Es mucho lo que se ha señalado sobre la cultura autoritaria en el país como un remanente de la dictadura de Trujillo. A sesenta años del tiranicidio es una sensación cada vez más generalizada de que si bien el régimen trujillista acabó todavía hay en la cultura política ciertos remanentes de autoritarismo que permean toda la visa social y, específicamente, las relaciones interpersonales.

No es que la dictatura trujillista haya sido el origen de todos los males que padecemos en el momento como comunidad política, jamás. Incluso, el autoritarismo que atraviesa nuestra cultura proviene de más lejos y lo mismo para ciertas prácticas y discursos que podemos considerar nocivos para la convivencia social. Hay acciones e ideas que se transforman y se ajustan a los nuevos tiempos, a los cambios sociales. La corrupción administrativa nos viene de lejos, pero se descubren nuevas formas de burlar la ley y hacerse con el erario.

En sociedades que provienen de un régimen colonial la vivencia de la autoridad carga con el pesado fardo de la tradición impuesta culturalmente. Igual la perspectiva que tiene el ciudadano sobre la ley y el respeto de esta. Es mucho lo que hay que cambiar en términos de mentalidad, de enfoque, de perspectiva, de cultura. Reeducar los patrones aprendidos a través de la informalidad y la lucha por la sobrevivencia en un medio cada vez más hostil, es harto difícil. Es una labor titánica en muchos sentidos porque, como dice una canción de la nueva trova cubana, “lo terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”.

Dado este marco, surgen unas preguntas ineludibles: ¿cómo combatir el legado de autoritarismo que nos queda en la cultura de ciertas instituciones y en la política? ¿De qué manera esta cultura autoritaria ha permeado también las relaciones de la vida privada? ¿Qué del ambiente escolar, cuánto ha recibido y continuado de esta cultura autoritaria?

Reflexionando con los alumnos sobre esta cultura autoritaria nos convencimos de que la democracia como forma de vida sería una manera posible, entre otras, de combatir la cultura autoritaria en nuestra vida social. Entendidos de que en la cultura política la democracia como sistema de gobierno se ha impuesto como una necesidad y una perspectiva a futuro; corresponde ahora mejorar lo político en su sentido primigenio, en tanto que calidad de las relaciones sociales dentro de una comunidad política. De lo que se trata ahora es de expandir el concepto democracia hacia un estilo de vida de toda la ciudadanía y que irradie todas las esferas de la vida humana: la privada, la social, la pública.

Cuando hablamos de democracia como forma de vida nos alejamos a conciencia de una visión restringida de la libertad individual y civil o una concepción de que la participación en las decisiones solo caben dentro de la mal llamada “fiesta de la democracia”, es decir, las elecciones de las autoridades cada cierto tiempo.

La democracia como estilo de vida ha de hacerse una cultura, esto es, debe formularse como discurso, de hacerse presente como práctica rutinaria tanto en la vida pública como en la vida privada. En la labor educativa, en donde formamos para una ciudadanía responsable y crítica, este concepto ha de ocupar el centro de la reflexión cívica. No porque sea más importante que otros conceptos o porque queramos barrer con las influencias religiosas en la reflexión sobre los valores morales; sino porque es un concepto aglutinador de toda una red conceptual. Lo que enriquece la reflexión y prepara para la acogida entusiasta y fraterna de las diferencias.

La democracia como forma de vida es un concepto que debemos manosear más. En este propósito la escuela y la educación superior tienen un papel privilegiado en calidad de espacios de formación de la ciudadanía y del ser humano que forma parte de la comunidad política. Pero también la familia se hace espacio idóneo no para la “conversa” sobre la democracia como forma de vida, sino para la implementación y la formación del nuevo ciudadano a través del hábito, la acción rutinaria que forma un carácter virtuoso.

Democracia como forma de vida es un modo efectivo para combatir la cultura autoritaria que nos queda como legado.