Uno no puede decir que todos los políticos son iguales.
Los hay que están cargados de muy buenas intenciones y que son portadores de grandes valores.
Sin embargo, tenemos muchos que son sumamente terribles.
Y el daño que hacen no tiene nombre.
¿Hasta dónde llegará la sociedad dominicana soportando tantas bellaquerías, veleidades, marrullería, maldad y diabluras?
Un gran número de nuestros políticos pierde la cabeza, la cordura, los modales y la buena conciencia cuando se ve manejando poder y dinero.
Son fieles seguidores de la doctrina maquiavélica en el sentido de no parar en la industria del engaño porque el éxito no se empañara ante la mentira descubierta mañana.
Pienso que la sociedad dominicana debe llegar al punto de ser más exigente, cauta y selectiva en la decisión de otorgar posiciones a los políticos.
No se puede seguir en este frustrado sendero de llevar a la administración de la cosa pública a puros lobos rapaces, que lo único que desean ansiosamente del rebaño es sólo la lana, la carne y la leche.
¡Santos cielo! Es que ya ni se guardan las apariencias.
En un país de tantas necesidades, carencias y precariedades muchos de estos señores se sirven del erario público como reyes en sus vastos imperios, satisfaciendo sus desbordadas apetencias sin importarles el dolor de los que nada tienen.
La realidad concreta es que en la República Dominicana muchos líderes políticos convierten el Estado en una francachela a favor de sus propios intereses, de su familia, de relacionados y de grandes amigos.
Esta maldita tendencia no cambia. Es cada día peor.
¿De dónde vendrá nuestro socorro?
¿Será Dios mismo quien tendrá que estremecer los cimientos de esta tierra hasta hacer que la conciencia de quienes gobiernan entre en razón?