  • ¡Ponte la ropa!.

Me la arrojaron. Se cayó. La recojo del suelo. Está mojada… Ya me la he puesto. Ahora lo zapatos… No encuentro uno… Ah… Ya…

  • ¡Camina!

Me llevan afuera. A la celda. O a la Victoria. No lo sé. Subimos nuevamente la escalera. No puedo avanzar bien. Me apoyo de la pared.

  • ¡Camina, cabrón, no te haga el muelto!.

Me empujan. Ya pasamos la celda. Hay mucha  luz. El resplandor me agrede. Bajamos. Ya estamos en el patio. Estoy casi ciego. Después de tanta oscuridad, mucha luz es insoportable.

  • ¡Súbete!

Subo a un vehículo. Parece un jeep. A mi lado van otros. Quizás policías. O presos. El jeep no se ha movido. ¿Qué pasa ahora?… Me pareció oír mi nombre… Sí… alguien me llama desde afuera por mi propio nombre…

  • ¡Jimmy Sierra, comunita!…

Pero no veo bien. En vano trato de abrir los ojos… Se están riendo… Ahora me llaman por el nombre falso… Abro más los ojos… Están ya muy cerca… Frente a mí… Son policías. Pero sin uniformes… ¡Chivatos!… Siguen riendo… Abro más los ojos… Siguen llamándome… Esa voz me resulta familiar… La conozco… Sigue hablando…

  • Devuélveme la cosa que ya ta’ bueno de ayante”…

Es a mí a quien habla…

–¿No oye’? Devuélvemela, que donde tú va’ no la necesita…

No comprendo… Pero conozco esa voz…

–¿No entendite?… ¡Que me devuelva la medalla, pendejo!

5/4/69

“En el expediente policial se señala que los acusados lanzaron panfletos de tipo comunista e incitaron a las masas en contra del régimen legalmente constituido mientras demandaban el medio millón para la Universidad Autónoma de Santo Domingo”. El Caribe, 25/3/69. Pág. 13, Col. 1,143.