Nos vamos a permitir sentar unos supuestos que entendemos son útiles para la parte final de nuestra opinión. Pedimos paciencia. Veamos.

¿Por qué reaccionamos en avalancha?

La evolución ha permeado a prácticamente todos los organismos “modernos” de herramientas automáticas que, por más inteligentes que pueda ser el sujeto, manejan desde su interior la forma de interpretar y reaccionar.

Uno de los más útiles es, sin lugar a duda, la reacción fisiológica para repeler el peligro inminente o actual. Esto, desde el punto de vista del individuo, es más o menos fácil de digerir porque parecería una respuesta objetiva, pero cuando agregamos el elemento social, nos encontramos con que hay fenómenos que pueden influir en el comportamiento “de la comunidad”, influyendo sin un razonamiento real en la posición que cada individuo tome dentro de la colectividad.

Esto, que a veces los psicólogos han denominado “toma de decisiones descentralizada”, se verifica claramente cuando no existe una autoridad real y uniforme, y más que esto, la autoridad es difusa y se ha distribuido entre una serie de individuos, o peor aún, no existe una distribución de esta, sino una inexistencia mal interpretada.

Es esto que hace que, en una mesa – sin darnos cuenta – cuando se ordenan distintos aperitivos, es muy probable que los últimos en ordenar se adhieran a los que ya han sido indicados, aún hubiese preferido otros distintos, por el simple hecho de que “la comunidad” decidió, y si alguno de los ordenados no fuera del agrado de alguno, este último asume que hubiese dicho algo.

El concepto de defensa como reacción orgánica ante el peligro normalmente va acompañada de un condicionamiento y una subsiguiente potencialización del miedo que, concomitantemente, estimulan reacciones que no necesariamente hubiesen sido típicas del individuo, pero como la comunidad, cual infección viral, ha ido reproduciendo posturas sin saber bien de donde han nacido, eventualmente los “últimos en ordenar” estarán adhiriéndose a la mayoría, de manera proactiva, para cumplir su rol social. Hasta aquí, la utilidad es entender por qué reaccionamos, en grupo, de manera coordinada muchas veces sin tener una organización previa. Es la evolución.

¿Cómo adoptamos una posición?

Siguiendo, uno de los conceptos más importantes al momento de estudiar “teoría política”, por tomar un término genérico, es la ventana de Overton. Esta figura, instituida y reconocida gracias a los estudios promovidos por Joseph P. Overton desde el Mackinac Center (de políticas públicas), se puede entender como una posición “salomónica” dentro de una discusión o debate. Es, entonces, una de las formas de ubicar – en un debate político – cuales son las posturas menos dañinas para un dirigente. Wikipedia tiene un gráfico que simplifica estas palabras:

Ahora la pregunta es, ¿es esta herramienta objetiva o subjetiva? La única respuesta es que, aunque se base en elementos objetivos, la ventana como tal responde a la subjetividad del sujeto que la aplica, o del objetivo de quienes la utilizan.

Es este elemento subjetivo el que ha jugado un rol a lo largo de la historia, y por un lado, ha promovido (o ayudado a promover) grandes conquistas en todos los sectores, pero por el otro, ha creado también situaciones donde, por el bombardeo constante de criterios, hemos perdido la capacidad de asombro, y de crítica, destruyendo la morfología clásica creada por Overton y, como si fuera una película, hemos decidido adoptar lo que los cineastas denominan “suspensión of disbelief” (suspensión de incredulidad), que no es más que la decisión deliberada, tomada por el sujeto en cuestión, de ignorar los elementos fácticos de un escenario en búsqueda de permitir que la trama pueda avanzar.

Y como ya tenemos dos herramientas sociológicas bien interesantes, es bueno plantearnos, entonces (y bajo la premisa de posiciones adversas), las dos posiciones actuales:

Estamos bajo un ataque deliberado de potencias extranjeras VS Es un reconocimiento público de nuestra realidad.

Utilizando la ventana de Overton, que no solo sirve para evitar desgaste político, sino también para buscar tomar posiciones sensibles, decidimos colocarnos en un espectro donde podamos, quizás sacrificando nuestro pensamiento original, que pudiese ser tildado de radical por la otra parte, y, además, reconociendo la posible suspensión de incredulidad de cada uno de los extremos para justificar su posición. Veamos.

