La tradición patriarcal heredada en la cultura no solo posee sus propias instituciones, también las utiliza para perpetuarse y reproducirse en nuevas formas más sutiles que las impuestas por la rigidez de la organización estructurada según determinados fines. La tradición patriarcal es un dispositivo que utiliza la repetición de patrones culturales adjuntos a las formas rígidas de lo institucional. Estos añadidos culturales podemos llamarlos “formas simbólicas” que, más sutiles y expansibles que las formas institucionales, vehiculan los patrones culturales de tal modo que permiten la existencia y la continuidad de lo tradicional en sus variados modos, matices e intensidad.

Este dispositivo, la tradición patriarcal, genera una serie de prácticas que no podemos analizar aquí en su totalidad. Por ello centrémonos en algunas comunes y ordenadas por un mismo campo: primero, la objetivación del cuerpo femenino como una práctica derivada del patriarcalismo; segundo, la formación de la masculinidad relacionada con el género femenino objetivado como cuerpo. En realidad esta práctica obedece a un proceso mayor de control (poder) sobre cuerpos concretos e individuales; pero vista desde un enfoque de género y de masculinidad hegemónica, la práctica se efectúa a través de unas técnicas ligadas a diversas manifestaciones expresivas.

Por ejemplo, la objetivación del cuerpo femenino se da en el arte, en la acción, en la palabra, en el gesto y en el mercado. En el arte vemos cómo la representación del cuerpo femenino expresa, entre otros casos, lo que se  conoce como efebofilia del cual ya hemos hablado en otra ocasión. Este fenómeno se entiende como la atracción o interés sexual por el cuerpo adolescente y está presente en muchas manifestaciones artísticas populares como el merengue, la salsa, el bolero y, paradójicamente, resulta más extraño en la bachata.

La mirada efebofílica busca sus maneras para imaginar el objeto representado desde sus técnicas machistas. El lenguaje verbal es el instrumento en donde se adquiere y expresa esa disposición de comportamiento reglado sobre el cuerpo femenino adolescente. Recordemos que el lenguaje revela el modo de hacer la experiencia del mundo, de los otros y de sí mismo. En este sentido, la música popular, como cualquier otra manifestación del arte y de la vida, resulta ser un “habitus”, esto es, un espacio propicio para la continuidad y transformación de las prácticas culturales.

Siguiendo con el caso de las bachatas y la cultura popular, visto ahora desde la condición femenina, la efebofilia y la representación de la masculinidad, notamos como la objetivación del cuerpo femenino es un patrón recurrente que se dice desde la perspectiva de la seducción (el cuerpo femenino adolescente es objeto de deseo por ser angelical), la deshonra (la pérdida de la virginidad a temprana edad es pérdida de la virtud), lo moral (permanecer virgen es sinónimo de pureza), la presa (objeto de deseo que despierta el apetito del cazador), entre otros elementos constitutivos del patrón cultural.

Un buen ejemplo para ilustrar lo que digo es el paso de niña a mujer por la pérdida de la virginidad (florecita de amor) y la posterior desilusión del hombre en Anthony Santos  (escuchar https://www.youtube.com/watch?v=5LDF6HIf_co).

La condición femenina se objetiva en el cuerpo como objeto de deseo y en tal virtud es motivo para el canto desesperado fruto de la tristeza cuando la conquista amorosa no se realiza o, una vez realizada, ocurre la ruptura por traición (infidelidad) o desamor. Entiéndase que esta tristeza se ahoga en el licor y canta para desahogarla. Estos motivos son recurrentes en exponentes del género como Bolívar Peralta, Blas Durán, Marino Pérez, El Solterito del Sur, Teodoro Reyes, Zacarías Ferreiras, Raulín Rodríguez, Yoskar Sarante, etc. (escuchar por ejemplo, de Bolívar Peralta  https://www.youtube.com/watch?v=dfGcYiFd7T8).

La masculinidad cantada es hegemónica no solo respecto al cuerpo femenino, sino también frente a otros hombres. Entonces es cuando podemos hablar de diversas masculinidades en las que se asumen distintos roles (macho, tigre, león, cazador, pendejo, pariguayo, mariquita, etc.). El hombre macho es violento y obtiene lo que quiere por vía de la seducción o de la violencia (escuchar https://www.youtube.com/watch?v=a4x_pDULE5k).

Todas estas formas simbólicas expresadas en la bachata popular  son representativas de lo que somos. Ahora bien, ¿cómo se ve a sí misma el sujeto femenino en la bachata? Ocasión para otra entrega.