¡Ay Vitico! ¡Qué vaina nos ha echado la vida con esta partida tuya! Un roble como tú, y venir a sucumbir ante algo tan dolorosamente común y real. Algo tan insoslayable que le está matando el alma a mordiscos a toda la humanidad. No te pudiste escabullir de ese endemoniado virus con corona. Tú que de bisoño, allá en Los Pepines, resististe los últimos aletazos que daba el monstruo de las treinta y una colas. A ti también, en tu Santiago natal, te tocó olfatear la pólvora del coraje que salía del Hotel Matúm el día que intentaron ultimar mediante un asalto traicionero el mando constitucionalista que fue a rendir homenaje al coronel inmortal Rafael Fernández Domínguez.
Tú, Víctor, que fuiste pieza clave de la nueva canción dominicana de los setenta con el grupo “Nueva Forma”. Tú que convertiste esa voz melódica tuya en un andamio solidario durante la construcción del muro llamado “Siete días con el pueblo”. Ese evento fue uno de los estandartes de resistencia más certero frente a esa neotiranía balaguerista que tras los doce años en el poder dejó una estela con más de once mil víctimas entre los asesinados, desaparecidos, presos políticos, perseguidos y exiliados.
Tus canciones, Vitico, se convirtieron en discos imprescindibles de la columna vertebral de la cultura dominicana. ¿Y ahora, admirado Víctor, quien le cantará al amor? ¿Quién cultivará las flores de esas cunetas del camino por donde andan los amantes? ¿A quién le creerán la promesa de una casita chiquita y bonita, con paredes de colores y con cupidos de amor?
Sin duda, Vitico, que tus canciones y tus acciones contribuyeron a derrumbar la satanización de la bachata. Tú, junto a muchos otros, ayudaste a que ese ritmo, que surgió de la esencia del pueblo dominicano, “dejara de ser música de arrabal, como dijo Borges sobre el tango, para conquistar el centro”. Hoy ese ritmo está en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco. Pero trece años antes de esa declaratoria, Vitico, tú te empoderaste dentro del mundo globalizado. “La única autoridad que reconozco es la alegría”, eso decretaste, y convocaste a un convite de “Bachatas entre amigos” con un selecto grupo de los grandes de Hispanoamérica.
¿Quién más que tú, Vitico, podía convencer a Joan Manuel Serrat para que interpretara su inmortal “Lucía” en ese ritmo que es esencia del pueblo? ¿Con cuál otro ritmo como la bachata Carlos Varela volverá a interpretar los particulares tonos de esa muchacha de barrio que en la noche pinta miles de peces de un solo color en ese “Graffiti de amor”? ¿Quién se atreverá a abordar de nuevo al maestro Rafael Solano no solo para que permita llevar a bachata su pieza universal “Por amor”; sino también para que él forme parte de esa particular interpretación?
¿Y ese deseo que piden Silvio Rodríguez y tú? Ya lo sabíamos, ese “Rabo de nube” no será suficiente para barrer la tristeza de la faz del universo. Es demasiado grande esa congoja que nos ha dejado el alma empapada de lágrimas por el llanto de tu partida. ¿Será posible que alguien vuelva a lograr que Pablo Milanés, en un dúo como el que hizo contigo, nos permita recordar de nuevo, entre “Años”, que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos? Todo el macrocosmos, desolado, cubierto por un “Un vestido y un amor”, junto a Fito Páez, ve con tristeza cómo tu llave de mandala se quebró.
¿Quién podrá volver a convencer al querido roca izquierda de Joaquín Sabina para que se plante a interpretar en bachata “A la sombra de un león”? ¡Ayayay, primero habrá que chocar con el Banco Central!
Que se preparen en la gloria, porque eso sí, allá, junto con Luis Díaz, nos imaginamos los jolgorios que harán ustedes dos interpretando a dúo la pieza escogida para “Bachata entre amigos”. Cuando se les integre Sonia Silvestre no faltará algún adulador, por supuesto de chivo en las alturas, que le susurre al oído a San Pedro el cuidado que debe tener con ese “Andresito Reyna”, que se bebe los tragos y también la botella.
“Créeme”, Vitico, que ya no tendrás que insistir con ese deseo junto a Vicente Feliú, porque todos sabemos que, en los cuatro puntos cardinales de tu tierra, te pudiste convertir en machete en plena zafra. ¿Quién te sustituirá en ese dúo, apreciado Vitico, que hiciste con el flaco, José Antonio Rodríguez, con su canción que sigue interrogando que “Dónde estabas tú”? Con la puerta abierta de par en par, Vitico, tú y Víctor Manuel, junto a todos nosotros, seguiremos esperando la libertad, solo para susurrarle como se le dice a un ser adorable: “Quiero abrazarte tanto”.
¿Con quién más podrá Manuel Jiménez interpretar a dos voces, como contigo, Vitico, esa verdadera canción de amargue que insiste en recordarle a otra persona igual de desdichada que el amor “No te da”? Sí, quedan las cuerdas de Ordóñez, pero, con tu partida, querido Víctor, ¿cómo podrá Pedro Guerra consolar el mundo de gente que está “Debajo del puente”?
Un himno del amargue de los bares dominicanos es “Llanto de luna”, una de las piezas con las que José Manuel Calderón inauguró la bachata moderna. ¿Quién volverá a cantarla como tú lo hiciste con él, Vitico? Oyéndolos a ustedes dos uno se imagina un tipo frente a una mesa con varias botellas vacías, preguntándole a la luna si lo quiere esa mujer que late en su mente. Nadie, Vitico, nadie más que tú podrá ver a una diosa del amor nocturno con más anillos que Saturno y mejor pintada que un Van Gogh, que solo baila bachatas porque llegan hasta el alma.
Ay Vitico, qué desamparados nos dejas, en un momento en que todavía no sabemos si este monstruo que nos acecha es engendro de laboratorio o un desquite de la naturaleza. Lo más jodido de esta guerra avisada es que, aunque nos cuidemos, seguimos expuestos como si fuéramos soldados desprevenidos.
Esa boda mía y de Reina, en aquel mes de julio del 2015, tuvo tantos encantos, pero ninguno como el homenaje de tu presencia, Vitico, y la de “los muchachos”, esos músicos que siempre fueron tus cómplices perfectos. Parte de la ceremonia fue unir en reloj infinitos granos de arena traídos de los lugares de nacimiento de los novios. Era un símbolo de unión imperecedera. Y tú, antes de comenzar a cantar, dijiste: “¡Guao, qué boda! ¿Y así es cuando se casan las historiadoras con los escritores?” Fuiste a cantar siete piezas y cuando ibas por la canción número veinticinco seguías preguntándole a los invitados que si querían más. ¡Qué inolvidable aquel momento! ¡Ay, Vitico! Y ahora, en este 2020, Reina y yo planificando reafirmar nuestro amor en una ceremonia religiosa. Lo primero que hicimos fue contar de nuevo con tu presencia. ¿Y ahora, Vitico? Nosotros con este amor en la mesita de noche, prendido como un broche, en la mitad del corazón, ¿quién cómo tú podrá amenizarlo?
¿Cómo recuperaremos la alegría, Vitico, sin ti? ¿Quién podrá caminar las calles de la zona colonial sin recordar tu presencia? Cuando el mundo vuelva a ser normal, después de esta pandemia, ¿con qué pie podremos comenzar a bailar un son si tu viva voz estará ausente? ¿Quién levantará la bandera de la solidaridad como lo hacías tú ante las injusticias que a diario comete el insaciable sistema neoliberal? ¡Ay, Víctor Víctor, qué vacío nos deja tu partida!