El verano anda desorientado y semidesnudo por las ciudades y campos de Cuba. No sabe qué hacer y mucho menos cómo salir de la modorra. Este año, al igual que los anteriores, realiza los mismos gestos y se deja llevar libremente por la monotonía cotidiana. Todo sigue intacto. Ron, ron, ron. Dominó, dominó, dominó. Reguetón, reguetón, reguetón. Acaba de comenzar el festival del aburrimiento colectivo.

Ante las escasas alternativas de diversión, la gente busca soluciones. Algunos gastan las horas del día delante de un televisor, consumiendo la pobre oferta de los cinco canales públicos (la totalidad de los medios de comunicación responden a los intereses del Estado) o, de lo contrario, viendo series, películas, o telenovelas de factura extranjera que pasan de mano en mano a través de discos DVD o memorias flash. La TV por cable solo existe en instalaciones turísticas o entidades priorizadas. Fuera de ahí, resulta ilegal.

En determinados lugares, sobre todo en las áreas de menos habitantes, el verano dura una mañana y parte de la noche. De la nada y bien temprano, aparecen par de camiones, dos bocinas, un payaso y el mago de siempre. Mediante altavoces, el payaso, que también dirige el espectáculo, convoca a los niños y a sus padres. El perro, el gato y el cerdo vienen en procesión detrás de la parentela. Hay que aprovechar. La función es única.

Ciento veinte minutos y fin de la fiesta. El payaso agarra la corneta y las bocinas, y el mago tira el hechizo, ¡cataplún! Nos vemos el próximo año. Si Dios quiere.

Después de la cena o comida, como dicen aquí, los promotores culturales colocan otras bocinas (las de por la mañana desaparecieron con el payaso y el mago) en el parque o espacio céntrico del pueblo. En un dos por tres los dependientes gastronómicos construyen una tarima y empieza la venta de «matarratas», bebida típica de agua con ron, o ron con agua, en el mejor de los casos. Los jóvenes, entretanto, mueven los pies y calientan las gargantas con alcohol. « ¡Arriba!».  Y levantan las manos. « ¡Abajo!». Y se agachan hasta el suelo. Cualquiera puede ser feliz.

En las grandes ciudades hay un número mayor de opciones. Aunque no tantas. Las piscinas populares, verdaderas calderas con agua hirviendo, abren sus puertas sin ningún tipo de discriminación. Y a buen precio. Allí se bañan, juntos y revueltos, el carnicero del barrio, la vieja de la esquina, los cuatro niños del vecino, el gerente de hotel… No, el gerente no. Tiene demasiado trabajo y detesta las aglomeraciones. Quizás en otro momento.

A escasas cuadras de las piscinas están las discotecas en CUC (una moneda inmortal que inexplicablemente supera el valor del dólar estadounidense y que vive en concubinato con el peso cubano o peso pobre). En esos lugares, el costo de la entrada estremece el corazón y los bolsillos del ser humano más insensible. O llora, o grita, o calla. Paga y entra. Y suspira.

Por lo general, aquellos que van a los centros nocturnos en CUC reciben remesas de sus familiares residentes en el exterior. O laboran en el sector turístico o, simplemente, poseen un negocio rentable. Mientras, los cubanos de a pie exprimen sus carteras y desembolsan, con el miedo metido en el cuerpo, los ahorros de meses en una noche de diversión y alegría. Noche de sustos y emociones. ¡Ay, mamá!

En las zonas alejadas de la costa, los vecinos se ponen de acuerdo y alquilan un ómnibus para ir a la playa en rápido viaje de ida y vuelta. Salen de madrugada, armados de botellas de ron, y regresan, enrojecidos y cansados, al concluir la tarde. Para la mayoría constituye la única opción de recreo durante el verano. Agua salada y a empinar el codo. ¡Sabroso!

Tres décadas atrás surgieron los conocidos «Campismos Populares», compuestos por pequeñas cabañas situadas cerca de ríos específicos o del mar, para el disfrute de la población. Hay campismos excelentes, tanto en infraestructura como en oferta, y también existen otros que dan pena y horror. Reservar allí es como someterse a una especie de ruleta rusa. Nadie se imagina lo que le espera. Pero estamos en tierra de valientes. Y que venga el enemigo.

A fines de agosto o inicios de septiembre, la prensa oficial saca del congelador unos cuantos titulares enlatados y publica amplios reportajes sobre las cien mil oportunidades de entretenimiento que tuvieron los cubanos en la etapa veraniega. Las cifras engordan y los reconocimientos sobran. El pueblo ríe y cruza los dedos. Las cosas pueden ser peor. Hasta el año que viene. Adiós. Y la historia se repite.