Los boletines del Ministerio de Salud Pública y los reportes de los medios de comunicación muestran un avance significativo en el control del coronavirus en el país, pero la experiencia a nivel internacional indica que aún no es tiempo de bajar la guardia, y que, por el contrario. debemos incrementar las previsiones para llegar al 2021 en mejores perspectivas, no sólo de salud, sino también económicas y sociales.

Gran parte de la población nacional no está plenamente consciente de la gravedad de las repercusiones económico-sociales de la pandemia que asola el mundo, y pone patas arriba hasta las economías dominantes. El loable esfuerzo de las autoridades por insuflar optimismo conlleva la debilidad de que muchos no alcanzan a captar las dimensiones de la crisis y su daño en el cuerpo social dominicano.

Una comparación de los boletines cada 30 días entre julio y noviembre, no deja duda de los avances que ha logrado el pueblo dominicano en el control del Covid-19, desmintiendo la persistente difusión pesimista de que somos lo peor del mundo, los más indisciplinados, especialmente cargando contra los sectores populares, que en un 99 por ciento han observado los rigores del toque de queda, como también demuestran las estadísticas. Es cierto que en algunos barrios se han verificado fiestas y francachelas, pero lo mismo en los segmentos de clases medias y altas, sólo que en estas últimas se realizan en sus amplios espacios interiores.

Junio y Julio registraron una situación extremadamente crítica. El boletín 115, del 11 de julio mostró 1,418 contagios, pasando estos de 44,332 a 81,094, un mes después,  en el boletín 145 del 10 de agosto, con un incremento promedio diario de 1,218. Entre el 8 de octubre, boletín 205, y el 9 de noviembre, boletín 235, los contagios crecieron en 12,589, con una reducción promedio diario a la tercera parte, 420.

Por igual entre julio y agosto los decesos pasaron de 897 a 1,346, incremento de 449, con promedio diario de 15. Entre octubre y noviembre, los fallecimientos se incrementaron en 100, de 2,167 a 2,267 promediando diariamente sólo 3.3.

Cuando se verifica la tasa de positividad, es decir la proporción de contagiados por pruebas realizadas, en julio registró de 26.11 por ciento, que subió en agosto alarmantemente a 33.5, para caer en septiembre a 18.21, en octubre a 12.07, y descendiendo a 9.97% el 10 de noviembre. Por igual ha caído la tasa de letalidad, es decir la proporción de fallecidos en relación al número de contagiados, de 2.01 en julio a 1.66 en agosto, volvió a 1.89 en septiembre, a 1.84 en octubre y registró 1.74 por ciento en noviembre.

En otras palabras que la curva ascendente de contagios y fallecimientos se ha  inclinado hacia abajo. Pero eso no permite cantar victoria, porque todavía falta mucho para hablar de control y porque en otros países se llegó a progresar mucho más que aquí, y al relajarse las previsiones, hizo aparición una segunda ola, en algunos casos tan masiva y letal como la primera.

Es comprensible que gran parte de la población esté cansada de las restricciones y aspire a recuperar la libertad, pues si algo ha quedado absolutamente claro en este pandémico y terrible 2020, es que los seres humanos no están programados para el aislamiento ni el enclaustramiento. No es cuestión de educación, sino de naturaleza humana. Porque lo mismo se ha visto en Londres que en París, Madrid, Roma, Nueva York o Miami. Al menor descenso de las restricciones, las personas se lanzan a las calles desafiando el peligro persistente. En los regímenes más autoritarios el control es más eficaz.

El gobierno dominicano acaba de extender el toque de queda hasta comienzo de diciembre, y la prudencia recomendaría no  levantarlo ni para las festividades navideñas, porque es demasiado lo que arriesgaremos de cara a la recuperación de la salud, de la economía y de sus repercusiones en el empleo formal como informal. Sobre todo por la importante fuente que es el turismo. Un ingenioso joven sugirió que como compensación, declaren no laborables el 24 y el 31 de diciembre para facilitar el desplazamiento de personas en el día, reduciendo las aglomeraciones, pero manteniendo las restricciones nocturnas para reducir los riesgos de masificación y contagios durante las celebraciones de Nochebuena y Año Nuevo.

Aquí cabe más que nunca la máxima popular de que es preferible precaver a tener que remediar. Más vale en la recta final, cuando estamos dejando atrás el tramo más penoso. Aún no estamos para bajar la guardia.-