Diosa de Fenicia la Bella, con sus andamios de gladiolos, salvajes y estrechas calles, sublimes calles. Por donde en un aliento solo decimos tu nombre Astarté y en un suspiro mismo pensamos Astarot y recitamos a la deidad dominico-hindi Rajesh Ufi: Hoy es viernes y se bebe… Tomorro Saturday también se bebeeeeeee. Pero maldita sea mi boca, inmunda sea mi tinta, sí, yo, que no soy digna de escribirte ni una mediaisla en donde posar planta del pie. ¿Quién te invocó desde Santo Domingo, Astarté? ¿Con qué forro se atrevió un poeta a escribir sobre vos? Escribir de ti está tan cabrón que García Cartagena hasta tuvo que cambiarse el nombre. Jodió tanto este escritor en pretender ser otro, en experimentar con sus personajes que era otro, que terminó siendo otro. Para ello tuvo que escribir bien, sí, pero tuvo que crear o hilvanar un mapa divino, en donde lo práctico se subyuga a lo metafórico. ¿Quién es escribe este libro? ¿García Cartagena o Manuel? ¿Existe Manuel… GC Manuel? Tiene un libro, ergo, existe. Pues si existe, sabiendo usté y yo que por más juego que hay de por medio, el autor es García Cartagena, entonces es válido que se le inventen miles de bio-bibliografías posibles a este ser creado desde el todo y la nada, que es el diálogo que el autor busca proponer con formalidad en los poemas del cuaderno El pubis de Astarté.
Ustedes no me han preguntado pero no importa, se los digo, porque lo importante es la pregunta y no la respuesta. ¿Es García Cartagena un autor escurridizo? A mí se me escapa de las manos. Cuando creo haberle cogido la pista, me sale con otra cosa y me desconcierta. Se los digo con conocimiento de causa porque cuando lo conocí, o sea, cuando conocí su escritura, no como Sarah conoció a Abraham, sino cuando pude al fin tenerlo entre mis manos, pues fue mediante unos ensayos audaces en donde dice que Aída Cartagena Portalatín de día era un tipo de escritora y de noche era un animal totalmente diferente. Planteó la escritura de esta intelectual dominicana en parámetros lunares y solares, intuyó formas sobre ella que luego traté de emular en mi propia tesis. Sus ahondamientos en la obra de la autora fueron mi mapa hacia un pensamiento propio, hacia una elevación de la imagen que tenía sobre ella. Cuando iba a declararlo una eminencia del ensayo nacional, me doy cuenta que es un tremendo narrador, y caigo preso del tigueraje sutil que aplica a la realidad que le rodea, y cuando voy a disponerme esta mañana a escribir tremendo ensayo sobre su novela Bacá, me tira una curva y termino enredado de nuevo en la voz de su poesía. O sea, me envía a la poesía que es el recurso estético por excelencia de los que escribimos novelas. Pero, hablando de poesía, Astarté a ti regreso, me quito las medias, las máscaras, las pantalonetas, y limpia, que lo sé, a ti me entrego en una escritura bífida, en un pensar con palabras, en un gesto de amor aprobado. Hago, intento poesía, para dignarme a citar a un poeta. Dice Manuel: En cada campo, las lenguas cavan la tierra y perforan el olvido / Todo lo exhuman a grandes voces / A grandes dentelladas.
A dentelladas secas quisiera, oh Manuel, ser algo de Astarté. Como he dicho antes, recemos juntos, oremos alrededor del cuerpo de esta Diosa Dilatada en un montón de caracoles que le hacen coro. Para escribir de Astarté te comparto estos poemas escritos por Manuel, un monje ajusticiado por un trabucazo que le diera Anxonix Itagurren, el famoso guerrero de las Vascongadas durante la cuarta toma de Esukalerría. Bueno, pues este Manuel, este que tú y yo dizque conocemos, este Dominican-Doppler, escribe o traduce desde este presente sucio y enamorado del Polvo del Sahara. Dice el Monje Manuel, en su canto a la diosa fenicia: Una luna feroz parecía dar golpes en el techo del mundo: tanta belleza junta envenena sin duda los sueños de los seres.
Escribiré un ensayo sobre este libro. Utilizaré este libro para crear una teoría en donde explique que la narrativa empujó a un escritor a escribir poesía. Esto es lo contrario de lo que hace Aída, por ejemplo, en la tesis que expliqué y que dio resultado: el hecho de que un poeta construya un imaginario y estructura desde la propia poesía. Pero los buenos escritores siempre nos ofrecen grandes y jugosas oportunidades para abarcar sus obras. Es por esto que con lo escrito por García Cartagena, digamos, Bacá y Planes de ataque, uno podría decir que este díptico atiende al sujeto como lo doble, y juega con contra-reflejos, y estructuras sociales entre lo político, lo sensual, y lo mágico religioso. Bien. Después puedo concluir ese ensayo diciendo que la escritura de estas novelas, en su propuesta lúdica en cuanto a los acentos y el lenguaje, crean una escritura poética, una lírica prosaica, que no tiene otro remedio que salir en forma de El pubis de Astarté. De aquí pueden salir muchas cosas. Puede salir por ejemplo el hecho de que uno puede jugar con el papel que constituye la intertextualidad en la escritura de Manuel García Cartagena, tanto en lo práctico (los ensayos, sus ediciones, sus traducciones, etc), como en lo metafórico (¿cómo está la realidad en la ficción; y la ficción en la realidad?). Ideas, ideas nada más. Pero al menos son más que palabras, porque como se ha dicho, Astarté, rezar contigo, orarte a ti, es acercarse a la parte más húmeda de tu centro; a tu pubis voy, fenicia mía, como un muchacho campesino que atraviesa de un beso la riada. Y ya que hablamos del flamenco, y su influencia en las culturas vascas durante los tiempos del Plan Ibarretxe, voy a citar un poema del monje Manuel. Se intitula “Tauromaquia” y como he dicho se encuentra en este manual de ruta hacia Astarté, Abre la boca, Toro, y suelta tus viejas vidas. Despójate de tus ropas y salta al vacío del ser. Bailarás en las azoteas a la luz de los ojos muertos; saltarás sobre cada día con tu aire de ánfora rota.
Se pueden hacer muchas cosas con este libro del monje Manuel. Se puede hacer un buen cortometraje o un montaje teatral. O también te puedes echar a mi lado una tarde domingo que, como dice Fernando Villalona, es donde se fragua el carácter… te puedes tumbar a mi lado, como te digo, y leerte estos poemas, y dejarme llegar al pubis. Allí retozaré, dilatado en tu abadía, como hace todo buen monje ante la palabra, las diosas y la sofía.