La cuenta de mis viajes a ciudades europeas es más breve que el número de los dedos en mis manos. Salvo algunas ciudades españolas, suecas y un fin de semana en París, al viejo continente lo he conocido, en verdad, por los libros escolares y universitarios, el cine, la literatura, la fotografía, la pintura y la música. El llenado de una solicitud para participar en un programa del verano de 2020, en Bucerius Law School, sobre Tecnología y operaciones legales, pretendía sumar una metrópoli alemana a la cuenta: Hamburgo.

Luego de conseguir una entrevista con Elena Poniatowska, con solo pedírsela a través de la información pública de contacto que comparte la escritora, me motivé a pedir otra entrevista, así directamente y contando solo con la generosidad de la entrevistada. Esta vez a una artista alemana del lente y de mi admiración. Una fotógrafa profesional que, con apenas veinte años, fundió ese núcleo urbano, Hamburgo, en un conjunto de retratos artísticos de su autoría, con un momento de profundo cambio cultural. Sin imaginarlo, Astrid Kirchherr realizó una representación escenográfica que dejó atónito a los fotógrafos profesionales del mundo. La importancia de su colección la definió el tiempo. Sus retratos de la banda The Beatles entre 1960 y 1962, cuando solo pocos alemanes sabían quiénes eran, convirtieron su trabajo en un tesoro antropológico acerca de la juventud europea de la posguerra, en el preciso momento en que, la construcción del Muro de Berlín, definía el inicio de la Guerra Fría.

Con quince o dieciséis años, entre 1979 o 1980, en una visita a casa de mi tía Evelia, encontré una colección de viejas revistas LIFE. Eran de su esposo, el abogado Mario García Alvarado, ido a destiempo. Mario fue un ser humano encantador, que tocaba la guitarra y tenía alma bohemia. Tan pronto notó mi interés por esas antiguas gacetas, me las regaló. En la colección había imágenes antológicas del siglo XX. Encontré las ediciones originales de la coronación de Isabel II de Inglaterra; cobertura de la Revolución de abril de 1965, en Santo Domingo; el asesinato del Che Guevara en Bolivia; y, una gran joya en mis manos: en ese mismo ejemplar de 1968, con cobertura del asesinato del Che, venía un resumen de la biografía autorizada de Hunter Davies acerca de la historia del nacimiento de la banda The Beatles, en los primeros años previo a la fama mundial.

Antes, Anita Valdez y Soraya Pérez-Gautier, mis amigas del colegio, y yo, unas beatlemaníacas empedernidas en plena era disco, habíamos devorado el libro de Davies, contada al biógrafo por los miembros del cuarteto y otros testigos, entre ellos, la joven fotógrafa alemana. Con el descubrimiento de viejas revistas en casa de mi tía, fuimos conscientes de la calidad artística de los retratos y la pureza de su encuadre de las fotos de Astrid Kirchherr.  Tomadas desde su cámara profesional Rolleicord, la joven que conoció a la desconocida agrupación por mera casualidad, no anticipaba el valor antológico que tendría su trabajo. Documentan sus fotos la prehistoria de la más afamada banda de rock mundial y los sucesos intensos, algunos divertidos otros rudos, que vivieron en esa etapa en la ciudad alemana.

En marzo del presente año, cuando llené el formulario de Bucerius Law Schoool, en total estado de negación sobre la gravedad de la pandemia, escribí a mi amigo Enmanuel Cedeño-Brea, residente en Hamburgo: — Enma, vamos con tu familia a conocer al Kaiserkeller y al Top Ten. —¿A dónde? Me respondió mi joven amigo que ha estudiado música y es amante de la música del Fab4. —¿Ah, no sabes? Deja, te explico. O mejor, vamos a tocarle la puerta a Astrid Kirchherr, para que ella misma nos cuente. Cedeño-Brea no tenía idea de lo que hablaba, pero es buena onda y me llevó la corriente. Sin embargo, llegó la cuarentena y Bucerius Law School comunicó un lacónico aviso: we have chosen to cancel the 2020 Summer Program due to SARS-CoV-2/COVID-19; quizás en 2021 harían el programa presencial de verano de mi interés. Todos pasamos al confinamiento, un extraño fenómeno mundial.

