UNO DE los versos más famosos de la poesía alemana es “No me saludes bajo los tilos”.

El poeta judío-alemán Heinrich Heine le pide a su amor que no le saque los colores en público al saludarlo en la calle principal de Berlín, llamada “Unter den Linden” (Bajo los Tilos).

Israel está en la situación de este amante ilícito. Los países árabes están teniendo un amorío con él, pero no quieren que los vean en público.

Sería demasiado embarazoso.

EL PRINCIPAL país árabe en cuestión es Arabia Saudí. Desde hace algún tiempo, el reino del petróleo ha sido un aliado secreto de Israel, y viceversa.

En la política, los intereses nacionales suelen triunfar sobre las diferencias ideológicas. Así es en este caso.

La zona llamada por los occidentales como el “Oriente Medio” está polarizada en dos campos, dirigidos respectivamente por Arabia Saudí e Irán.

El arco norte consiste del Irán chií el Iraq actual con su mayoría chií, el territorio principal de Siria controlada por la comunidad alauí (cercanos a los chiíes) y el Hezbolá chií en el Líbano.

El bloque Sur, dirigido por la Arabia Saudí suní, se compone de los estados suniés de Egipto y los principados del Golfo. En una forma solapada, estos están conectados con el califato islámico suní, el Daesh o Isis, que se ha ubicado entre Siria e Irak. Con excepción de Egipto, que es tan pobre como un ratón de mezquita, todos ellos son ricos que apestan a petróleo.

El arco norte tiene el apoyo de Rusia, que ahora le ha dado a la familia Assad en Siria un impulso militar masivo. El bloque sur tuvo el apoyo hasta hace poco de Estados Unidos y sus aliados.

SE TRATA de un cuadro ordenado, como debe ser. A la gente en todo el mundo les disgusta las situaciones complicadas, particularmente si hacen que sea difícil distinguir entre amigos y enemigos.

Tomemos a Turquía. Turquía es un país suní, anteriormente secular, pero ahora gobernado por un partido religioso. Por lo tanto, es lógico que apoye en silencio al Daesh. Turquía también lucha contra los kurdos sirios, que luchan contra Daesh, y que están aliados con la minoría kurda en Turquía, considerada por el gobierno turco como una amenaza mortal.

(Los kurdos son un pueblo aparte, ni árabes ni turcos, que están divididos entre Irak, Irán, Turquía y Siria, y en general son incapaces de unirse. En su mayoría son suníes.)

Estados Unidos está luchando contra la Siria de Asad, que tiene el apoyo de Rusia. Pero EE.UU. también está luchando contra Daesh, que está luchando contra la Siria de Assad. Los kurdos sirios están luchando contra Daesh, pero también contra las fuerzas de Asad. El Hezbolá libanés apoya firmemente a Siria, un enemigo tradicional del Líbano, y mantiene el régimen de Asad con vida, mientras que lucha contra Daesh, al lado de EE.UU., un enemigo mortal de Hezbolá. Irán apoya a Assad y lucha contra Daesh, al lado de EE.UU., Hezbolá y los kurdos sirios.

¿Qué esto no tiene sentido para usted? Pues no está solo.

Recientemente, EE.UU. cambió su orientación. Hasta entonces, la imagen estaba clara. EE.UU. necesitaba el petróleo saudí, tan barato como el Rey pudiera suministrarlo. También odiaba a Irán, desde que los islámicos chiíes sacaron del poder al shah de los shas de Irán, un títere de Estados Unidos. Los islamistas capturaron a los diplomáticos estadounidenses en Teherán y las mantuvieron como rehenes. Para rescatarlos, EE.UU. proporcionó armas al ejército iraní, a través de Israel (a esto se le llamó el “Irangate”). Irán estaba en guerra con Irak, que estaba bajo la dictadura suní de Saddam Hussein. Los estadounidenses apoyaron a Saddam contra Irán, pero más tarde invadieron Irak, lo colgaron, y le entregaron Irak a Irán, su enemigo mortal.

Ahora EE.UU. está repensando la situación (si es que todo este lío tiene algo que ver con el “pensamiento”). Su tradicional alianza con Arabia Saudí contra Irán ya no parece tan atractiva. La dependencia de Estados Unidos del petróleo de Arabia no es tan fuerte como antes. De repente, la tiranía religiosa saudí no se ve mucho más atractiva que la democracia religiosa iraní y su atractivo mercado que le hace señas. Después de todo, frente a los 20 millones de saudíes nativos hay 80 millones de iraníes.

Por eso ahora tenemos un acuerdo entre Estados Unidos e Irán. Se levantan las sanciones occidentales contra Irán. Parece el comienzo de una hermosa amistad, que amenaza con dejar las multitudes de príncipes saudíes hirviendo de ira y temblando de miedo.

¿DONDE encaja Israel en este lío? Bueno, es parte del desastre.

