De los 45 presidentes que ha tenido Estados Unidos de América desde su independencia hasta Obama y Biden, 25 de ellos nacieron en sus casas y bajo los cuidados de comadronas, pues al empezar el 1901, apenas el 5% de los niños estadounidenses nacía en hospitales. Y de los 61 presidentes que ha tenido la RD hasta hoy, 53 de estos vinieron al mundo asistidos por comadronas ya que a inicios del 1940, solo el 2% de los niños nacía en hospitales y clínicas.
De modo que esa mayoría de presidentes estadounidenses y dominicanos tuvieron papás que, a pesar de su pobreza, les prodigaron a sus hijos la mejor de las riquezas: ¡una buena crianza! Subrayo esto porque, extrañamente, en nuestro país muchísima gente cree que debido a su pobreza material le es imposible darles a sus hijos una buena crianza en el sentido de que los estos sean amorosos con sus progenitores, afectuosos con sus hermanos, respetuosos con sus vecinos y adultos en general, ayudadores con las tareas del hogar, obedientes de las reglas y límites de la familia, honrados, cumplidores de los compromisos contraídos y no proclives a ejercer violencia física o verbal contra los demás.
Por largo tiempo, en nuestro país muchos papás han tomado como un buen pretexto para justificar su distracción de la obligación y deber moral y familiar de criar al hijo con calidez y calidad, alegar que son incapaces de llevar a cabo semejante tarea dado su estado de pobreza crónica. Y cuando uno les observa a esos papás que desde la independencia de la República hasta hoy, nos han liderado, orientado y guiado como pueblo muchos verdaderos prohombres, estadistas, héroes, patricios y personajes de un talento intelectual excepcional y de la mejor estirpe, todos procedentes de hogares humildísimos, recurren a dar la mejor excusa en defensa de su desinterés o su fracaso en lograr lo mejor para sus descendientes: “Hice lo que pude, pero cuando Dios no te quiere ayudar…….”
Pero ¿qué es una buena crianza? La verdad es que no es fácil hacer un encuadre apropiado de lo que significa una ‘buena crianza’ porque en definitiva el asunto depende de tres factores básicos: 1) las costumbres predominantes en el contexto cultural de que se trate, 2) la cantidad de ternura y el estado de salud emocional y forma de intercomunicación de la familia y 3) el tipo de respuesta emocional que den los hijos a las reglas y limites de los padres. Por esas razones hay una diferencia casi astronómica entre el estilo de crianza que recibe un niño o adolescente asiático pobre o de clase media y la que recibe un niño o adolescente dominicano o estadounidense de la misma condición social.
Sin embargo, en nuestro país decimos que la buena crianza que el padre le puede proporcionar al hijo comienza por el establecimiento de un estilo de comunicación hacia el niño tan claro y modelado como sea posible a fin de que interiorice progresivamente los valores de la cultura familiar donde el esfuerzo, lo veraz, lo honesto, el sano respeto a las normas y la tolerancia de lo que no le guste son los filones que lo harán un ciudadano adulto respetuoso, admirado y emocionalmente equilibrado.
Si el padre es capaz de dirigir una crianza en la que mezcle una buena dosis de ternura con palabras de aliento o de aprobación cuando el hijo ejecuta un comportamiento esperado y razonable o de corrección cuando ejecute una conducta inapropiada, en tanto que el mismo padre reconoce ante el hijo que se equivocó cuando le corrigió esto o lo otro o que le mintió en esto o aquello pero aclarándole que siempre existe el riesgo de equivocarse pero no así de mentir a la vez que lo estimula a que le cuestione si mintió o se equivocó, pues así evitaría que el hijo crezca como un siervo del silencio convirtiéndose al llegar a la adultez en un simple “escuchador” o “aprobador” de todo. Sería un niño bueno, pero socialmente idiota e incompetente.
Pero ese esquema de crianza solo resultará bueno si el padre no llega a confundir el amor y la ternura que le prodiga al hijo con la ominosa “obediencia” que muchos padres le profesan a su amado muchacho llegando al colmo de aprobarle todo cuanto quiera o haga. Cuando se comete semejante error, nadie evitará que el niño o el adolescente se vuelva un tirano además del “papá” de los malcriados.
Toda buena crianza para que sea legítima y fructífera conlleva vigilar constantemente la conducta del hijo y decir NO de vez en cuando. Esa es la razón del porqué los terapeutas familiares insistimos en que para que la crianza sea eficaz, todo padre necesita disponer de la mejor herramienta que vende una ferretería llamada “familia”: ¡el ejemplo! Es con el ejemplo que se enseña al hijo que no vive solo en el mundo, que su vida misma, el respeto de los demás y los logros que persiga dependen de su capacidad de poder interactuar de un modo sosegado, responsable y reflexivo con toda la familia y con la sociedad.
La buena crianza se convierte en un deseo ilusorio si el padre se declara incompetente para criar mediante la técnica de mostrar al hijo el mejor ejemplo. Aquí empieza la mayor garantía de que tu hijo alcanzará grandes metas profesionales, como esposo, como hijo y como ciudadano.
Dado que “auyama no pare calabazos”, si un niño recibe crianza de un padre, mezquino, mentiroso, borracho, irresponsable, deshonesto, embaucador, pendenciero, holgazán e irrespetuoso de las normas sociales, pues aquí mismo comienza la futura vida criminal de un adolescente. Para ser un padre honorable capaz de ofrecer a su hijo una buena crianza no hay que ser rico ni ser egresado de una universidad y ni siquiera ser buenmozo; basta con que le dedique tiempo, ejemplo y ternura. Si hoy Día de los padres, si usted cree que no es buen padre, pues empiece ahora mismo a selo y de esa manera comenzar a bajar la vergonzosa cifra de adolescentes criminales en nuestras cárceles.