¿PUEDE UN país boicotearse a sí mismo? Eso podría sonar como una pregunta tonta. Pero no lo es.

En la ceremonia en memoria de Nelson Mandela, el "Gigante de la Historia", como Barack Obama lo llamó, Israel no estuvo representado por ninguno de sus líderes.

El único dignatario que accedió a ir fue el presidente del Knéset, Yuli Edelstein, una buena persona, un inmigrante de Rusia y un colono, que es tan anónimo que la mayoría de los israelíes no lo reconocerían. (“Su propio padre tendría problemas para reconocerlo en la calle”, alguien bromeó.)

¿Por qué? Porque el Presidente del Estado, Shimon Peres, pescó una enfermedad que le impidió ir, pero que no le impidió hacer un discurso y recibir visitantes ese mismo día. Pero bueno, existen muchos microbios misteriosos.

El primer ministro, Benjamín Netanyahu, tuvo una razón aún más extraña. El viaje, según él, era demasiado caro, con toda esa gente de la seguridad que lo acompaña, y así por el estilo.

No hace mucho tiempo, Netanyahu provocó un escándalo cuando se supo que durante su viaje al funeral de Margaret Thatcher, un vuelo de cinco horas, tenía una cama doble especial instalada en el avión de El Al a un gran costo. Él y su esposa tan denostada, Sara’le, no querían provocar otro escándalo [¿“esta semana” o “tan pronto”?]. Después de todo, ¿quién es Mandela?

EN SU CONJUNTO, resultó un espectáculo indigno de cobardía personal, tanto por parte de Peres como por Netanyahu.

¿Qué temían?

Pues bien, podrían haber sido abucheados. Recientemente, muchos detalles de la relación entre Israel y Sudáfrica han salido a la luz. La Sudáfrica del apartheid, que fue boicoteada por el mundo entero, fue el principal cliente de la industria militar israelí. Resultó ser una combinación perfecta: Israel tenía un montón de sistemas de armas, pero tenía dinero para producirlos; Sudáfrica tenía un montón de dinero, pero nadie que se le suministrara las armas.

Entonces, Israel les vendió a los carceleros de Mandela todo lo que pudo, desde aviones de combate hasta dispositivos electrónicos militares [o sólo “electrónica militar”], y compartió con ellos su conocimiento nuclear. El propio Peres estuvo profundamente involucrado.

La relación no fue simplemente comercial. Oficiales y funcionarios israelíes se reunieron con sus homólogos de Sudáfrica, intercambiaron visitas, se fomentó la amistad personal. Mientras que Israel nunca respaldó el apartheid, nuestro gobierno, ciertamente, tampoco lo rechazó.

Sin embargo, nuestros líderes deberían haber estado allí, junto con los líderes de todo el mundo. Mandela fue el Gran Indulgente, y también perdonó a Israel. Cuando el maestro de ceremonias en el estadio erróneamente anunció que Peres y Netanyahu habían entrado [o “llegado”], se escucharon algunos abucheos. Mucho menos que los abucheos dirigidos al actual presidente de Sudáfrica.

En Israel, sólo una voz se alzó abiertamente en contra de Mandela. Shlomo Avineri, un respetado profesor y ex director general del Ministerio de Relaciones Exteriores, lo criticó por tener un “punto ciego” ‒al ponerse del lado de los palestinos contra Israel‒. También mencionó que otra autoridad moral, Mahatma Gandhi, tenía el mismo “punto ciego”.

Algo extraño: ¿Dos gigantes morales con el mismo punto ciego? ¿Cómo puede ser eso?, me pregunto.

EL MOVIMIENTO de boicot contra Israel está ganando terreno poco a poco. Asume tres formas principales (y varias intermedias).

La forma más concentrada es el boicot a los productos de los asentamientos, que fue iniciado por Gush Shalom hace 15 años. Está en activo ahora en muchos países.

Una forma más rigurosa es el boicot de todos los institutos y empresas que se relacionan con los asentamientos. Esta es la política oficial actual de la Unión Europea. Esta misma semana, Holanda rompió relaciones con Mekorot, el monopolista Water Corporation israelí, que desempeña un papel en la política que priva a los palestinos de los suministros esenciales de agua y los transfiere a los asentamientos.

La tercera forma es la total: el boicot a todo y a todos los israelíes (yo mismo incluido. Esto también está avanzando lentamente en muchos países.

El gobierno israelí se ha unido a esta variante. Por su ausencia de representación voluntaria o escasa representación en la ceremonia de Mandela, ha declarado que Israel es un estado paria. Algo muy extraño.

LA SEMANA PASADA escribí que si los estadounidenses encuentran una solución a las preocupaciones de la seguridad de Israel en Cisjordania, otras preocupaciones podrían ocupar ese espacio. No me esperaba que fuera a suceder tan rápido.

Benjamín Netanyahu declaró esta semana que el despliegue de tropas israelíes en el valle del Jordán, según lo propuesto por John Kerry, no es suficiente. No por el momento.

Israel no puede renunciar a la Ribera Occidental, mientras Irán tenga capacidad nuclear, declaró. ¿Cuál es la relación?, cabe preguntarse. Pues resulta obvio. Un Irán fuerte fomentará el terrorismo y amenazaría a Israel de muchas otras maneras. Así que Israel debe seguir siendo fuerte, y eso incluye aferrarse a la Ribera Occidental. Es lógico.

