“Tienes derecho a expresar libremente todo aquello que te esté permitido decir”-Roger Wolfe. Poeta, narrador y ensayista inglés.

 

Quien tenga la osadía de revelar al mundo ciertas verdades, especialmente y sobre todo si tocan los intereses de los círculos económicos y militares dominantes del mundo actual, puede considerarse muerto o caminando firme hacia los umbrales de una especie de suplicio medieval brutal.

Es el caso de una minoría de periodistas que se atreven a incursionar con valentía e ingenio analítico al terrible mundo de los hechos ocultos de las potencias occidentales. Es el destino de los que escudriñan detrás del telón de la comedia mundial o de los teatros políticos nacionales.

De los que señalan quiénes son en realidad los que articulan en las sombras protectoras de las informaciones clasificadas espantosas componendas, sentencias de muerte, crímenes de personalidades incómodamente incisivas y aguerridas, exterminios genocidas, fecundos negocios cimentados en sangre y fuego griego medieval, reparticiones de territorios y recursos.

Ellos, esos pocos, saben que en los inicios de sus hazañas periodísticas están muertos en vida, desterrados del mundo de “los buenos”, localizados y vigilados por satélites, arrinconados como ratas y desprestigiados con historias infames cuidadosa y pacientemente hilvanadas por los héroes de los valores democráticos.

Julian Assange. La jueza inglesa Vanessa Baraitser no quiso extraditarlo para mantenerlo vivo, pero en suplicio. Tampoco le interesó proclamar la independencia de la justicia inglesa y con ella la de todo el viejo continente europeo ordenando su regreso al seno familiar del que lo han alejado cruelmente desde 2010 cuando comenzó a esconderse de sus tenaces persecutores.

Hoy, la sentencia de la honorable jueza Baraitser evita por el momento la extradición, pero al mismo tiempo, al dejarlo tras las rejas de una cárcel de máxima seguridad, condena a toda Europa como cómplice de un crimen global contra el ejercicio responsable de la libertad de expresión. Libertad ejercida en un terreno pantanoso por el que solo unos cuantos hombres de inusual valía se atreven a cruzar.

Londres exime de culpa y al mismo tiempo protege y apoya a los Estados Unidos, al verdadero autor intelectual de este crimen de encerramiento inhumano sobre el que penden amenazas circulares y terribles de muerte o de condena perpetua con confinamiento medieval.

El mismo que olvidó por conveniencia geopolítica el brutal asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi, sin contar cientos de otros abominables crímenes y cruentas guerras locales provechosos a sus intereses. Frente a ellos siempre ha sido autor en primera línea, cómplice o espectador apático.

El crimen que se le imputa a Julian Assange es haber sacado a la luz pública ciertos comportamientos criminales, amorales e indecentes de los Estados Unidos. Haber develado ciertos secretos de la República Imperial contenidos en archivos secretos originales, fue todo su crimen.

El padre de las libertades globales, el tutor de la democracia a escala universal, el defensor de las grandes virtudes de sus fundadores, la nación esencia de los sistemas democráticos, se ha ensañado de una forma terrible contra un hombre cuyo único imperdonable delito fue desvelar crímenes innecesarios pero convenientes, comportamientos genocidas y desvergüenzas políticas mayúsculas. 

¿Por qué la jueza Baraitser negó la extradición del malvado Assange? Porque parece tener la convicción de que nadie garantizaría en territorio norteamericano los derechos humanos del periodista. Porque es tan temible el trato de los derechos humanos en la democracia americana, que debemos suponer que ella no tiene dudas de que Assange preferiría procurarse la muerte antes de tomar el avión que lo conduzca a tan inefable destino.

Transcurridas algunas horas luego de conocida la prodigiosa decisión de la honorable jueza, la fiscalía británica anuncia que la recurrirá. Se descubre así algo que ya sabíamos: ¡las decisiones en Europa están vergonzosamente atadas a los dictámenes de Washington! Es como si dijéramos que en Occidente existe una única dinámica judicial cuyos hilos decisorios están en manos del Uncle Sam.

¿Cómo perdonar el develamiento público de los sanguinarios entretenimientos guerreros en Irak y Afganistán? Pero lo del Cablegate rebosó la copa. Más de 700 mil documentos diplomáticos dejaron al descubierto los comportamientos inmorales, interventores y delictivos de los Estados Unidos.

Todos esos hechos solo la podían ser conocidos por el reducido círculo del gran poder estadounidense. La transparencia y la teoría del gobierno democrático-no se admite otro linaje-resultaron ser puras frases huecas a una escala verdaderamente global.

La reacción imperial no se hizo esperar y se inició una feroz persecución de Assange.

Lo primero era convertir toda esa valiosa información en basura residual y lo lograron presionando a los principales medios de comunicación del mundo; lo segundo, desprestigiar, mancillar, ensuciar y descartar ante los ojos de todos al responsable del gran escape de símbolos con grandes significados, y también lo lograron.

Para nosotros, los que miramos al mundo con cierto ojo crítico desde esta hermosa y anárquica islita, Assange merece un movimiento mundial de solidaridad, contundente, robusto, global y multirracial (expresarse libremente y denunciar la corrupción más inicua no es prerrogativa de un color ni de tipo racial alguno). De alguna forma debemos detener su martirio y darle la razón, que es la de todos.

Vale la pena hacerlo, a pesar del duro y realista planteamiento que hace el columnista de RT Luis Gonzalo Segura: “…en cualquier caso, Julian Assange ya está muerto porque aun ganando, y no será fácil, perdió, pierde y perderá. Ha perdido diez años de su vida, que serán muchos más; ha perdido su prestigio entre informaciones denigrantes de grandes medios de comunicación que se han comportado como medios sensacionalistas de tres al cuarto; y, sobre todo, ha perdido su futuro”.