Las placas de Carolina del Norte muestran un aeroplano con la leyenda: «first in fly», los primeros en volar. Habría que agregarle: remember Míster Dumont, el Padre de la aviación. Un tipo creativo y sin par, que desde niño envidiaba el volar de las aves y para imitarlas construyó globos, dirigibles y aviones.
La matrícula de Carolina hace referencia a los hermanos Wrigth, que en 1903 pusieron a volar un aeroplano en las playas de dicha región, antes que el brasileño pero cuyo artefacto no despegaba solito, a diferencia del 14 bis, que era impulsado autónomamente. En efecto, los hermanos, tuvieron que usar una catapulta para que el suyo agarrara vuelo (literalmente), como si uno lanzara un avioncito de papel durante las clases para molestar al compañero(a) de al lado.
Sé que hay una polémica sobre quién fue primero, reconozco también mi enorme ignorancia en temas científicos en general y de aeronáutica en particular. Quisiera suponer que los avances en tales disciplinas son como construir una casa: llega uno y pone los cimientos; luego, otro se encarga de las paredes. ¿No decía eso Newton, al que le gustaban las manzanas, que su mérito era ver desde los hombros de los gigantes?
El inventor brasileño nace el 20 de julio de 1873, en una familia acaudalada que se dedica al cultivo del café. Pasó su infancia en una finca cafetalera y se maravillaba con las prensas, con las locomotoras de vapor que transportaban los granos. Además, fascinado en la lectura de Julio Verne, soñaba con las aventuras del Capitán Nemo o del señor Fogg, el que le da la vuelta al mundo en globo y claro, con los pájaros multicolores que sí podían volar y a eso aspiraba, a levantar el vuelo.
Con apenas veintiún años se embarca rumbo a París (de donde eran sus abuelos paternos) para estudiar ingeniería, física, mecánica… Ya antes había visitado Francia y se habían traído un automóvil Peugeot, el primero de su tipo que llegaba al país. No pasaría mucho tiempo para que fabricara su primer globo aerostático, que llamó Brasil, la nostalgia es canija, los portugueses le dicen saudade.
En su taller trabajó con numerosos aparatos entre globos, dirigibles y aeroplanos, buscando la mejor manera de volar: si con tela fina como la seda; si de forma más oval; si mejor reduzco la canastilla para una sola persona y así aligero la carga; si le pongo un motor de gasolina; se preguntaba todo el tiempo…
Eso sí, cuando a Monsieur Santos le daban ganas de tomarse una copita, en lugar de usar la bici, el caballo, sus pies, el carro o el uber, agarraba su globo para evitar los «congestionados» bulevares parisinos. Imaginen a las damas con sus vestidos largos, levantar sus sombreros glamurosos para ver aterrizar al petit brasilien que caía del cielo…
En octubre de 1901, el magnate Henri Deutsch prometió cien mil francos al que tardara menos tiempo en volar entre Saint-Cloud y la Torre Eiffel. El Prix Deutsch, como se le llamó, fue a parar a las arcas de don Alberto que en menos de 30 minutos realizó el recorrido de 11 kilómetros, dinerito que, junto a la herencia paterna, le sirvió para financiar sus invenciones. Por cierto, en el parque de Saint-Cloud hay una estatua de Ícaro, el personaje mitológico que volaba con un par de alas de cera, en honor al brasileño.
Sin embargo, faltaba lo mejor. El 23 de octubre de 1906 a bordo del aeroplano 14 Bis, en los campos de Bagatelle volaría durante siete segundos, avanzando unos 60 metros. El hecho fue debidamente anotado por los inspectores del Aeroclub de Francia y visto por periodistas, testigos y demás mirones, a diferencia del vuelo de los hermanos Wrigth, del que nadie tomó nota, pues ellos temían que les robaran su invento. Para que no quedaran dudas, un par de semanas más tarde volvió a repetir la hazaña y voló unos 220 metros, despegándose del suelo 6 metros. Aquellos fueron los primeros vuelos de un aparato más pesado que el aire y, sin duda, la demostración de cómo el 14 Bis se elevaba por sus propios medios.
Ahora bien, eso de andar como los pájaros le impedía ver la hora fácilmente. Los relojes de antes se enganchaban al bolsillo del chaleco mediante una cadenita y era toda una ceremonia saber si ya era el momento del aperitivo. Así se lo comentó a Louis Cartier, en una ocasión en la que disfrutaba de su popularidad en el el Maxim’s. El joyero creó entonces un reloj de pulso, alegan que fue el primero, pero a decir verdad ya existía la versión femenina. Le puso el nombre de su amigo: Santos. Tenía la caratula cuadrada de oro, manecillas azules, correas cafés de cuero. Aún existe este modelo y si le sobran unos cuantos miles de dólares, puede llevárselo; ojo, no incluye avión.
Como todo inventor de respeto, el brasileño nunca se preocupó de detalles como registrar las patentes (o fue una omisión consciente), para contribuir al progreso. A partir de sus bocetos y estudios se empezaron a producir aviones, que para su desgracia, se usaron como instrumento mortal en la Gran Guerra, hecho que lo deprimió bastante. Al mismo tiempo, empieza a padecer de esclerosis. Decide regresarse al Brasil de sus amores y en Petropolis se hace una casita llena de invenciones: La encantada, en la que, por ejemplo, se las arregló para tener agua caliente en la regadera y para subir (al segundo piso, no a la ducha) era necesario usar una escalera de caracol, en la que uno debía pisar primero con el pie derecho.
La primera vez que supe de él fue en la voz de Pedro Infante, que con su tono socarrón cantaba: «Santos Dumont, Santos Dumont inventa un globo, que pensaba dirigir con aire solo, sentado en su silla estaba, pa’tomar la dirección y cuando más alto estaba su papá le preguntó, ¡eh Dumont! , ¿bajas o no?». La pieza, es obra de unos cubanos conocidos como Trío Avileño. Al final de su vida si baja…Triste y enfermo se rumora que se aplicó la eutanasia.
Aunque su historia no se conoce lo suficiente, miles de cosas llevan su nombre, desde calles en París, hasta escuelas, parques y un aeropuerto. Incluso uno de los valles de la Luna… hasta allá llegaron sus sueños.