Y si Irán abandona todas sus capacidades nucleares, ¿será eso suficiente? No, y por mucho. Irán debe cambiar por completo sus políticas “genocidas” contra Israel; debe detener todas las amenazas y declaraciones en contra de nosotros; debe adoptar una actitud amistosa hacia nosotros. Sin embargo, Netanyahu estuvo a punto de exigir que los líderes iraníes ingresaran en la Organización Sionista Mundial.

Mientras esto no ocurra, Israel no podrá hacer la paz con los palestinos. Lo sentimos, señor Kerry.

En el último artículo también ridiculicé el Plan Allon y otros pretextos esgrimidos por los derechistas para aferrarse a las ricas tierras agrícolas del valle del Jordán.

Un amigo mío me respondió que, efectivamente, todas las antiguas razones se han vuelto obsoletas. El peligro de la fuerza combinada de Irak, Siria y Jordania que nos atacaría desde el Este ya no existe. Sin embargo…

Sin embargo, los guardianes del valle adelantan ya un nuevo peligro. Si Israel devuelve Cisjordania, sin apoyarse en el valle del Jordán, y los pasos de frontera en el río, otras cosas terribles sucederán.

El día siguiente al que los palestinos tomen posesión del cruce del río, los misiles se introducirían de contrabando. Los misiles caerán sobre el aeropuerto internacional Ben-Gurión, la puerta de [o la “puerta de entrada a”] Israel, situado a pocos kilómetros de la frontera. Tel Aviv, a 25 kilómetros de la frontera, se verá amenazada, al igual que la instalación nuclear de Dimona.

¿No habíamos visto esto antes? ¿Cuando Israel evacuó voluntariamente toda la Franja de Gaza, no empezaron a llover cohetes sobre el sur de Israel?

No podemos confiar en los palestinos. Ellos nos odian y nos seguirán combatiendo. Si Mahmoud Abbas intenta detenerlo, lo van a derrocar. Hamas o pero aun, al-Qaeda, llegarán al poder y desatará una campaña terrorista. La vida en Israel se convertirá en un infierno.

Por lo tanto, es obvio que Israel tiene que controlar la frontera entre el estado palestino y el mundo árabe, y sobre todo, los cruces fronterizos. Como Netanyahu dice una y otra vez, Israel no puede y no confiará su seguridad a los demás. Y menos a los palestinos.

PUES BIEN, ante todo, la analogía con la Franja de Gaza no es aplicable [o “no se sostiene”]. Ariel Sharon evacuó los asentamientos de Gaza sin ningún acuerdo o consulta con la Autoridad Palestina, que seguía gobernando la Franja en ese momento. En lugar de una transferencia ordenada de las fuerzas de seguridad palestinas, dejó un vacío de poder que más tarde fue ocupado por Hamas.

Sharon también mantuvo el bloqueo por tierra y por mar que convirtió a la Franja prácticamente en una gran prisión a cielo abierto.

En Cisjordania existe ahora un fuerte gobierno palestino y fuerzas de seguridad fuertes, entrenadas por los estadounidenses. Un acuerdo de paz las fortalecería enormemente.

Abbas no se opone a la presencia militar extranjera en toda la Ribera Occidental, incluido el valle del Jordán. Por el contrario, lo pide. Ha propuesto una fuerza internacional, bajo el mando estadounidense. Él sólo se opone a la presencia del ejército israelí ‒una situación que significaría o equivaldría a [mejor elegir sólo uno que “signifique” o “sea equivalente" a] otro tipo de ocupación.

PERO EL punto principal es otra cosa, algo que va directamente a las raíces [o “la raíz”] del conflicto.

Los argumentos de Netanyahu presuponen que no habrá paz, ni ahora, ni nunca. El supuesto acuerdo de paz ‒lo que los israelíes llaman el “acuerdo sobre el estatuto permanente”‒ acabaría de abrir otra fase de la guerra de varias generaciones.

Este es el obstáculo principal. Los israelíes ‒casi todos los israelíes‒ no pueden imaginar una situación de paz. Ni ellos, ni sus padres y abuelos han experimentado alguna vez un día de paz en este país. La paz es algo así como la venida del Mesías; algo que hay que desear, por lo cual hay que orar, pero que realmente se espera que no suceda nunca.

Sin embargo, la paz no significa, parafraseando a Carl von Clausewitz, la continuación de la guerra por otros medios. No significa una tregua, ni siquiera un armisticio.

Paz significa convivencia. Paz significa reconciliación, una voluntad genuina de entender al la otra parte; la disposición a eliminar [o “superar”] viejos agravios; el lento crecimiento de una nueva relación, económica, social y personal.

Para que perdure, la paz debe satisfacer a todas las partes. Debe crear [o “requiere”] una situación en la cual todas las partes puedan convivir, porque cumple con sus aspiraciones básicas.

¿Es posible esto? Conociendo el otro lado como la mayoría, respondo con la máxima garantía: Sí, en efecto. Pero no es un proceso automático. Uno tiene que trabajar para lograrlo, invertir en ello, desatar una paz tan comprometidamente como se libra una guerra.

Nelson Mandela lo hizo. Es por eso que todo el mundo asistió a su funeral. Quizás esta es la razón por la cual nuestros líderes eligieron estar ausentes.