“Más de dos mil globos blancos fueron lanzados al aire desde la explanada del parque Colón en memoria de las víctimas de accidentes de tránsito que cada año pierden la vida en nuestras carreteras.” Así iniciaba la crónica de El Caribe para entonces describir la homilía del Nuncio Apostólico. Este habló entonces sobre la necesidad de programas de prevención y de educación vial. Sobre las víctimas se dijo mucho; sobre los perpetradores, hubo silencio.
El concepto accidentes de tránsito ha perdido en República Dominicana su razón de ser. Accidente es algo imprevisto, fortuito o contingente, pero en nuestro país se ha convertido en norma. Desde que cualquiera toma un timón en sus manos, sus probabilidades de ir encaminado hacia una colisión o una desgracia, aumentan. La tolerancia entre conductores ha llegado al mínimo minimorum. Por esa razón debemos buscar la palabra adecuada para nombrar lo que ocurre en las calles y en las carreteras, pero nunca llamarlos accidentes.
En actos protocolares, se tiende a exigir modificaciones a la conducta de los choferes de vehículos. Pero el factor determinante está en que las máximas autoridades de los gobiernos pocas veces han estado verdaderamente interesados en resolver los problemas del tránsito y, por lo tanto, a evitar tantas víctimas como ningún otro país del mundo.
No puede olvidarse que cuando Hipólito Mejía asumió la Presidencia de la República en 2000, encontró una potente estructura técnico-administrativa en la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET), orientada a convertirse en la semilla que germinaría el necesario Ministerio de Transportes. En vez de fortalecer aquello que había demostrado eficiencia en el mantenimiento del orden en el tránsito, optó por favorecer a “la canalla” del transporte público con un mecanismo corruptor que llamó Plan Renove. Aquel mercado persa terminó en los tribunales, que no tuvieron otra opción que encarcelar a algunos de sus dirigentes, aunque dejó fuera a los verdaderos “pejes” gordos del saqueo al erario.
Luego, en 2004, retornaría Leonel Fernández a la Presidencia de la República y, en vez de continuar con el AMET que le había dado buenos resultados, optó por encaminarse hacia la construcción de una red de tren subterráneo como supuesta panacea para el tránsito en la capital dominicana. El fracaso de esta opción como solución al caos fue más que evidente. Ahora bien, el enriquecimiento desmesurado del proyecto de Fernández para eternizarse en el poder político estuvo a la vista de todos. Gastó miles de millones de dólares y el desorden en las calles capitaleñas siguió aumentando a ritmo de corrupción reeleccionista. La estafa del Plan Renove sería olvidada ante los excesos del Metro.
Ahora, en 2014, se han venido notando algunos atisbos de interés desde el Poder Ejecutivo que ayudan a crear esperanzas; solo eso, esperanzas. Pero la maquinaria de la corrupción y la ineficiencia en el manejo del caos no son fáciles de detener y resisten con fuerza los intentos. La inercia del desorden y la corrupción todavía prevalece ya que algunos funcionarios gubernamentales practican privilegios que indignan a la población. Asimismo, se mantiene la orientación represiva por encima de la preventiva en los métodos de corregir las deficiencias de los conductores en las calles. La violencia no se soluciona con violencia.
En el año pasado hubo miles de defunciones en incidentes de tránsito. Las muertes en estos casos son usados para medir la gravedad del problema. Sin embargo, la rehabilitación individual, la disminución del rendimiento productivo es también un problema inmensamente grave. Por cada muerto en incidentes de tránsito se producen 19 lesionados. Así que si hubo cerca de tres mil muertos en estos incidentes, los afectados llegan a cincuenta mil. Eso para no mencionar los “incidentados” en casos que no llegan ni a las compañías de seguros ni a la Policía Nacional para ser registrados como incidentes.
Resulta impostergable realizar una readecuación de alcance total en el Distrito Nacional que permita corregir el comportamiento del tránsito de vehículos de motor en cada momento de un día cualquiera. Algo que sucede en un punto del Polígono Central podría tener su origen en un conflicto vehicular en uno de los puentes que atraviesan el río Ozama, ubicados a kilómetros de distancia. La generación de imágenes del sistema 911 podría servir de mucho en este intento de aproximarnos a conocer la realidad de nuestra capital nacional.
Sólo hay que atreverse a hacer lo que nunca se ha hecho.