En un artículo publicado el pasado sábado 18 de mayo en el Listín Diario, Matías Bosch recurrió al llamado Síndrome de Estocolmo para explicar por qué 30 por ciento de la población encuestada por la Gallup-HOY en abril dijo que Joaquín Balaguer era el político más admirado.

Quizás el dato resultó inconcebible, y para explicarlo, Bosch utilizó un argumento sicológico. En pocas palabras, el Síndrome de Estocolmo se refiere a un acercamiento emotivo entre opresor y oprimido, y recibe este nombre porque la situación se codificó a partir del secuestro de un banco en Estocolmo donde se produjo una inesperada empatía entre rehenes y secuestradores.

Según Matías Bosch, el pueblo dominicano no ha podido liberarse de la subyugación balaguerista porque no ha hecho la terapia necesaria para superar su síndrome opresivo.

Sin duda, todo régimen político represivo tiene consecuencias en la siquis del pueblo, y así sucedió con el trujillismo y el balaguerismo. Pero recurrir al Síndrome de Estocolmo para explicar la admiración que 30 por ciento de la población expresa por Balaguer presenta un problema fundamental: libera de culpa a actores políticos claves que pudieron haber impulsado grandes reformas y no lo hicieron. Además, el dato no es nuevo, la masa conservadora devota de Balaguer ha estado siempre alrededor de ese porcentaje.

El problema no es la subyugación sicológica del pueblo dominicano por falta de terapia liberadora, sino que cada proceso de inspiración transformadora ha sido boicoteado por los sectores conservadores históricamente afines al balaguerismo, inclusive cuando llegaron al poder los partidos que en el pasado se definieron como anti-balagueristas: ahí están el PRD y el PLD.

Desde 1978, inicio de la apertura democrática, el PRD fue de mal en peor. Inspiró la ilusión democrática, vital para superar la opresión, pero poco después de iniciar gobierno, el descontento y el divisionismo abundaba, y facilitaron así el retorno de Balaguer en 1986. Si el PRD hubiese impulsado un programa económico para sacar el país del atraso y la desigualdad, y hubiese afincado la democracia, otra sería hoy la situación. Luego, en 2002, cambiaron la Constitución al vapor para promover la reelección de Hipólito Mejía y declararon a Balaguer “Padre de la Democracia”.

Con diez años más en el poder, Balaguer congeló todo intento de cambio, pero además, a fines de la década de 1980, el pueblo no tenía resorte político porque el PRD había fracasado.

Luego llegó el PLD, no por votos propios, sino porque el boicot de Balaguer a José Francisco Peña Gómez lo llevó a apoyar al PLD en 1996. El conservadurismo triunfó con el Frente Patriótico y el único líder de masas que ha producido el país murió poco después.

Desde el trono, el PLD hizo del balaguerismo un aliado, y una vez muerto Balaguer, los reformistas fluyeron hacia el gobernante PLD.  Leonel Fernández se convirtió en el hombre de confianza de los sectores conservadores, y al igual que el otrora caudillo, promovió el crecimiento y la acumulación sin redistribución. Hizo alardes de constitucionalismo para crear instituciones nuevas que no han traído nada nuevo, y cambió la Constitución con un objetivo central: volver.

El pueblo dominicano no es un rehén aferrado sicológicamente a su verdugo. En República Dominicana hay una élite económica, política y social conservadora, siempre lista para dominar el país, sea con Balaguer, el PRD o el PLD; y hay una masa conservadora que admira a Balaguer. La admiración por Juan Bosch y Peña Gómez, que en su momento representaron el ala política progresista, es 36 por ciento según la Gallup-HOY, pero está dividida, como estuvieron ellos.

Artículo publicado en el periódico HOY.