“Que te parece si dejamos de ser cuerdos por breves instantes, lo que pase luego le echamos la culpa al desatino”. David Pérez Nuñez

 Si me dan a elegir elegiré siempre la locura. Si me dan a elegir renuncio para siempre a caminos trillados y seguros, a propósitos de enmienda, a esa incómoda y estúpida vanidad que cercena toda posibilidad de aceptar que somos seres incompletos y plagados de defectos.

Si me es dado rehusar rehuso la cordura, rehuso la envidia insana y rastrera, los malos sentimientos, los silencios que ignoran, los vocablos que dañan, la implacable certeza que amordaza cualquier duda. Si me dan una opción prefiero, entre cualquier otra, la amplitud de miras, las cosas pequeñas, el detalle apenas perceptible que escapa a todo patrón. Si me es lícito escoger y hacerlo a mi propio antojo, antojaré una vida sencilla y su innegable poder de convocar las cosas que de verdad importan.

Me quedaré con el asombro, con la mirada limpia, con las palabras siempre dichas con la mejor intención. Y si puedo elegir, si de verdad puedo hacerlo a manos llenas, me quedo con el amor.

Soy de esa clase de ilusas que no creen necesario hacer grandes renuncias en nombre del amor ni llevar a cabo heroicas gestas para lograrlo victorioso. El amor es, después de todo, cuestión de mutua y cotidiana elección, Sin más boato ni artificio. Hoy el amor en pequeñas porciones.

Deja que el amor quiebre todas tus compuertas o no podrás llamarlo amor. Deja que te inunde, que rebase tus límites, que te rompa si es preciso, porque de lo contrario solo habrás vivido a medias.

Tan solo unas pocas palabras: encuentro francamente hermoso que usted dedique una parte de su tiempo a pensar en mí.

Qué sería del mundo sin la ternura. Sin la reconfortante calidez de esos gestos que aceptan sin miedo, cuan vulnerables somos y cuanto necesitamos sentir los afectos en propia piel.

Déjala partir si no la quieres como a la vida misma. Déjala que vuele lejos, que beba el agua de otras fuentes, que americe lagunas nuevas en cualquier otra dirección.

Ella aprendió a amar en silencio. Apenas logró nunca evitar que las palabras se atropellaran en su boca, que provocaran llagas en su lengua, que murieran solitarias en aquella cavidad húmeda y oscura.

Vencer al miedo, atreverse, rendirse a sus efectos, deponer las armas convencido de la entrega, cruzar umbrales y altanero desdeñar toda cuita. Sentir de orgullo henchir tu pecho, sembrar de flores las plazas y embellecer las calles. Dar por buenos silencios cómplices, celebrar victorias en mil batallas ganadas. Enamorarse al fin y celebrar la dicha del encuentro.

Se besaban con la fruición de los besos primeros. Ese tipo de besos que hacen de los labios religión.

A veces encuentro un te quiero, que no supe decir a tiempo, escondido en el cielo de mi boca.

Amar fue desde siempre cuestión de valientes. Más aún en tiempos de tráfico de efímeros afectos.

Y si al fin y al cabo todo esto se tratara tan solo de ti, de mí y de un puñado de pequeñas cosas más.

Si la balanza se inclina con frecuencia de un solo lado puede ocasionar un desajuste que induzca a error la medición. Ocurre igual en el amor. Existe un pacto no firmado, un frágil y delicado juego de fuerzas cuyo punto justo de equilibrio nunca es fácil de fijar.

Ella era persona de palabra. Le amaba usando con inusual pericia adjetivos y complementos. Él añadía las pausas, acentuaba los tiempos verbales y dibujaba con indudable acierto el punto final que cerraba cada día que escribían juntos.

Hay una tarde cualquiera en la que el amor llega y se cuela por dentro, se tiende a tu lado sin pedir permiso y no hay más remedio que deponer armas e izar la bandera de la rendición.

Es curioso, algunas personas necesitan a menudo espacios de respiro en la pareja. Un exceso de ventilación en otras, por el contrario, satura los pulmones provocando ocasionalmente una fatal disfunción. Es complejo regular el caudal de oxígeno necesario para mantener activos los conductos del amor.

Hay parejas que construyen el amor sobre las ruinas del pasado, con lastimeros fantasmas arrastrando cadenas, vagando por los pasillos de su nuevo hogar.

Si alguna vez sientes la necesidad de mentirle con frecuencia es muy posible que haya llegado el momento de decir adiós. Seguir elevando un edificio sobre defectos de fábrica amenaza siempre ruina.

Sucede, en algunas ocasiones, algo cuasi mágico que va un paso más allá y que trasciende incluso al propio amor. No se trata en esos casos tan solo de un tú y un yo, sino de una profunda comunión de pensamiento que confiere un modo distinto de afrontar la existencia.

Que todas las primaveras contengan tu nombre, que las lluvias de noviembre nos encuentren danzando en el bosque, que una sola luna llena alumbre nuestro camino de regreso a casa.

La energía del amor y su capacidad creadora es no solo inasible e imposible de manejar para aquellos que se aman, si no que excede a su propia voluntad.

Uno necesita sentirse acompañado en las lides del amor o el espectáculo se resiente, pierde gracia, donosura y desmerece la ovación. El público demanda finales felices.

Si de amor te sientes prisionero has de estar equivocado y no ser tal, pues huye aquel que así nombras de grilletes y cautivos.

Es tan hermoso construir piedra a piedra tu castillo, abrir sus puertas, invitarle a pasar, sentarle en la mesa, servirle tus mejores viandas compartir hermosas sábanas de algodón y tan desgarrador cerrar cancelas, apostar en las almenas a tus soldados y celebrar su marcha

Si nos hemos de amar apuremos el instante. El tiempo es inexorable por mucho que tú y yo nos finjamos infinitos.

Creo más en ese poso sereno y tranquilo que alimenta sólidos afectos que en la llamarada que prende la casa y dinamita estructuras dejando solo una densa humareda y un solar vacío.

Enamorarse ese intento tantas veces fallido de creer que el mundo tiene alas y que vuela contigo.