Revelador el estudio llevado a cabo y presentado por el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo sobre los resultados del acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos y Centroamérica, conocido como DR-CAFTA.
El tratado de se firmó a última hora y casi a la carrera, con la precipitación e imprevisión que nos resulta habitual. Hubo de por medio una fuerte y en gran medida descarada intervención del entonces embajador estadounidense en el país, el portorriqueño Hans Hertell, para presionar la firma del mismo, llegando al extremo de influir de manera directa en la votación del Congreso.
Mediante el acuerdo regional, se negoció el desmonte arancelario gradual de toda una serie de artículos de importación, principalmente de factura estadounidense, que entrarán en competencia con los de producción nacional en la medida en que aquellos se vayan desgravando y entrando al país sin pagarderechos aduanales.
Hubo resistencia al tratado, sobre todo en el caso de los productos del agro que tendrán que sufrir la competencia desleal de similares importados, producidos por cosecheros que gozan de exenciones, subsidios y facilidades de que carecen los nuestros que quedarán en situación de franca desventaja.
Voces autorizadas lanzaron repetidas clarinadas de alerta sobre los efectos negativos que el tratado tendría para nuestro comercio exterior, principalmente los Estados Unidos, nuestro principal cliente y abastecedor, cuyo intercambio arrojaba hasta entonces un saldo favorable para el país.
Los números, con mayor contundencia que las palabras, reflejan la realidad de ese pronóstico. El estudio a que hacemos referencia establece que si bien a partir de la vigencia del tratado, nuestras exportaciones se han diversificado –no necesariamente por causa del mismo, sino sobre todo por la caída de la fabricación y ensamblaje de productos textiles– las mismas, en cambio, en términos absolutos, han perdido terreno.
Así, de un superávit a nuestro favor de 317 millones de dólares que en el 2005 arrojaba nuestro intercambio comercial con los Estados Unidos, para el 2013, la situación se había revertido al punto de que teníamos un déficit acumulado en ese momento de 2,215 millones, consecuencia de la notable brecha abierta entre nuestras ventas y compras a ese mercado. El saldo con Centroamérica, que ya era negativo de antes, sigue siéndolo al presente.
Hecho significativo es que durante ese tiempo el sector agrícola y agroindustrial dominicano elevó sus exportaciones al mercado estadounidense, llevándolas de 479 millones de dólares en el 2005 a 917 en el 2014.
Paradójicamente, sin embargo, ese mismo sector es que figura como más expuesto en la medida en que se vaya desmontando la tasa arancelaria sobre los productos importados dentro de los plazos establecidos para cada renglón agrícola. Una situación que resulta particularmente gravosa en el caso del arroz, nuestro principal cultivo. Este es el que mueve mayor cantidad de recursos, el de mayor participación en el PIB y que emplea mayor cantidad de mano de obra.
En días recientes, el ex embajador en Washington y actual en Quatar, el economista Hugo Guiliani, al término de un acto celebrado en la Fundación Corripio, donde presentó un libro de su autoría en que recoge sus experiencias mientras representó al país ante el gobierno estadounidense, se refirió al tratado que le tocó diligenciar pero en cuya negociación no participó, manifestando su desacuerdo con el mismo. Muchos, sobre todo una gran mayoría de agricultores y ganaderos, piensan igual.
No faltan críticos que reprochen el hecho de que nuestros productores no se han preparado adecuadamente para competir. Posiblemente haya algo de razón. No es cualidad nuestra ser previsores. Pero no podemos olvidar las condiciones adversas que enfrentan. Baste señalar altos costos de energía, transporte terrestre y fletes marítimos; a veces, aunque ya no tanto, excesivos y dilatados trámites burocráticos.Ya de por sí constituyen serias desventajas.
¿Cuál será el futuro que espera a los productores nacionales en la medida en que avancen los plazos de desgravación del Tratado? Hay amplia coincidencia de criterios por parte de los más entendidos en la materia de que luce si no del todo sombrío, al menos bastante preocupante: con la perspectivas de una avalancha de artículos importados subsidiados o a menor costo de producción invadiendo el mercado nacional, en condiciones de irresistible competencia desleal, lo cual se reflejará negativamente sobre la estabilidad de las empresas nacionales, el sostenido crecimiento económico y la necesaria expansión del mercado laboral.
Quizás sea un pronóstico excesivamente pesimista. Pero en todo caso, vale la pena tomarlo como base con vistas a prepararnos, gobierno y sector productivo, para esa eventualidad, de tal modo que como en tantas ocasiones anteriores no nos tome desprevenidos pese a ser una guerra avisada con mucha anticipación.