En medio del confinamiento, el 12 de mayo del presente año, a través de un comunicado del pintor y músico alemán Klaus Voormann, se conoció la noticia del deceso de Kirchherr a la edad de ochenta y un años, víctima de cáncer. La prensa reveló que murió sola en su apartamento, el mismo lugar al que yo pretendía arrastrar a Enmanuel con mis inventos. En un exceso de entusiasmo, luego de grabar a Poniatowska, venía tramando en mi cabeza pedirle a mi amigo, que no está en Alemania para eso sino trabajando en asuntos ius económicos muy serios, ubicarme un pequeño crew local en Hamburgo. Como la escritora mexicana, quizás la fotógrafa alemana nos dejaría pasar a su casa. Fue una mala coincidencia que, entre tanta tragedia ocurriendo a personas allegadas que han sido contagiadas con COVID-19 o han perdido a seres queridos, debió pasar rápido.

Iba a olvidarme del tema cuando descubrí el trabajo de Arne Bellstorf, caricaturista y autor de la novela gráfica Baby’s in black (Mi nena viste de negro). Encontré la oferta de su libro haciendo una búsqueda en Amazon y lo recibí en casa dos meses después, cuando los vuelos comerciales volvieron a pisar México. Bellstorf, nacido cuando andaba yo viendo revistas LIFE en casa de mi tía, es oriundo de Hamburgo. Por supuesto, había escuchado desde que era un niño, la leyenda urbana de una agrupación británica de chicos de clase obrera que llegó a su ciudad natal para ganarse algunos marcos, no muchos. Fue en la ciudad portuaria con salida al Mar del Norte por el río Elbe que, noche tras noche, tocando en bares de mala muerte, la banda The Beatles alcanzó un estilo sin par.

Cuenta Bellstorf, que se acercó a Astrid Kirchherr en el interés de agregar su testimonio a la historia de la agrupación que en ese tiempo contaba con cinco miembros. Desde que vi la entrevista que ambos, novelista y protagonista de la novela, ofrecieron para promover el comic, supe que tenía que leerlo (enlace). Alguien había llegado donde el destino no me dejó y se tomó tres años de trabajo artístico para comunicar el testimonio de la fotógrafa. Había más por descubrir. Al conocer a Astrid, descrita por aquellos que la conocieron como una mujer de profunda sensibilidad, Bellstorf modificó radicalmente el punto de vista de su narrativa. Baby’s in black no es otra novela o especie de guion para una película animada más sobre el cuarteto británico. Es un textual tributo a Kirchherr, la artista y la mujer. Ella fue pareja de Stuart Sutcliffe, quinto miembro de la banda en ese período. Sutcliffe dimitió del grupo de rock para quedarse junto a Astrid y forjar una carrera como pintor plástico en una universidad de la ciudad germana. Kirchherr fue también, la creadora de la imagen que le dio personería. Ella es la autora del corte de pelo que llevaron los músicos.

No leía un libro de historietas desde que mis hijos eran niños y los introduje a Tin Tin y Asterix, el Galeón y El oso Bussi. No obstante, Archie, Periquita, Sal y Pimienta, Superman, Josie y las gatitas, Flash, entre otros comics, fueron mi lectura inicial. Muchos recodarán aquellos vendedores ambulantes que hasta los años setenta, iban de barrio en barrio y de casa en casa en Santo Domingo pregonando: —Paquitos y novelas. Dependiendo de la calidad y título del ejemplar, se hacían trueques o se pagaban unos centavos extra al comerciante informal que colocaba los ejemplares un cartel de madera que cargaba en sus hombros llena de paquitos. Y en algunos hogares, como el de mis vecinos, los hermanos Calín y Enma Ginebra, había cajas de colección que devorábamos con el mismo entusiasmo que hoy los niños dedican a los videojuegos.

