La epidemia de COVID-19 que estamos viviendo parece que va para largo, según dicen los expertos. No hay un solo país en el mundo donde ésta se haya controlado totalmente, ni siquiera en China, donde han aparecido nuevos casos, ni en Singapur, considerado un ejemplo de gestión de la respuesta. Estudios realizados en países donde tuvo un impacto significativo y costo enorme en términos de muertes (y discapacidades como resultado de haber atravesado fases críticas de le enfermedad, lo cual no se ha cuantificado) señalan que están muy lejos aún de la inmunidad colectiva. Llamada también “inmunidad de rebaño”, implica que una proporción significativa de la población se ha contaminado (dicen que alrededor del 60%) lo cual hace muy difícil al virus continuar circulando y por lo tanto, deja de ser una amenaza. En España se ha señalado que estas cifras están entre el 5% y el 15%. El Centro Europeo de Control de Enfermedades da cifras inferiores al 5% en los países o municipios muy afectados donde se han realizado los estudios. Ante la falta de una vacuna, parece ser que tendremos que ir aprendiendo a convivir con el virus.
Después de dos meses de encierro, a un costo elevadísimo en términos económicos para el mundo entero, casi todos los países comienzan, lentamente, a abrir sus economías. Y digo lentamente, porque la apertura no depende sólo de que los gobiernos la decreten. Hay países que nunca establecieron cuarentenas obligatorias y la gente se encerró de todos modos y redujo al mínimo su consumo. Abrir las economías será, también, una mezcla entre decisiones políticas, interacciones sociales, comportamiento del virus, en fin, multiplicidad de factores que se entrelazan e interactúan entre sí de manera dinámica, con resultados inciertos.
A pesar de la incertidumbre sobre los resultados de las dinámicas complejas, dicen los epidemiólogos que la apertura significará, necesariamente, un aumento de los casos y con ellos, de las demandas al sistema de salud. Tenemos la esperanza de que en esta primera parte del año 2020 hayamos aprendido lo suficiente para saber cómo manejarnos ante esas crisis y que el gobierno asigne los recursos necesarios para el equipamiento adecuado de los hospitales. Esperamos que no predomine en nuestros decisores la mentalidad lineal del blanco y negro, reforzando aún más la idea que ha prevalecido inmemorialmente de que la inversión en salud es igual a inversión en hospitales.
Hay otras opciones, tan importantes como la anterior: la necesidad de asignar los recursos necesarios para fortalecer la atención primaria en salud, que constituye el pilar fundamental de los sistemas de salud con mejor desempeño. Y que en la República Dominicana nunca ha tenido la prioridad necesaria.
Sabemos que sólo alrededor de un 20% de los contagiados llegan al hospital, pero si son muchos, pueden resultar en una carga grande para el sistema hospitalario, para los servicios de alta complejidad a la vez que un gran riesgo para los afectados. El 80% restante se divide entre asintomáticos y enfermos leves, que podrían tratarse en casa, con el monitoreo adecuado mediante visitas domiciliarias de personal de salud capaz de proporcionar los tratamientos necesarios evitando la automedicación. Hemos aprendido (aunque esto no haya sido cuantificado) que muchas personas con aparente infección benigna pueden desembocar en un cuadro grave por una inadvertida insuficiencia respiratoria, la cual puede ser prevenida con un oxímetro, un aparatito que mide el oxígeno en la sangre y que se puede comprar en cualquier farmacia. Esto es tan sólo un ejemplo de cómo un manejo adecuado de los casos aparentemente sencillos, con personal calificado de primer nivel, puede evitar mucho sufrimiento, muchas muertes y costos elevados para el sistema de salud.
La experiencia de esta epidemia puede ser útil y de ella obtener lecciones para invertir en lo que puede ser el futuro de la atención primaria. Por ejemplo, las salas de espera abarrotadas en los hospitales públicos – y hasta en los privados – donde se mezclan personas con diferentes enfermedades, muchas de ellas contagiosas. La práctica de separar las personas con afecciones respiratorias o febriles de los demás pacientes que ya se ha iniciado en algunos centros, debería convertirse en norma permanente para el futuro.
Otro aspecto fundamental sería la adopción de la telemedicina. Un alto porcentaje de las consultas rutinarias pueden realizarse de manera remota, sin necesidad de trasladarse a un centro de salud a riesgo de contagiarse, sin largas esperas en salas llenas de pacientes y sin gastar en medios de transporte. Se ha señalado que mundialmente ha habido un exceso de mortalidad llamada “daño colateral” del COVID-19, relacionada con el cierre de las consultas en muchos centros y con el miedo a contagiarse (tanto de pacientes como de médicos) – lo cual podría haberse evitado si hubiera acceso a consultas por vía electrónica. El éxito de la plataforma Aurora, implementada aquí por el Ministerio de Salud Pública, muestra que es factible, aún en países como el nuestro, caminar en esa dirección. Cada día se atienden miles de consultas y se resuelven cientos de emergencias. También ha sido exitoso el sistema de recetas electrónicas, aunque aquí todavía funcione de manera rudimentaria pero que es de uso normal en muchos países.
En definitiva, necesitamos crear y fortalecer una atención primaria efectiva a nivel público y privado, que se origine en la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad, de una manera proactiva, sustentada en el uso de tecnologías de la información y estadísticas confiables, que permita la toma de decisiones en tiempo real – utilizando el récord médico electrónico único. La atención primaria implica, entre otros asuntos, una acertada combinación de estrategias de manejo poblacional y comunitario con los componentes de atención individual ambulatoria, con el objetivo de lograr las metas de mejorar la salud de la población.
Y, no se olvide, significa también un liderazgo efectivo del sistema de salud para llevar a cabo sus funciones esenciales, entre ellas, predecir, monitorear y controlar los brotes y las epidemias – pues lo vamos a necesitar ante la incertidumbre de cómo se va a comportar el nuevo coronavirus cuando se incrementen las interacciones sociales.
Y ante otras epidemias… que andan por ahí todavía, aunque la mayoría de nosotros nos hayamos olvidado de ellas.