La semana pasada fui invitada por la Escuela de Negocios Barna a participar en la conferencia “Liderar personas con Inteligencia Artificial”, dictada por el doctor José Ramón Pin, autor del libro publicado bajo el mismo nombre. Repasamos las teorías de niveles y tipos de inteligencia, según Kant y Gardner, respectivamente, y concluimos que la inteligencia artificial asumirá muchas funciones que actualmente desempeñan los humanos. Estamos a las puertas del reto que eso implicará en términos de liderazgo.
Al finalizar la participación del Dr. Pin, pasamos a dialogar sobre las expectativas de los que estábamos presentes, en relación a lo que implicará para la humanidad, ese traspaso de funciones desde las personas hacia los robots. Desde ese día, he pensado mucho en el tema, y mientras más lo pienso, mas ilusión me hace eso de que sean los robots los que armen y desarmen, siembren, reparen, analicen, procesen, produzcan, etc.
Viendo el pánico que nos está generando visualizar que desaparezcan este tipo de ocupaciones, me he preguntado si sería posible construir un modelo social y hasta económico en el que la tecnología se encarga de hacer todo lo que pueda ser capaz de hacer y a las personas les toque agregar valor desde su humanidad.
Imaginando ese futuro en el que Yoda y C-3PO viven cada uno desde su naturaleza y sin fricciones, descubro la pieza de la ecuación que sí enciende mi pánico: el sistema educativo que respalda ese nuevo mundo. En un mundo tan tecnológico y binario como humanista, como mínimo, las personas que lo habitan interiorizan la historia que les precede, valoran el ecosistema en el que vivimos, entienden el cuerpo humano, dominan los fundamentos científicos detrás de la tecnología que consumimos, aprecian el arte y respetan la necesidad espiritual de cada “otro”.
¿Donde están los genios de la educación? ¿Los visionarios en cuanto a qué y cómo enseñamos? ¿Los que se asegurarán de que los recursos que se van haciendo disponibles de manera masiva, no lleguen de último al sistema educativo?, ¿Los que crean formas de generar conocimiento y, en paralelo, mecanismos de difundirlo y aplicarlo a los procesos de enseñanza? ¿Los que se aseguran de que el sistema educativo facilite a las personas ser mejores personas?
¿En que será que estamos que no logramos priorizar la educación? Tanto que puede hacerse ya, como, por ejemplo, poner toda la historia de la humanidad en el cine. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar, para que en preescolar los niños puedan estar expuestos a la estadística, a la química, al reconocimiento de las emociones, todo de manera integral?
Estos son mis temores, y como vengo señalando en esta columna casi todas las semanas, no podemos dejar la educación del país – y con ello el desarrollo de nuestra nación- únicamente en manos del Estado.
En este sentido, invito a los amables lectores a que nos atrevamos a descubrir en el mundo que una minoría de humanos construye con mucha ciencia, una oportunidad para que nuestros descendientes vivan vidas más plenas. Encontremos la forma de habilitarle a las generaciones futuras caminos en los que la tecnología, lejos de desplazarnos como humanos, nos facilite priorizar el “Ser” sobre el “Hacer”. Eduquemos a nuestros niños y jóvenes para ese futuro que ya está aquí. Hagamos de ese compromiso nuestra prioridad Número Uno. Vamos a convertir ese deber en una pasión. Todos juntos.