Yo no sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero tengo una cierta sensación de que el país, como en los bailes de salón, en asuntos de progreso y desarrollo da unos pasitos para adelante y otros para atrás otra vez, y al final de la pieza se acaba más o menos por el mismo sitio donde se comenzó.
Por ejemplo, cuando uno ve tantas torres de lujo preciosas, ofreciendo enormes pent house, con tres o cuatro parqueos privados, salas de reuniones para los vecinos, áreas de juegos para los niños, espacios de descanso para choferes, cámaras y personal de vigilancia y un paquete de lujos más, parecería que estamos yendo hacia un Miami pujante y esplendoroso.
Ahora bien, cuando vemos los ranchitos de zinc y madera podrida cayéndose a pedazos en tantos barrios marginados, levantados en áreas vulnerables a las tormentas e inundaciones, por muchas Nuevas Barquitas que nos quieran vender, entonces sentimos que hemos puesto la reversa a la guagua del avance social.
Y cuando vemos las nuevas oficinas privadas y muchas de las oficiales, tan renovadas, limpias, bien distribuidas, con paredes de cristal, refrigeradas, con excelente iluminación, totalmente “virtualizadas”, es como si nos estuviéramos adelantando a la misma Alemania.
Pero cuando leemos el informe del estudio sobre el estado nuestro transporte público, ya entraditos en el Siglo XXI, comparándolo nada menos que con los países más atrasados de África, resulta que aún no hemos salido del paleolítico superior.
Cuando se oyen los anuncios radiales sobre los beneficios que nos aportará la planta de carbón de Punta Catalina, los programas que hace tantos años se están llevando a cabo para tener luz las 24 horas del día, o los anuncios sobre lo bien que está el tráfico y las carreteras, pensamos que contamos con grandes talentos políticos y empresariales con capacidad para llevarnos a niveles de vida más altos aún que los de Noruega o Suecia.
Pero cuando nos enteramos que los países más adelantados abandonan el carbón y adoptan gas natural, menos contaminante y más económico y eficiente, que los barrios siguen sufriendo los mismos apagones de costumbre, y que continúan cobrando una de las energías más caras del planeta, o que seguimos siendo el segundo país en mundo por muertes en accidente de circulación, entonces vemos que los grandes talentos son quienes crean y producen esos sugestivos anuncios.
Cuando se nos afirma categóricamente que la delincuencia ha disminuido a niveles casi de normalidad, y vemos, como en mí propio caso que a mi mujer la han le han robado dos veces el bolso con dinero y documentos, a mi hijo lo han atracado en pleno día en un parque teóricamente vigilado, y a mí me han asaltado y dos veces con puñal y pistola en mano, entonces es que estamos retrocediendo casi un siglo acercándonos a los tiempos de Al Capone, Lucky Luciano y compartes cariñosas de aquel belicoso Chicago.
Cuando oímos hablar a nuestros dirigentes de la transparencia, de los códigos de ética, de las nuevas normas sobre licitaciones públicas, de lo avanzada de nuestra institucionalidad, y de lo bien que marchan las cosas del Gobierno, entonces se pararon las aguas, pues ya no creemos en nada ni en nadie.
O sea, que en resumidas cuentas en niveles de progreso, ni vamos para adelante ni para atrás, porque sencillamente se acabó el baile y más parece que estamos en el mismo punto medio de la pista de hace cuarenta o cincuenta años cuando comenzó a tocar la orquesta.
Pero con la sensación de estar cayendo, por pura gravedad e inercia, al mismo centro de la tierra del que no se puede salir jamás.