En el artículo anterior, expuse cómo Spinoza contravenía el dualismo clásico entre cuerpo y alma, materia y espíritu. Para superar tal dualismo, el filósofo y pulidor de lentes holandés dependía de lo que pasa a ser su afirmación axiomática por excelencia: Deus sive substantia sive natura (Dios como substancia o como naturaleza).
Ante tal afirmación, detengamos la exposición y, por árida que sea la respuesta, abordemos esta pregunta: ¿qué entiende él por substancia?
I: Substancia. Así como en el monoteísmo judío solo hay un Dios, en el pensamiento de Spinoza únicamente es y existe una substancia.
«Por substancia entiendo aquello que es en sí y se entiende por sí; es decir, aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa del que se tenga que formar».
Salvo prueba en contrario, de esa condición solamente es un ser superior, tenido por diversas tradiciones religiosas -entre ellas la judía– como Dios personal (“Yo soy el que soy”) o en otras como un elemento impersonal o fuerza natural. En cualquier escenario, la substancia espinosista es divina en tanto que infinita, necesaria, incondicionada en sí misma y condición de todo de lo que existe.
Si a eso se añade este axioma: «Todo lo que es, o es en sí o en otro», es fácilmente deducible que frente a la substancia, que es lo único que es en sí, no se da ninguna otra puesto que todo ser fuera de ella queda reducido a la condición de mero accidente. Por eso, para Spinoza solo hay una substancia y ésta, dentro de sí misma, contiene todos los atributos del pensamiento y del ser.
Por motivos didácticos diría que su universo conceptual no es judío, pues no asume un Dios de naturaleza personal. Tampoco es de raigambre griega, dado que el panteón ateniense está poblado de múltiples dioses personales y de rasgos antropomórficos. Y mucho menos cristiano, dado que en este universo la divinidad es una y trina y la libertad de cada sujeto humano no es dependiente y no se reduce a la de ninguna de las personas divinas.
De su lado, el celoso aunque impersonal dios, naturaleza o substancia espinosista queda enclaustrado en el argumento ontológico de Descartes. Lo que piensa que es infinito y eterno tiene que existir en todo lo que se actualiza empíricamente. De no ser así, la substancia que concibe como eterna e infinita no entrañaría todo el potencial necesario del que deriva el surgimiento actual de los fenómenos que verificamos en el universo material.
La diferencia entre ambos autores está en que Descartes piensa un Dios personal y frente a Él un yo autónomo que piensa, empero, Spinoza lo reduce todo a una substancia o dios de naturaleza impersonal y sin nada que le sea alterno, autónomo, exterior.
En conclusión, me temo que en el infinito y eterno mundo conceptual de Spinoza, no queda espacio para un sujeto in-dependiente, provisto de libertad y voluntad subjetiva, pues solo concibe lo que existe en tanto que continuum en potencia de la única Substancia.
“La substancia absolutamente infinita es indivisible. En efecto, si fuera divisible, la partes en que se dividiría, retendrían o no la naturaleza de la substancia absolutamente infinita. Si se admitiera lo primero, se darían, en consecuencia, varias substancias de la misma naturaleza, lo que es absurdo. Si se admitiera lo segundo, la substancia absolutamente infinita podría, pues (como señalamos antes), dejar de ser, lo que también es absurdo. De esto se sigue que ninguna substancia, ni, por consiguiente, ninguna substancia corpórea, en cuanto substancia, es divisible. Que la substancia sea divisible se entiende aún más sencillamente por el solo hecho de que la naturaleza de la substancia no puede concebirse sino como infinita y de que por parte de una substancia no puede entenderse otra cosa que una substancia finita, lo que implica manifiesta contradicción”.
De modo que el pensamiento no goza y tampoco puede tener una existencia separada de la substancia (materia). Es tan solo un atributo de la materia organizada de una forma determinada; no hay naturaleza sin dios ni cuerpo sin inteligencia, o viceversa en ambos casos, pues ambos extremos son lo mismo.
“Consecuentemente la cosa pensante y la cosa extensa son una y la misma substancia, que es entendida a través de ésta y no a través de ese atributo…”.