Dos conocedores me han explicado más sobre género. El primero fue el profesor de Sociología de la Comunicación, Felifrán Ayuso (EPD) cuando le conté que la primera vez que estuve en un suburbio de Chicago, me sentí como en casa. El lugar parecía una escena de La pequeña Lulú. Me dio una cátedra de la semiótica detrás de los libros de historietas. El otro, el mi hijo Simón Ramírez, que estudio estas disciplinas en la Universidad Anáhuac México Norte. Le pedí una evaluación del trabajo de Arne Bellstorf, que me resumió así: "Es un estilo modernista de formas simples. Es una historia character-driven o impulsada por los personajes. Sus perfiles se concentran en las miradas, peinados y la línea de la silueta, para resaltar su juventud. En dibujo, el uso de crayón para colorear el fondo de la historia, evoca un tiempo de inocencia. El contraste blanco y negro es un recurso de discrepancia y posee a lo largo del comic un manejo dinámico, para acentuar momentos de emoción de la historia. Los ratos de silencio, en que solo se observa la ciudad de Hamburgo a los personajes sin hablar, es un recurso para lograr una historia memorable."

En estos días de manejo de la ansiedad, a Baby’s in black, historia de amor de Astrid y Stu, la leí despacito como si fuera un paquito de Susy, secretos del corazón, pero de un contenido penetrante me recordó a la novela El amante de Marguerite Duras. Me detuve a examinar el notable esfuerzo de Bellstorf en el dibujo de cada fotograma y la selección sabía de escenas, diálogos, oportunos silencios, planos generales y close-ups. El libro no es un paquito, es una novela gráfica, con una profunda exploración de los personajes, los protagónicos, Astrid y su amado Stu; y los secundarios, Klaus, John, Paul, George y la madre de Astrid. Me pareció haber estado allí en Hamburgo, viendo con mis propios ojos cómo se entrelazó el romance entre una chica alemana y un joven inglés, que no hablaban demasiado bien la lengua del otro, pero construyeron una sólida relación a partir de la búsqueda de la expresión artística que compartían.

También, la novela se introduce con eficacia en la dinámica de intercambio cultural entre Klaus, Astrid, Jorgen y otros jóvenes alemanes, que leían a Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Jean Cocteau y soñaban con vivir en París; y estos otros, los ingleses, John, Paul, George, Stu, Pete, Rory y Ringo que reinterpretaban la música estadounidense rebelde de afrodescendientes como Little Richard y Chuck Berry, y soñaban con triunfar en los Estados Unidos. Mientras, Europa iba entrando, sin remedio a un período largo de tensión. Había una necesidad de cambio en esa nueva demografía. En pocos años, ambos fenómenos, la bipolaridad política y contracultura, se movieron como fuertes ondas expansivas a nivel global. Ese pequeño grupo de personas en Hamburgo, en ese momento desconocidas, quedaron al centro de la revolución cultural. Me hace pensar que algún grupo de jóvenes muy pronto, hará lo mismo en esta pandemia. Me gustaría en este nuevo caso, que provengan de algún país al sur del mundo.

Sutcliffe le dejó la posición de bajista en The Beatles a Paul McCartney y le explicó a su amigo John Lennon, antiguo compañero de la escuela de artes plásticas de Liverpool que lo reclutó en la banda, que se quedaría en Hamburgo, junto a Astrid, para desarrollar su pintura. No dimití en ningún momento mi fascinación por la sub-trama. Esto es, la recreación de Bellstorf, a partir del testimonio de boca de Kirchherr, de este conjunto a veces pretensioso, otras inseguro, de músicos de clase obrera que querían vivir rock’n roll, pero no tenían plata ni para comprarse el desayuno; e incluso uno de ellos, George Harrison, ni edad para tocar en cabarés, ni documentos de migración en regla.

No obstante, como bien descubrió el autor, es la trama principal, el romance de Astrid y Stu, la que ofrece una perspectiva amplificada de los predicamentos de la juventud en esos territorios durante ese período. El papel de Alemania en la Segunda Guerra Mundial es un peso que cargaban los jóvenes que buscaron en el existencialismo salidas y respuestas. Y de repente, una banda de rock’n roll, originaria de otra ciudad portuaria e industrial europea, le cambió los esquemas. Vivir (o sobrevivir) sin preguntarse más, definía las noches de The Beatles en el Kaiserkeller y el Top Ten.

He disfrutado este paquito sustancioso. Lo leí poquito a poco, a modo de terapia ocupacional al final de las tardes de cuarentena. Andaba entre mi casa vestida de negro como una exi (apodo que Lennon le puso a sus amigos alemanes fanáticos del movimiento filosófico existencialista); y acompañé la lectura con la grabación que lograron en 1961 en Hamburgo, gracias a una oportunidad que le brindó el cantante Tony Sheridan. En el álbum, Sheridan le dio oportunidad a este otro cantante para interpretar uno de los temas (Ain’t she sweet). En la historia aparece el relato desde la perspectiva de Astrid, y siente el lector que está viviendo con ella el mismo estado de fascinación y asombro por la banda, pero en particular, por el miembro de la misma del que se enamoró, Stuart Sutcliffe.

