Amable lector, le voy a preguntar, como quería Unamuno usando la escritura fonética, ¿Klk? Me alegro que se encuentre bien, a su Dios las gracias. ¿Que cómo toy yo? Awwwww, le agradezco muchísimo que en medio de su trajinoso trajín se interese por mí. A usted que no conozco le diré que he estado de buen humor todo lo que va de otoño. A finales de agosto leí unas líneas de un griego, tal vez llamado Philoctete, citado por el inglés Robert Burton en su Anatomía de la Melancolía:

"Mientras tanto expúlselos de vuestra mente
Pálidos temores, y cuidados, y penas
Los cuales lo hacen rutina,
Vengativa ira, dolor y descontento,
Deje toda vuestra alma ser seteada en alegría".

Así que empezando septiembre, ¿tú recuerdas, esa misma primera noche, de septiembre?, decidí solo hacer lo que me produce alegría.

He estado disfrutando, una y otra vez, los cuentos de Gogol traducidos al Inglés (no los encontré en Español o en Euskera o en Esperanto). La Nariz me tiene asombrado. Y es que, tal vez como Melville, he pensado en un cuento gracias a Gogol. Es decir, si uno lee El Abrigo a la mente le llega Bartleby, el cerebro no puede evitar encontrar coincidencias. ¿Habrá leído Melville a Gogol? Es posible. Los dos cuentos tratan sobre copistas o amanuenses. Akakievich y Bartleby; ambos son empleados insignificantes, uno público, otro privado; ambos figuras patéticas; ambos tienen finales trágicos, aunque en Gogol, como casi siempre en él, hay una atmósfera fantasma; y mientras a uno todo le importa mucho, a otro todo le da tres pitos. Ambos cuentos son tristes y divertidos, como debe ser. En fin, que si una buena historia inspira otra buena historia la cosa va bien.

Permítame, amable lector, una pequeña digresión animalesca. Cada vez que llego a la puerta de mi casa cuatro o cinco gatos se espantan y salen corriendo. Buscan comida en los zafacones. Y yo quisiera hablar con el jefe de la pandilla, Don Gato, o hasta con Benito solo me comí un huevo duro con sal y pimienta, para decirles que no tienen que correr, que yo jamás les haría daño, que, de hecho, de todos los animales domésticos me identifico con el gato, no me gusta mojarme después de bañarme. Jamás sería un beta bruto en una pecera golpeando su imagen en un espejo. O una tortuga tortuosa que llegó chiquita bonita y ahora está grande jedionda y nadie la quiere. O un periquito quimérico lloriqueando porque está lloviendo. O una cotorra otrora cotorreando cuca cuero. Además, los gatos son muy útiles. Y no estoy hablando de que mitigan la soledad, solitude with De Quincey is lovely. Estoy hablando de que si en su casa hay ratones (probablemente el animal más desagradable del mundo si no contamos a un primo mío que tal vez se apoda Manolete) y usted lleva un gato, al minuto puede observar en las esquinas a los ratones con sus maletas, 'Hey, ¿dónde está Miguelito? Pues se va a quedar, que aquí trajeron un miao miao'. Ahora bien, no me gustaría ser ningún animal. Desde que una gente dice que le gustaría ser un animal, no importa cuál, cae en una categoría exclusiva reservada para aquellos bípedos cuyas posiciones en la sociedad humana muchas veces llevan asteriscos.

Esto es a propósito. El hombre de mi cuento trabaja en una estación de gasolina en la Bruckner Boulevard, tal vez la calle más fea de todos los condados, incluyendo Staten Island, de hecho, en el esqueleto del único árbol está clavada la mano derecha de Edgar Allan Poe; tiene años años en Nueva York y está en peor situación económica que cuando llegó. No es culpa de la Economía, es culpa del Hombre. Cada año, por un traque que tiene para reportar el Income Tax, le dan como 5 mil dólares. Él se va para Azua por 3 meses y no sólo gasta los 5 mil sino que regresa a Nueva York debiéndole a un prestamista azuano, y sin trabajo. Debe empezar a buscar otra vez y por eso siempre está como empezando. Ahora trabaja el terrible turno del cementerio, de 12am a 8am.

Narío, vamos a llamarle Narío a nuestro héroe, tiene muchos gastos y pocos ingresos. Aunque vive en una habitación que le alquila su hermano aguilucho, la que casi nunca paga on time, tiene en Azua una esposa y tres hijos. Remesas. Remesas cada vez que cobra. Narío no compra ropa para él, casi no gasta en comida porque su hermano trabaja en un Caridad y lleva arroz con mamífero o ave todas las noches, pero, ay de las debilidades del hombre, nuestro Narío bebe, fuma y sufre de sinusitis. Así que esa madrugada de finales de verano, bajo la influencia de mucha cerveza con un medicamento particularmente melancólico, Narío se queda mirando detenidamente unas tijeras botas, pensando que posiblemente no sufriera de sinusitis si no tuviera nariz.