Ayer, lunes festivo, el periódico el Día, al cual se le nota un remozamiento inteligente que da un buen balance entre su información y la gran cantidad de anuncios que recibe, publica una curiosa información diciendo que los policías dominicanos están fuera de forma y lo ilustra con una  curiosa fotografía de unos cuantos uniformados ya no tan jóvenes, incluyendo una mujer, con sus caras buchúas y las barrigas prominentes, que proyectan una imagen de cuerpos con la falta de la agilidad y movimiento que se les debe suponer para el desempeño de sus funciones.

Desde luego este exceso de grasas no serán porque se papean en buenos restaurantes o por el caviar, el salmón o los  angus beef importados que puedan comer, alimentos estos que poseen muchas proteínas productoras de sana energía, pues sus magros sueldos  no les permiten ni siquiera soñar con ellos, y si lo hacen se pueden convertir estos deseos en verdaderas pesadillas.

Más bien, pensamos, que esos chichos en cintura y esos mofletes abultados en mejillas son producto de una excesiva cantidad de carbohidratos provenientes de numerosos  volteos de arroz, calmantes de panzas vacías, de las habichuelas casi diarias y el pollo, cuando aparece, regado con grasas peligrosas y amigas del colesterol malo, que es la dieta común y casi permanente de quienes tienen los bolsillos son escasos o escasísimos, como suceder en las clase de alistados y grados cercanos.

También son causantes de esa incipiente obesidad, suponemos, la falta de actividad física regular, el no correr un paquete de kilómetros cantando disparates a coro, saltar zanjas con agua, pasar a toda velocidad por troncos estrechos, subir paredes con cuerdas, hacer docenas de lagartijas, y todos esos ejercicios que vemos en las películas americanas de marines donde siempre hay un sargento, hijo de su madre, que les hace pasar todos los castigos y  calamidades posibles. Los tiempos no están para ensuciar y romper uniformes a cada rato, pues los pocos que se tienen hay que lavarlos y coserlos en casa.

Tampoco podemos olvidar las nuevas tecnologías y la permanente escasez de medios materiales que padecen nuestros cuerpos del orden que favorecen una vida profesional más sedentaria. ¿Quién en su sano juicio  va a perseguir a pie o corriendo, con estos calores, a unos malones que va montado en tremenda yipeta con ametralladoras? Eso de correr era antes, cuando se iba tras los rateros o los ladronzuelos, a veces bien conocidos o hasta v ecinos,  por los barrios volando las paredes de los patios, y eso ya pasó a la historia.

Y si no hay gasolina o los carros patrulleros están en los diques de reparación, cosa frecuente por esos litorales nuestros, tampoco es cosa de ir caminado a Boca Chica, o incluso coger una voladora, para arrestar a unos peligrosos narcos. Así que por una cosa o por otra, además del inexorable efecto de los años, los abdómenes de los policías  van creciendo en detrimento de su rapidez corporal.

Pero no hay por qué preocuparse demasiado. Ahora ya hay GPS, comunicación inalámbrica muy efectiva, cámaras de vigilancia por todos los sitios, drones espías y chivatos, grilletes para presos y detenidos con señales a distancia, sistemas de reconocimiento de personas avanzados…

Así, que si tenemos policías con barrigas no debe preocuparnos demasiado, lo que sí es importante es que engrosen sus cerebros para asimilar y practicar con eficacia todos estos inventos al servicio de la seguridad ciudadana. Claro, que para ello es necesario engordar -y mucho-  sus sueldos, porque inteligencia y vida digna tienen estrecha relación.