I: Necesidad vs. Libertad. Una de las afirmaciones más radicales de la tradición cristiana es que el hombre no es para el sábado, sino el sábado para el hombre. La traigo a colación en el contexto de Spinoza pues, su concepción de la libertad humana como necesidad retrotrae -sin para ello valerse de la tradición religiosa- a la preeminencia incondicional del sábado.
En efecto, puesto que la libertad del ser humano -de estar, de elegir, de realizar, de usufructuar y de compartir lo alcanzado por su propio arbitrio- no es otra cosa que la necesidad potencial de armonizarse con la totalidad de la naturaleza, en esa misma medida recobra valor la exigencia secular de la ley mosaica impuesta por vía del método geométrico espinosista.
Encriptado en el adagio axiomático (“Deus sive natura sive substantia”) de Spinoza, el hombre es para el sábado, es decir, para la sustancia o la naturaleza, ambas iguales a dios.
II: Consecuencias. Salvo prueba en contrario, de la interpretación anterior se siguen dos consecuencias. Primera, es objeto de debate el valor, el significado y el alcance de una “utopía materialista” en la que la única substancia natural de todo lo que existe, incluyendo el ser humano, se desenvuelve indivisiblemente por medio de seres que por eso mismo carecen de naturaleza propia y, por ende, de autonomía.
En ese tenor, conviene leer y releer de manera atenta y crítica la tesis doctoral de la profesora Elsa Saint-Amand Vallejo dado el dominio pedagógico que demuestra tener del tema para ponderar equilibradamente el alcance de su aporte.
La segunda consecuencia, aunque inaudita, no por ello es absurda. Una vez que Spinoza revierte el pensamiento occidental a su origen judío, concibe un inicio impersonal, pues la naturaleza espinosista no es personal, de modo que Yahvé (”Yo soy el que soy”) no es un “yo” ni algo que pueda reconocerse a sí mismo. A partir de esa concepción, el método geométrico, por medio del cual expone su sistema conceptual, reduce todo a la única sustancia inmanente que consume cuanto integra y agota en sí misma.
Pero, al trasponer y mutar esa concepción metafísica al terreno cotidiano de la vida contemporánea, ¿qué acontece?
III. Realidad metafísica. Respondiendo, surge una correlación simbólica, analógica, entre la substancia espinosista y el o los tantos sistemas operativos que rigen de manera normativa nuestra civilización.
En todos los casos, cada sujeto humano y cada objeto particular tienen que comportarse haciendo lo único que pueden hacer, so pena de permanecer insubstanciales, inmateriales, en tanto que incompletos e irrealizados. Y, en la medida en que cada uno cumple su cometido, se evidencia el ordenamiento o programa predeterminado.
Tómese un ejemplo de la vida cotidiana, algo tan sencillo como suministrar información en un formulario de solicitud de algún servicio. El formulario preexiste a la solicitud. Si queremos modificar el orden de las respuestas, el alcance de éstas, o incluso los términos que contiene, no podemos. El sistema informático no acepta modificaciones, a no ser que estén previstas y predeterminadas.
Sirva ese ejemplo para retornar una vez más a Spinoza y su adagio axiomático: dios como substancia o como naturaleza.
Así como en cada casilla del susodicho formulario tenemos que poner únicamente lo ahí previsto y programado, sin tomarnos ninguna libertad al respecto, -pues en todo momento no se hace otra cosa que no sea imitar lo que acontece al armar un rompecabezas, en el que cada pieza configurada de manera exclusiva solo puede ser puesta en la única posición formal que le corresponde ocupar en el tablero- del mismo acontece con la necesidad que potencialmente agota la libertad humana ante la única substancia o naturaleza.
Ni la información del formulario, ni la pieza del rompecabezas, pueden ponerse arbitrariamente en un sitio que no sea el suyo, del mismo modo que tampoco la libertad de cada sujeto humano puede hacer lo que quiere sino lo que puede, y solo puede lo que por necesidad tiene que hacer.
La enseñanza de la ética de Spinoza nos confronta así con la conversión metafísica de la realidad, de manera que el orden natural de todas las cosas se imponga porque solo puede ser así.
Valiéndome nuevamente de un ejemplo evangélico, al igual que al apóstol Judas se le ordenó que hiciera lo que tenía que hacer, como si no hubiera mediado su propia decisión al entregar a Jesús, del mismo modo, ante la substancia de Spinoza a cada uno de nosotros no le queda otro derrotero a seguir que no sea someternos resignadamente a hacer lo que tenemos que hacer.
El dios espinosista, como todo sistema de algoritmos que ordena procesos y alimenta la inteligencia artificial, no es más que lo que él es, pues cada ser humano y todos juntos no dejan de ser mera “afección” encadenada, entre muchas otras, a su propia infinitud e indivisibilidad. Por eso todo deviene lo que siempre ha sido, una única e indivisible naturaleza o substancia.
IV. Conclusión. Por vía de consecuencia, cualquier protocolo y programa sistemático con sus procesos, e incluso la experimentada inteligencia artificial y su consecuente expresión como cuarta revolución industrial, todos igualmente abstractos y concretos a la vez, restringen, -por no decir que utilizan y al mismo tiempo abolen-, las decisiones humanas cuantas veces éstas corren independiente del designio que termina imponiéndose sin ningún miramiento.
De manera análoga, acontece con la substancia espinosista. Desde que la reconoció en los albores de la filosofía moderna, Spinoza prescindió, tanto del Dios de sus padres, como de la libertad con que fueron creados todos los seres humanos expulsados del paraíso terrenal.
Por mi parte, admirado del nuevo y celoso dios -equivalente a la única naturaleza inmanente o verdadera substancia monista- no juzgo ni me pronuncio sobre la última razón de ser de la obra de Spinoza, aunque sí debo concluir lo siguiente: más que precursor de una utopía inherente a lo que asumimos ser el régimen democrático del mundo político contemporáneo, él es el primer y único previsor y pensador sistemático del mundo futuro en el que ya entramos.
Quizás fue por eso que se le han atribuido todo tipo de crímenes atroces e ideas inmorales. Lessing llegó a decir un siglo después de la muerte de Spinoza, acontecida en 1677, que las personas todavía lo trataban “como un perro muerto”.
A pesar de todas las calumnias proferidas en su contra, la filosofía espinosista sigue siendo un monumento al noble espíritu que la concibió como visionario de un futuro en el que avanzamos hoy. Ese gran espíritu del insigne maestro sefardita Baruch Spinoza trasluce como luz en la letra de sus escritos:
“El hombre es un Dios para el hombre. (…) Dejemos por lo tanto a los sátiros que en el fondo de sus corazones se rían de los asuntos humanos, dejemos a los teólogos vilipendiarles y dejemos las alabanzas melancólicas. Dejémosles despreciar a los hombres y admirar a las bestias, a pesar de todo, los hombres aprenderán de la experiencia que pueden procurarse ayuda mutua más fácilmente de lo que necesitan y uniendo sus fuerzas evitarán los peligros que les rodean: para decir nada de cuanto vale nuestro conocimiento, para tener en consideración los actos de los hombres y no los de las bestias.”