Yo sé, lo sé. Al público no le gusta que saque a la luz el yo banal. Esa que va a tiendas y se siente mareada. Es obvio (también es interesante enterarse de que tenemos público, lo cual agradezco inmensamente, pero permítanme soltar las cadenas al ogro).
Como seres humanos que leemos necesitamos ir profundo, o por lo menos sentirnos inspirados. Está permitido hablar de problemas, es fácil aceptar a alguien que se empecina en solucionar la vida, aunque no haya forma de hacerlo, sencillo aceptar a una mujer que llora o que se siente impotente. Sin embargo, saber algo insustancial, que no está a la altura de nuestro intelecto, no. No vinimos a leer perder el tiempo, tampoco queremos dejar pasar la oportunidad de decir algo al respecto. Aunque nunca hayamos hablado cuando quien escribe toma la pala y escarba profundo en sí misma, en la cotidianidad que la devasta.
Este ha resultado ser un hermoso ejercicio de exploración de la psiquis humana, también de autoanálisis, pues me pasa a menudo eso de ser intolerante con las conversaciones frívolas. Yo también quiero salir corriendo cuando después de una hora no se ha hablado de nada sustancial.
Quiero confesarme: solo soy un animal tratando de ser racional.
Hace tiempo quité las pantallas, escribiendo soy lo que surge en cada oportunidad. Los invito a hacer lo mismo, cuidándonos de no irrespetar (tanto), claro, solo me falto el respeto a mí misma o a alguno que tenga ojos de cristal.
Somos seres con tendencias a la negación, es usual poner parchos para no aceptar que somos un millar de personas desdobladas dentro de un solo cuerpo. Mi parte superficial es también el animal que lleva mi nombre. Ese que hace berrinches frente a las responsabilidades y ese ser que nunca está conforme con las cosas que le suceden, aunque sean buenas. Esas cosas son las que explotan y salen. Les pido excusas porque de vez en cuando esa parte contra la cual lucho se deja ver, sucede que a veces no sé qué decir debido al asombro de la realidad. Entonces la niña malcriada de 41 años se escapa por entre los barrotes y dice cosas, vence a la mujer madura.
¿Alguien ha tenido un encuentro cercano contra la voluntad de un niño?
Cualquiera de mis animales hablará. Todos. Aunque sea mi parte indignada la que más guste o el ser que se emociona con los atardeceres y deja mudos a todos los lectores. La mujer que hoy reina es la que pelea hasta con su sombra, dirigiendo la partitura del desencanto y la confrontación, ella es una de mis partes favoritas y a la que más dejo salir, en este cubículo al que llamo vida. Me encantan los días en que puedo gritar a mi antojo.
Para que no todo sea guerra, les dejo un poema.
Desafío a la vejez
Autora: Gioconda Belly
(tomado de la página web A media voz. http://amediavoz.com/belli.htm)
Cuando yo llegue a vieja
-si es que llego-
y me mire al espejo
y me cuente las arrugas
como una delicada orografía
de distendida piel.
Cuando pueda contar las marcas
que han dejado las lágrimas
y las preocupaciones,
y ya mi cuerpo responda despacio
a mis deseos,
cuando vea mi vida envuelta
en venas azules,
en profundas ojeras,
y suelte blanca mi cabellera
para dormirme temprano
-como corresponde-
cuando vengan mis nietos
a sentarse sobre mis rodillas
enmohecidas por el paso de muchos inviernos,
sé que todavía mi corazón
estará -rebelde- tictaqueando
y las dudas y los anchos horizontes
también saludarán
mis mañanas.