Sobre los que entienden están atacando nuestra patria:

El sentido de patriotismo es, genéricamente, uno de los sentimientos más extraños que la psicología ha podido identificar. Muchos psicoanalistas entienden que el patriotismo nace, por lo menos en su origen, como una expresión de la necesidad de “pertenecer” socialmente a un grupo que fue, en algún momento, uno adquisición evolutiva relevante para nuestra raza. Es sencillo, el patriotismo permite englobar a todos los individuos que deseen adherirse sin requerir más que la ubicación física dentro de un mismo espacio. Esto es, si se quiere, una definición sumamente laxa de lo que es el patriotismo, y es este sentimiento de “pertenencia”, sobre nuestra tierra, que permea al dominicano y, en consecuencia, a “su gente”, lo que nos hace reaccionar de manera enérgica y, aunque muchas veces deliberadamente renunciando al reconocimiento de la situación que objetivamente existe en nuestros días, salgamos con una bandera en el pecho a luchar por nuestro país.

Sobre los que entienden que esto es una expresión del día a día:

El pueblo dominicano, al igual que muchas otras naciones latinoamericanas (y muchas más en vías de desarrollo) ha sido afectada por el mal mundial de la degradación social consecuencia de las falencias políticas. Es casi parte de la idiosincrasia dominicana el “odiar” al gobierno de turno, entender que todo es culpa de ellos y, de manera contraproducente, pedir favores, botar basura cuando nadie nos ve y, si es de noche, robarnos una o dos luces rojas de los semáforos. Pero esta postura, que deliberadamente ignora las propias faltas del ciudadano (como sujeto), decide emprender una cruzada que primero atropelle a los que ya podemos denominar patriotas, y luego de descalificarlos, afilar los cañones al gobierno de turno y sus dirigentes. Todo esto que está ahora saliendo a la luz pública es real, y es culpa “del gobierno”. El pueblo está cansado de vivir en pánico.

Para salvarnos el pellejo, seguimos con la ventana de Overton, subjetiva por supuesto, y planteamos esto como punto a considerar:

Enfoquémonos en denunciar las debilidades actuales del sistema, que son hechos objetivos, iniciando por requerir de nuestras autoridades que se reconozca el estado “de emergencia” en el que vivimos, con una delincuencia generalizada que nos ahoga.

Exijamos que se implementen políticas públicas que permitan que, algún día, podamos trasladarnos sin tanto temor por nuestras calles, o que no tengamos que blindar nuestros hogares presumiendo que, en algún momento, no sabemos cuándo, alguien intentará penetrar a ella. Es el Ministerio correspondiente el que debe, apoyado por sus ciudadanos, luchar contra todo lo que sea falso y mal intencionado, pero, además, es quien tiene el rol estelar al momento de investigar y comunicar los resultados, sin mañas ni favores.

El ciudadano dominicano, por distintos factores, unos vinculados a las políticas públicas actuales y otras a males heredados desde los inicios del siglo pasado, se ha visto en una situación sumamente precaria, donde la única forma de obtener prestaciones mínimamente adecuadas es proveyéndoselas él mismo con su trabajo, supliendo sus necesidades como pueda, y siempre presumiendo la mala fe del tercero que, de una forma u otra, nos hemos acondicionado a verle como un potencial agresor.

Los únicos que están llamados a enfrentar internacionalmente los problemas del turismo son nuestras autoridades. Primero, investigando cada una de las muertes denunciadas. Segundo, dependiendo del caso, realizando los sometimientos pertinentes, la aplicación de medidas de seguridad y las variaciones de políticas necesarias. Tercero, rindiendo informes a los organismos y representantes de los estados relevantes, donde se pueda verificar con certeza el resultado de cada investigación.

Esa batalla no se gana en las redes sociales, aunque ayuda, debemos exigir de nuestras autoridades que “se pongan los pantalones” y asuman esa lucha, pues por esa razón son nombrados, y con el apoyo de nosotros, los ciudadanos, con el estado de sombrilla, tendremos mucho más éxito. Si nosotros mismos a veces no creemos en nuestras autoridades, debemos exigirles que actúen con transparencia y permitan que sean hechos los que hablen, no buenos y emotivos videos en las redes, producidos por nosotros, los ciudadanos que nos duele nuestro pedazo de isla.

Si mostráramos este sentido de pertenencia y dolor por nuestra sociedad con los temas que día a día nos afectan, probablemente tendríamos un país con mejores políticas y con dirigentes más conscientes del efecto negativo de sus acciones.

No descuidemos nuestra realidad, porque al final somos todos nosotros los que, al terminar de leer estas palabras, saldremos a nuestras calles a una jungla de cemento que hoy llamamos República Dominicana. Pensemos que nuestro norte no es solo defender nuestro país, sino también que, algún día, cuando un pariente o amigo extranjero visite nuestro país, no tengamos que darle un listado de comportamientos que debe evitar que, aunque sean normales para nosotros, no debe ser la norma ni debemos acostumbrarnos a ello.