El verdadero 04 está en el gusto, la alegría o las ideas e imágenes que generan en sus lectores. Los grandes no necesitan el sesudo juicio de jurados. Eso lo saben la pila de autores y libros rechazados alguna vez en concursos, escritorios, salones, y que luego brillan como pequeños soles.

De todos modos los premios tendrán sus encantos: será un espaldarazo al esfuerzo cuando no a la valentía de escribir y/o publicar en un medio cada vez más hostil para los libros como el de la Rep. Dominicana.

El otro día me encontré con uno de nuestros más concisos historiadores que me refirió una historia cruel. Mi amigo había escrito un trabajo superbo, enviado al concurso del Libro del Año, cuando días antes de fallar se topó con un jurado, cubano. Este le dijo, con todo el sazón habanero: “Chico, tu libro es excelente, pero se lo tenemos que dar a… porque se está muriendo y no tiene recursos”. A pesar del premio, el historiador de marras se murió y el libro excelente se quedó sin su merecido reconocimiento.

Como el Premio Nacional de Literatura que otorga la Fundación Corripio da más tumbo que un borracho en un tanque de guerra soviético, me permito recordar un par de títulos y autores, con un sabor más que acre en el alma, porque sé que esta queja mía no conducirá a ningún lado, aparte de darme la sensación de que “al fin lo dije”.

Pero antes, lo digo una vez más: es incorrecto el criterio de que universidades sin áreas humanísticas alguna sean jurado en un premio que requiere conocimiento, discusión, un fundamento conceptual suficiente para evaluar carreras literarias. Pero bueno: eso será otra nota para el excelso Don Pepín Corripio.

Paso a mi lista de autores:

Chiqui Vicioso (1948): Su poemario "Un extraño ulular traía el viento" es uno de los textos fundamentales de la poesía dominicana e incluso, caribeña. El concepto de la religiosidad, los principios de fuerza en nuestra naturaleza y geografía, se tratan aquí de una manera muy lírica, con una  tensión in crescendo, con un aire que no le tiene nada que enviar a un “Yelida”, de Tomás Hernández Franco, por ejemplo. Además, hay que considerar sus grandes aportes ensayísticos.

Antonio Lockward Artiles (1943): Su narrativa es muy poderosa: su novela "Espíritu intranquilo" y sus cuentos de "Hotel Cosmos" pertenecen a la clasicidad de la narrativa dominicana. Si hay uno que supo leer a Sartre, Camus y hasta a Pérez Galdós con todo el desparpajo “a la dominicana”, es este autor que, igualmente, la cultivado la poesía como uno de los primeros en los años 60. Pero Lockward Artiles no está en el medio, durante muchos fue un “cabeza caliente” y el conservadurismo dominicano nunca olvida.

Norberto James Rawlings (1945): Solamente con su poema "Los inmigrantes" entre a la Superliga de nuestra literatura. Es un poema que deberíamos de aprender de memoria y recitarlo en nuestras escuelas. Pero Norberto no tiene arientes ni parientes en nuestra media Isla. Y lo que es peor: es cocolo, ha vivido los últimos cincuenta años básicamente entre La Habana y Boston, en las antípodas. Además, en una sociedad cada vez más conservadora como la dominicana, donde no se reconoce lo negro y mucho menos lo inmigrante, Norberto es como un profeta… para otra tierra. Sin embargo, ello no empece que la crítica internacional lo reconozca como uno de los grandes poetas caribeños vivos.

Efraím del Castillo (1940): Dramaturgo, narrador, ensayista, publicista. Yo me quedo básicamente con el dramaturgo y un par de sus narraciones. Ha tratado el tema de las migraciones y el desencanto ante los órdenes como muy pocos.

Martha Isabel Rivera-Garrido (1960): Con su poemario "Twenty Century -aún sin título en español" (1985) se convirtió en una de los últimos testigos lúcidos del siglo XX. Con "He olvidado tu nombre", logró una novela compacta, la memoria de una generación. Rivera-Garrido sin embargo, tiene un gran problema: tiene cabeza propia y sabe contentarse con su casa, sus amigos o los amigos de sus hijos. Martha no anda en el medio ni podría mostrarle nada a Ritmo Social ni siquiera, nunca se le verá en una foto con José Alcántara.

Luis O. Brea Franco (1946): los filósofos dominicanos no solo son poco pródigos en escritura, sino que cuando escriben, no siempre tienen la fortuna del encanto en la redacción. ¡Ay Andrés Avelino! ¡Ay fulanito! Brea Franco ha logrado con una prosa más que refrescante situarnos en  un largo pensamiento: desde los presocráticos hasta los coreanos de moda, pasando por el/su autor esencial: Nietzsche. Filósofo a tiempo completo, preocupado por un pensar y conectar lo más amplio a la insularidad, su obra es concisa, y sobre todo, pertinente en un tiempo en que los músculos del pensar se fagocitan.

René Rodríguez Soriano (1950): comenzó como poeta pero se fue consolidando como narrador. "Canciones Rosa gris metal" es uno de los poemarios que debería estar en cada mesita de noche, por si llueve. Es además un gran narrador, uno de los más grandes –y eso lo digo no sólo por su tamaño de basquetbolista de los Angeles Lakers.

Josefina Báez (1960): Es la que nunca, nunca, pero nunca será mencionada en mentidero alguno de nuestra gran patria, de todos modos, es una de las GRANDES autoras dominicanas. Sus poemarios-performances “Dominicanish” y “La Levente” le han dado a la migración, a ese ser mutante dominicano, la forma de un nuevo sujeto, con toda la hibridez, el candor y el “qué é lo que é” que hacía falta.

Seguramente hay cientos más, gente necesitada, buena gente, afanosos, pulcros, pero aquí sólo hablo de los que he leído y me han dado durísimo en el alma, como para seguirlos leyendo y leyendo, oh hipócrita lector.