Cuando Israel se estableció, en medio de una guerra con los árabes, el gobierno favoreció a algo que se llamaba “la alianza de las minorías”. Esto significó la cooperación con todos los factores periféricos de la región: los maronitas en el Líbano (los chiíes eran desdeñados e ignorados), los alauíes en Siria, los kurdos en Irak, los coptos en Egipto, los gobernantes de Irán, Etiopía, Sudán del Sur, Chad, y así sucesivamente.

Y, en efecto, hubo algunas conexiones flojas con los maronitas. El Irán del shah se convirtió en un estrecho aliado, si bien medio secreto. Israel ayudó al shah a construir su policía secreta, y el shah permitió que los oficiales israelíes pasaran por su territorio con el fin de unirse e instruir a los rebeldes kurdos en el norte de Irak  ̶ hasta que, finalmente, el shah hizo un trato con Saddam Hussein.

El shah también se convirtió en un socio en el oleoducto que trajo el petróleo persa de Eilat a Ashkelon, en vez de atravesar el Canal de Suez. (Una vez pasé un día construyendo esa línea, que sigue siendo una empresa conjunta israelo-iraní, sujeta al arbitraje.)

Ahora la situación es muy diferente. La brecha entre chiíes y suníes (sobre la sucesión del profeta Mahoma), que había estado durmiendo durante muchas generaciones, ha salido a la luz una vez más, sirviendo, por supuesto, a intereses muy mundanos.

Para los saudíes, su competencia con Irán por la hegemonía en el mundo musulmán es mucho más importante que la vieja pelea con Israel. De hecho, hace años los saudíes publicaron un plan de paz que se asemeja a los planes presentados por las fuerzas israelíes de la paz (incluyendo el mío). Fue aceptado por la liga árabe, pero rechazado por el gobierno de Ariel Sharon y olvidado totalmente por gobiernos israelíes sucesivos.

Los asesores de Benjamín Netanyahu presumir de que nunca se tiene la situación geopolítica de Israel ha sido mejor de lo que es ahora. Los árabes están ocupados con sus peleas. Muchos países árabes quieren fortalecer sus lazos secretos con Israel.

Los lazos con Egipto no son ni siquiera un secreto. El dictador militar egipcio coopera abiertamente con Israel estrangulando la Franja de Gaza, con sus cerca de dos millones de habitantes palestinos. La Franja está gobernada por Hamás, un movimiento que el gobierno egipcio dice que está conectado con su enemigo, Daesh.

Indonesia, el país musulmán más grande del mundo, está a punto de tener relaciones abiertas con nosotros. Los vínculos políticos o económicos de Israel con la India, China y Rusia son buenos y en crecimiento.

El pequeño Israel es considerado un gigante militar, un poder tecnológico, una democracia estable (al menos para sus ciudadanos judíos). Enemigos como el movimiento BDS son irritaciones menores. Entonces, ¿que anda mal?

AQUÍ ES donde regresamos a los tilos. Ninguno de nuestros amigos árabes secretos quiere que nos saludemos abiertamente. Egipto, con el que tenemos un tratado de paz oficial, ya no acoge a los turistas israelíes. Se les aconseja no ir allí.

Arabia Saudí y sus aliados no quieren tener relaciones abiertas y formales con Israel. Por el contrario, continúan hablando de Israel como en las peores etapas de rechazo árabe.

Todos ellos apuntan a la misma razón: la opresión del pueblo palestino. Todos dicen lo mismo: que las relaciones oficiales con Israel vendrán sólo después del final del conflicto palestino-israelí. Las masas de los pueblos árabes de todo el mundo están demasiado involucrados emocionalmente con la situación de los palestinos para tolerar relaciones oficiales entre sus gobernantes e Israel.

Todos estos gobernantes adoptan las mismas condiciones, las cuales fueron presentadas por Yasser Arafat y que se incluyen en el plan de paz de saudí: un estado palestino libre junto a Israel, fronteras mutuamente acordados basados en las líneas de junio de 1967 con intercambios menores de territorio, un acordado “retorno de los refugiados” (“acordado” con Israel, es decir, a lo sumo un retorno simbólico de un número muy limitado).

Los gobiernos israelíes nunca han respondido a este plan. Hoy, bajo Benjamín Netanyahu, están más lejos de estas condiciones de paz que nunca. Casi todos los días nuestro gobierno promulga leyes nuevas, amplía los asentamientos, toma medidas y hace declaraciones que empujan a Israel más lejos de cualquier paz que los países árabes pudieran aceptar.

LAS GENERACIONES futuras mirarán esta situación con asombro.

Desde la fundación del movimiento sionista, y sin duda desde la creación del Estado de Israel, los israelíes han soñado con superar la resistencia árabe e inducir el mundo árabe a aceptar el Estado “judío y democrático” de Israel como un miembro legítimo de la región.

Ahora bien, esta posibilidad se está presentando ahora. Se puede hacer. Israel está invitado a la mesa árabe. Pero Israel hace caso omiso de la oportunidad.

No porque Israel sea ciego, sino porque los territorios palestinos ocupados y nuevos asentamientos son más importantes para ellos que el acto histórico de firmar la paz.

Es por eso que nadie quiere ese encuentro bajo los tilos.