Una de las cosas que me gustaba de ser vendedor en RD era salir a visitar clientes en sus empresas. Muchos lunes recorría un paisaje de Mar Caribe al lado de una Zona Franca, como en Haina; otras veces aceleraba mi carro en la autopista de un jueves llegando a Villa Altagracia en 12 minutos para comer galletas de ajo con queso. En fin, tenía libertad para desaparecer de esa tortura de la modernidad llamada Cubículo.
Y aprovechaba esas oportunidades. "Tengo que i a cobrá pa la calle", decía, y la desesperación de timbres no me dejaba esperar el ascensor. En la calle miraba las nubes aguaceras. Si tenía sol llamaba a alguna vaga y me iba para Boca Chica. A veces me iba a dormir, son tan buenas esas pavitas a las 11 de la mañana, sobre todo si llueve, te hacen sentir más rico que Midas.
Solo los ciudadanos comunes y sanos sufren los tapones en Santo Domingo. Todos los días, a las 8 y 40, violando el rojo del semáforo de la Bolívar con Tiradentes, pasaba estrepitosamente un subsecretario en su yipeta exonerada con dos policías franqueadores hacia una cita importante solo para su bolsillo; al minuto pasaba una ambulancia con su sirena. "Parece que siempre hay un enfermo a esta hora", pensé el miércoles, tenía una cita en la 30 de Marzo con un distribuidor de repuestos caravelitas, buena paga según su CICLA; pero el viernes, cuando la ambulancia pasó a la misma hora con su bulla, pensé que era una vagabundería del conductor para no aguantar el tapón. Yo, la verdad, no tenía muchas ganas de ir a sentarme en ese cubículo a escuchar planes de fin de semana de un hombre casado y con 4 hijos y un pastor alemán, así que en un impulso digno de Batman decidí seguir la ambulancia para desenmascarar al abusador en la casa de alguna querida.
Metiéndome en la Bolívar casi choco con una guagua de San Cristóbal, atrás tenía un afiche gigante de "Leivin tu diputado"; tuve que esperar por el grupo de avivatos que se pega a la ambulancia como si fueran familiares persiguiendo una desgracia. En la Lincoln por poco y me quedo, pero mi pericia logró evadir al delivery que dobló por Vimenca a mil dos. La ambulancia subió la Churchill conmigo a solo tres carros de distancia, dobló en la 27 hacia la Nuñez sin disminuir la velocidad, qué aventura.
Se detuvo por Los Prados, cerca del club. Mis sospechas aumentaron cuando no vi a nadie salir en bata a la calle a recibir la ambulancia. Se apearon tres hombres sin camillas, creo que hablaban de pelota, uno de ellos miró calle arriba y calle abajo antes de entrar en una casa sin verjas y sin perro. "Eso debe ser una vivienda familiar convertida en pensión para estudiantes campesinas" pensé, planificando mi próximo paso:
- Entrar y sorprenderlos en pleno coito, en plena orgía, en pleno mangú, y que me estrangulen o me den 3 tiros o ambos.
- Anotar la placa y llamar a MOVIMED para informar el mal uso de sus vehículos y privilegios de tránsito.
- No hacer nada e irme a trabajar.
Después de pensarlo un chin decidí llamar a Etiopía, una cabœngañista plebísima que lucía lindísima en un trajebaño color piña.