Abandonos y castigos aparte, pudiera ser que  enfrentar la realidad de que Santa Claus no existe, ni el niño Jesús ni  los reyes magos tampoco, que es mentira esa  fantasía feliz y expectante,  inaugure el cinismo y la decepción.  A partir de esos  desengaños primarios, la vida  transcurrirá  entre ilusiones y desilusiones. Proceso  indispensable para alcanzar la meta siempre inconclusa de  la adultez.

Ídolos,  creencias y  utopías, son pulsiones existenciales inevitables. Insistimos en mantener altares  de héroes  adornados de ideales. No soy una excepción a ello;  en el altar íntimo donde rindo culto a mis campeones enciendo velas a Luis Ignacio Lula Da Silva. O las encendía,  porque  la última- es una duda que enfrento- a prenderla no me  atrevo.

Hijo del pueblo, obrero, sindicalista y mandatario del Brasil, logró abrillantar la economía brasileña ejerciendo un inteligente y  fructífero mandato de izquierda. Por más señas, es ese legendario político de Pernambuco  indispensable para el  PLD. Buscando sus consejos, viajaban a Brasil con inusual frecuencia Leonel primero y Danilo después. Nuestro presidente, en por lo menos dos ocasiones, lo ha recibido en esta tierra alborozado y agradecido: generosamente, el brasileño, le prestó ayuda  durante  su campaña hasta el punto de cederle, regalarle, o empeñarle-quién sabe- a su genial asesor de imagen.

Pero son pocos aquellos que pueden escapar de las perturbaciones y carencias de la infancia. Quiérase o no, todos intentamos llenar las oquedades dejadas por  esas vicisitudes. Pensé que  mi icono Suramericano,  a pesar  de su menesterosa niñez, por haber sido lo que fue y lo que hasta ahora sigue siendo, no  deseaba más riqueza que la gloria. Y puede que así  sea. Pero ya no lo tengo claro.

En realidad, comencé a sospechar que el hombre pisaba senderos escabrosos hace un tiempo. Sucedió en dos ocasiones: en la primera,  nuestro personaje declaró que sus viajes por el mundo, en busca de negocios para el Brasil,  se debían a que él  manejaba y conocía bien “las flexibles características de negocio de cada país y sabia acomodarse a ellas…” ¿A cuales características y a cuales  flexibilidades se refería?, me pregunté entonces. Idealizado como le tenía, pensé que  se refería  a trámites burocráticos y al  papeleo.

En la segunda, me tocó ver la fotografía del palacio donde vive su hijo, quien apenas cinco años antes era un humilde empleado del zoológico de San Paolo, ganando en escudos un equivalente a $750 dólares mensuales. El cometario del padre sobre la mansión  fue sarcástico, sospechoso: “es que Lulinha es un Ronaldinho de los negocios…”

Pospondré por ahora mi devoción a Lula,  pudiera tener que descolgar  al santo en cualquier momento: las acusaciones de la fiscalía contra Odebretch han sido aceptadas por un juez de Brasilia.  Si él fuera implicado, ¿será recordado, a pesar de sus éxitos, como un intermediario de compañías; como un comisionista que anduvo  por el mundo corrompiendo colegas y haciendo fortuna?

¡Ay, Lola, Lula!, cuantas cosas tendrás que callar o que decir, cuantos amigos tendrás que nombrar o que omitir, si te  implicasen en esa corruptela.  Voto a Dios porque  todo sean falsedades, “persecuciones a las izquierdas’’.  Si así fuera, estaría  encantado de volver a prender tu vela.  Y tan  contento como si  de nuevo tuviera la certeza de que Santa Claus existe.