Cada día me levanto y en realidad no quiero. Es la primera batalla que libro, el no poder quedarme acostada hasta que el cuerpo grite “¡calle!”, desarrollando esa capacidad asombrosa y con poca competencia de perder magistralmente el tiempo, pensando en el infinito o bien, en nada. Ya las 5:30, hace tiempo hay unos dibujos solucionándose en mi mente, cuando abro los ojos tengo cayos en las manos de tanto dibujar, de tantos correos respondidos y cobros pendientes, esos duendes que halan mis pies, deben ser arquitectos.
Muchas veces me pasa también con la escritura, sobre todo si es viernes y ya el jueves por la noche he sembrado algunas ideas para contar. Cuántas madrugadas tengo que salir de la cama para que no se escape “el poema”, que al final, nunca es el mejor o dicho de otra forma, aunque sea el mejor, debe ser superado, igual que los edificios y las casas.
Después de la primera batalla, libro la segunda y esta tiene que ver con aquello de ser mujer, un ser humano sensible (e influenciable), cuando uno se mira al espejo y comprende en la profundidad de uno mismo, que los años no pasan “de gratis”, que las caderas, quizás, se ven un poco más grandes que hace unos días, mientras se dibuja un aguacate como respuesta. Después, porque no hay escapatoria, cruzo aterrorizada frente a la báscula y me digo, “no te peses, mejor hagamos un poco de ejercicio” (tercera batalla).
Pues hoy la balanza ganó. No entiendo cómo, ni por qué, no sé en cuál almohada se quedó el orgullo de amarme exactamente como soy (que al final es la más grande mentira). Tiemblan un poco las piernas y no acabo de deducir si es la fascitis plantar o algún miedo. Entonces lo hago y luego ella me habla… Minutos después salgo a correr (con una rabia que va quedando en cada paso que ejecuto contra el asfalto) y decido no contarle a nadie de esas cosas. Imagínense, a quién le interesan las inseguridades de una doña cualquiera.
Es mejor pretender que somos felices tal y como somos, que el bombardeo publicitario que utiliza a la mujer como modelo perfecto no me afecta y no se ha cosido en mi mente la imagen de una Denisse con las costillas afuera. Prefiero pretender que no quiero ganarle la batalla al tiempo y engañarlos a todos con mi espectacular sonrisa.