El avatar poético del escritor José Lezama Lima ha logrado convencer a gran parte de los escritores insulares del Caribe hispánico y de otros poetas de habla española en toda Iberoamérica. La expresión “aventura sigilosa” que procede del libro de poemas publicado en 1945, (véase José Lezama Lina: Aventuras sigilosas, Letras cubanas, La Habana, 1985, pp. 97-127), resulta de un punto iniciático referido como búsqueda y deseo de vínculo mítico y hechizo.

Así pues, la base de traducción y liberación del cuerpo, se encuentra en el poema cifrado y anotado, textualizado y asimilado como costumbre figural y verbal. El poeta Adrián Javier recorre también las aguas de aquel imaginario:

“porque es fiesta y es temblor

como tu cuerpo

porque es huella y es caricia

como tu cuerpo

porque es luna de otoño

y piel para navegar

sobre los hombros derrotados

como tu cuerpo como la noche

como el rocío

y el día y el sueño que lo anuncian

todo huele a canto y espanto

cuando tu cuerpo viaja

cuando tu cuerpo ama

reposa el mundo

y todo huele a blando sacrificio

porque tu cuerpo flotando

se vuelve llamarada

alfabeto celeste

mentidero de estrellas

para que solo uno acoja

el fulgor de su destino

llorar de lado

para que nazca el mar”

(pp. 32-33)

El poema permite entender los diversos puntos residuales de la metáfora originaria, a partir del hechizo y de algunos alegoremas formativos del cuerpo-cultura extendido mediante el reino imaginario de la imagen y el logos.

Es así como la ajenidad y la cercanía sucumben en el mundo textualizado del poema. Se trata, como ya hemos advertido, de una apertura a las fuerzas de la resistencia existencial; un “golpe de dados” que no transigue con el tiempo, la concienciación del vuelo y la incertidumbre del azar en el círculo ontológico del sujeto determinado por el eros y la muerte.

Por así decir, podemos inscribir todo un conjunto de relaciones y elementos que corporalizan la página, mediante los acentos mostrados por los diversos ejes de enunciación y por contextos donde los flujos verbales silabean, descontrolan y particularizan los llamados estados de la vida y de la muerte. Estos niveles de concentración del poeta a través de la palabra, multiplican a la vez los encuentros y reencuentros de entidades mayores del poema, toda vez que lo que se activa como marco de intuición es la suma de claves y experiencias justificadas por el movimiento mismo de la alteridad y la otredad.

Lo que sobresale de esta escritura es algo que no se produce frecuentemente en la práctica poética dominicana de los últimos veinte años, pues los estilemas utilizados por Adrián Javier, se reconocen, se consolidan en la textualidad poética y a la vez impulsan el espacio mismo de una representación y una contrarrepresentación, de suerte que, los niveles de lectura de la fábula poética se extienden al mismo campo del decir-hacer, en una perspectiva ligada al campo de origen y a las visiones contemplativas de la mística del cuerpo.

Todo este trayecto se hace legible en Caballo de Bar (2007), donde el poeta se re-produce en los índices, íconos y símbolos de una visión inmanente proclive a la seducción:

voy al bar

para pescarla

en su navío

para olerle su lunes

en mi velero

para amarla con donaire

haste el desgaste

para pensarla en viernes

y en paraguas

para perderla en la sortija

voy en martes

por su salmo

por sus brazos

(p. 98)

El reconocimiento de una movilidad erótica y sobre todo de un trasiego invocatorio y persecutorio, se agolpa en la página como luz, palabra y tono; acontecimiento del cuerpo y sus translumbramiento, como ocurre también en Michaux, Michel Saint Lervis, John Perse, Bernard Noel y Gerard de Cortanze. El asimiento, la cercanía, la lejanía, se convierten en traductores de una intuición erótica, conformada por estructuras poético-genéticas engendradas desde una polivocalidad propia de su marco de atribución:

“asido a su seno dulce

que galopa

voy para ser y asir

y para hacer

y con ella acontecer

siendo su secreto

en busca de un pretexto mejor

y una esperanza

la situación

es esta

la vivo y transijo

mareo su vivir

desnudo su volar

juntos los dos

(pp. 98-99)

La travesía que enuncia este fragmento, esta profusión de vasos comunicantes, invita a reflexionar sobre la noción de cuerpo, extrañeza y otredad. Según Graciela Musachi (ver El otro cuerpo del amor. El Oriente de Freud y Lacan, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2010), y a propósito del Anus mundi, es decir, de la boca originaria como cuerpo de otro cuerpo:

“Ya hemos mencionado el imperio del lenguaje del cuerpo y el mercado del saber sobre él: los historiadores se interesan por cómo lo han hecho las culturas anteriores; las discusiones de la filosofía política se centran en el biopoder siguiendo la vía abierta por Michel Foucault y elucubran teorías sobre el tráfico de los cuerpos en la política y en el crimen; los artistas de vanguardia y sus teóricos se desgarran las vestiduras para mostrar la carne que somos, haciendo aparecer un “síntoma social” que nos interesa”. (p.98).

Esta explicación no se libera, sin embargo, del parecer del significante, de la añoranza de un texto oltafivo usado como estrategia de juego y de transgresión en una línea de repetición y de origen:

“Al parecer, se añora al artista que antes componía, pues ahora descompone; se añora el arte que antes privilegiaba la mirada y ahora el excremento y el olfato. Si bien este uso no es nuevo sí lo es el contexto en que se pone en juego, ya que en ese “antes” la transgresión era posible Bataille, Valery, Baudelaire y Poe, incluso Blanchot, fueron prueba de ello al creer en algún tipo de trascendencia”. (pp. 98-99).

Hay que destacar en la perspectiva de una transgresión poética, el hecho de que la cardinal fantástica del texto mismo, sometido a pruebas de fusión e infusión, produce el desdoblamiento y el des-asimiento de la representación; lo que implica una dura batalla entre el cuerpo, el ojo y lo imaginario. Se advierte en este caso el fantasmaton originario, el dinamismo simbólico de los núcleos verbales y nominales del poema.