El colonialismo europeo fue uno de los procesos que sentó las bases del sistema internacional contemporáneo. Este proceso puede definirse como la dominación de un pueblo sobre otro. Desde sus inicios, la civilización europea había mostrado una tendencia a la expansión. Dicha expansión colonial se dio en tres fases. Para nuestro análisis, sólo nos interesan la segunda y la tercera, durante las cuales el proceso experimentó una profunda transformación: 1) La primera se extiende desde el siglo XV hasta fines del XVIII; 2) La segunda, desde comienzos del siglo XIX hasta 1885 aproximadamente; 3) La tercera, desde 1885 hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

Las causas de estos procesos son múltiples y complejas y, de alguna manera, se conjugaron para crear las condiciones apropiadas, las cuales, podemos resumir en cuatro: 1) Causas económicas: para la mayoría de los autores, fueron las más importantes en este proceso debido a que, tanto los intereses de producción como los comerciales, impulsaron a las potencias a buscar mercados y a ampliar sus redes económicas. Indudablemente, tanto la Revolución Industrial en Inglaterra, como los cambios experimentados por el capitalismo, fueron claves para la proyección colonial; 2) Causas políticas y nacionales: En este caso, los estímulos vinieron de la aspiración de las potencias de extender su poder y su prestigio militar y político, junto a ello, el fenómeno colonial era una forma de exhibir su patriotismo a nivel internacional, de mostrar sus capacidades estratégicas y de ampliar sus territorios. Este nacionalismo expansivo se manifestó claramente mediante las rivalidades coloniales y, con frecuencia, sirvió para afirmar la autoestima nacional, tanto de gobiernos, como de gobernados; 3) Causas sociales, morales y científicas: Muchos sostienen que estas causas están determinadas por la misión civilizadora que se impuso la sociedad europea a sí misma, en función de su convencimiento de superioridad. De hecho, en esta época existía la certeza de que los pueblos colonizados no sólo eran inferiores a los europeos, sino que tenían el derecho a ser civilizados por ellos. Por otra parte, las colonias resultaron atractivas para quienes buscaban puestos de trabajo, mejoras económicas o más prestigio social. En cuanto a los estímulos científicos, la curiosidad intelectual y geográfica sobre áreas exóticas y desconocidas atrajo a estudiosos de distintas disciplinas y a empresarios grandes y pequeños, dispuestos a financiar sus descubrimientos. Finalmente, grupos católicos y protestantes enviaban enormes cantidades de misioneros a evangelizar a las poblaciones aborígenes; 4) Causas y factores materiales: en este caso se alude a las facilidades económicas y tecnológicas que los europeos tenían a su disposición para llevar a cabo la conquista colonial. Si bien para algunos autores estas no fueron causas en sí mismas, sí constituyeron elementos que posibilitaron que el proceso se diera de forma más sencilla, rápida y eficaz.

Así, paulatinamente, después de las conquistas, los territorios coloniales quedaron sujetos a la estructura administrativa mediante la fuerza militar y el poder de las sociedades comerciales. En esta época no hubo importantes rivalidades entre las potencias coloniales y en muchos círculos, la expansión ultramarina no era una cuestión tan importante. Tampoco hubo doctrinas o justificaciones teóricas para legitimar la ocupación de tierras y poblaciones; simplemente se hacía. La llegada de los europeos al continente asiático se produjo a fines del siglo XV, pero recién a fines del XVIII se intensificó. Especialmente por la penetración hacia el interior del continente. Los intereses originarios se vincularon al comercio de especias, pero más adelante, se ampliaron notablemente hacia otros productos y actividades. Inglaterra llegó a la India en el siglo XVII y para el siglo XIX la incorporó oficialmente al Imperio Británico. Por su parte, Francia se extendió por el sur, en Indochina (lo que hoy son los países de Laos, Vietnam y Camboya), Holanda en Indonesia y Rusia en Asia central. En este caso, los territorios ocupados fueron los adyacentes a los mares Caspio y Negro, que fueron integrados a través del ferrocarril transcaucásico. Finalmente, a mediados del siglo XIX las potencias se organizaron y lograron penetrar en China y, después que Inglaterra ganara las Guerras del Opio, la obligaron a firmar los “Tratados Desiguales”, por los cuales debió abrir sus puertos al comercio occidental.