Es apreciable el poderoso llamado de la vocación artística de Sutcliffe que ofrece la novela.  Ni la adversidad que enfrenta o su desvinculación voluntaria al proyecto musical que parecía cada vez más prometedor, lo separó de su propia búsqueda de la expresión. No en vano, la testigo excepcional le contó al novelista lo que antes hemos oído, especialmente de John Lennon. Si los miembros de la agrupación musical eran unos artistas excepcionales, Sutcliffe, pintor plástico, tenía acaso más potencial. De acuerdo al criterio de Lennon y Kirchherr, el quinto beatle tenía una comprensión de la estética más avanzada que todos ellos. (Trabajos de artes plásticas de Stuart Sutcliffe).

A sabiendas de que solo algunos conocen el final del relato, ocurrido en mayo de 1962, me limito a  recomendar el disfrute de sus páginas en blanco y negro, que guiñan las fotos de Astrid, lo mismo que las de la biografía de Hunter Davies o si se prefiere, las dos versiones fílmicas que manejan el tema, las películas Birth of the Beatles (1979) y Back Beat (1994) . Comparto que la novela gráfica tiene un valor artístico agregado, pues se establece en un plano narrativo innovador y más germana. En mi opinión, contrasta mejor las diferencias entre los ingleses, que manejaban su vulnerabilidad con chistes constantes que emulaban el estilo de los hermanos Marx del cine estadounidense; y los alemanes, de temperamento calmo y reflexivo.

Gracias a este paquito-novela, como gritaban los pregoneros de mi infancia, conseguí oír la voz de Astrid, la señora a la que quería ir a tocarle la puerta en este verano, para que me compartiera sus experiencias de juventud. Desde una perspectiva adulta del mismo tema que me atrajo en la adolescencia, aprecio los nuevos enfoques de la obra de Bellstorf. Por ejemplo, conocer un poco más de la calidad de los cuadros pintados por Sutcliffe en ese período, que a inicios de 2020 fueron exhibidos en el Museo Guggenheim. Así como, que las imágenes de Kirchherr, no solo son importantes por el objetivo que apuntan, sino por el encuadre organizado por la retratista, que documentan un momento específico de la segunda mitad del siglo XX europeo y mundial; al tiempo que revelan la influencia de la escuela de Flandes de pintura durante El Renacimiento (Portafolio Astrid Kirchherr).

Los cambios de década, por alguna extraña razón, están acompañados de algún fuerte punto de inflexión: construyen un muro, llevan al hombre a la luna, derriban unas torres gemelas, se cae la bolsa de valores o llega una pandemia. Al poco tiempo de descubrir esas revistas LIFE en casa de mi tía Evelia, el asesinato de John Lennon, el 8 de diciembre de 1980, coincidió con la presentación en Santo Domingo de la película Birth of the Beatles. Hace un par de noches, YouTube me permitió verificar que la película que vi con ojos de adolescente triste, es en verdad una buena producción. Aprecié los diálogos y la cinematografía. Pero la novela gráfica de Bellstorf me ofreció algo distinto, un mensaje renovado de la misma historia, al establecer el rol de la artista con sensibilidad femenina en el proceso creativo de la banda musical, en el del artista plástico Stuart Sutcliffe y en su propio trabajo como retratista.

Arne Bellstorf tituló su novela gráfica con el nombre de una de las composiciones más armónicas de Lennon & McCartney. Habla del duelo de una chica que viste de negro, ante la pérdida de un amor. La melodía es alegre, el arreglo de voces y los acordes de la guitarra principal son una maravilla. Sin embargo, la letra de la canción habla de una irremediable tristeza. No está mal reflexionar filosóficamente en lo que nos ocurre con la pandemia; pero, oírla simplemente alegra, llena de optimismo, como cuando los exis alemanes iban al Kaiserkeller y al Top Ten contagiados por el magnetismo de su melodía. Algún día, nuestro duelo colectivo también pasará. (Baby’s in black).