Todavía con otros términos, pensamiento y materia son “una y la misma cosa, pero expresada de dos formas distintas”.
Así, pues, circunscritos por una sola substancia actual y en potencia, todo está en la substancia y, necesariamente, solo ella está y es todo.
II: La necesidad. En ese marco de referencia conceptual, la clave de interpretación del pensamiento de Spinoza reside en la necesidad. Sin ella no se explica cómo acontece la conjunción pendiente del todo “y” las partes.
La necesidad espinosista es inherente a la potencia intrínseca a todo ente substancial y se pone en movimiento a modo de causa cuantas veces procura su integración armoniosa a todo y en todo.
Esto lo explica Spinoza en función del ordine geométrico de todo ser. En efecto, el ser se estructura geométricamente y por eso lo que lo causa son rationes. Esto se evidencia en las proposiciones espinosistas sobre la causalidad que suponen una emanación geométrica del mundo a partir de dios, es decir, de la naturaleza o, lo que es igual, de la substancia.
¿Cómo se genera aquel orden geométrico? La explicación de Spinoza es ingeniosa. Toda cosa particular y finita que posee una existencia determinada no puede existir ni ser determinada para la acción, a menos que otra causa no la ponga en la existencia y la impele a obrar. Esa causa intermediaria a su vez es finita y posee una duración determinada, en consecuencia, debe ser también determinada por otra causa y así in infinitum.
Hasta ahí, en cierto sentido, Spinoza convive con el universo causal de Aristóteles. Pero se trata solo de un espejismo. Para aquél no hay causa final ni finalidad. No hay ni puede concebirse racionalmente voluntad ni finalidad alguna en la naturaleza. «Todas las causas finales no son más que invenciones de la fantasía de los hombres».
En el mundo geométrico de Spinoza la ingravidez de la substancia anticipa afirmaciones existenciales de finales del siglo XIX y los subsiguientes XX y XXI. No hay libertad subjetiva ni libre albedrío que dote de sentido a lo que necesariamente tiene que acontecer en medio de una noche en la que se ha borrado cualquier finalidad u horizonte de sentido. No es que Dios haya o no muerto, es que no hay un orden teleológico que lo justifique. Ni la voluntad del hombre es libre, pues está determinada dentro de la serie causal infinita de la única substancia, ni lo es tampoco la voluntad de un Dios judío creador de lo que Él no es.
De ahí que el pensamiento teológico judío y el teleológico aristotélico y tomista son irrelevantes e incapaces para discernir y concebir la substancia natural y divina del filósofo descendiente de judíos sefarditas.
«La voluntad es tan sólo cierto modo de pensar, como el entendimiento, y por ello cada una de las voliciones no puede existir ni ser determinada a obrar si no es determinada por otra causa, y ésta, a su vez, por otra, y así sucesivamente in infinitum […], y por ello no puede decirse causa libre, sino solo necesaria o forzada (coacta). […] Se sigue en segundo lugar que la voluntad y el entendimiento se relacionan con la naturaleza de Dios lo mismo que el movimiento y el reposo, y absolutamente como todas las cosas naturales. […] Por consiguiente, no pertenece más a la naturaleza de Dios la voluntad que todas las demás cosas naturales, sino que con ella se relaciona del mismo modo que el movimiento y el reposo y todo lo demás que ya hemos demostrado seguirse por necesidad de la divina naturaleza».
Pero, si la necesidad en tanto que causa forzada es el motor de todo y todo se da por coacción, ¿por qué no resulta una única totalidad de naturaleza totalitaria en tanto que preexistente desde siempre? ¿Acaso no es esa la verdad última de todo ser que alcanza su actualización potencial e integración armoniosa en una totalidad forzada por necesidad, es decir, no por una causa tan eficiente como para crear algo diferente a sí misma y tampoco final como para lograrlo?
Responder esas y otras preguntas a propósito de la substancia espinosista requiere de un espacio con el que no cuento aquí. Baste con decir por el momento que en juego está qué pueda acontecer una vez ese pensamiento metafísico a propósito de una substancia que todo lo engulle, sea traspuesto al plano político del Estado político.