Determinar cuánto impuestos se deben pagar como ciudadano común es un asunto terrenal no divino, pues a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. En este caso viene la pregunta del poeta Vladimiro Maiakovski. ¿Y los que son como yo? ¿Los humildes, los del monto salidos, “Los héroe sin nombre”, del poeta Federico Bermúdez?
Maiakovski era un poeta futurista y como tal en cierto modo un profeta, el “Poeta de la Revolución”, que escribió para muchos comunistas el poema más grande dedicado a Lenin. En su “Oda a la Revolución” escribió sobre ella sus dudas, aunque era su mayor defensor dijo: “¿Cómo devendrá con el tiempo, será recia arquitectura constructiva, o simplemente un monto de ruinas?” Maiakovski no esperó la respuesta y el 14 de abril de 1930 se suicidó con un disparo en el corazón.
Los poetas fueron los primeros en notar ausencia de la libertad en la Unión Soviética como se nota la falta de oxígeno, y también se suicidó Esenin, que fue marido de una mujer muy libre y de vida trágica como Isadora Duncan, como Maiakovski fue amante de Lilia Brick. Entre los narradores soviéticos no hubo suicidios basado en dudas proféticas, pero cuando no escaparon murieron de angustias, purgas y procesos de torturas en el que los comisarios podían hacer confesar a cualquiera de que era culpable de escribir “Crimen y Castigo”.
Maiakovski en su poema “¡A todos!”, escrito como nota previa al suicidio, sólo pidió con respecto a su familia que si el Camarada gobierno se ocupaba “de asegurarles una existencia decente, gracias”. Tal cosa no es mucho pedir.
Una sociedad cuyas instituciones humillan a sus integrantes haciéndolos pasar días enteros para lograr el trámite de un documento…no es una sociedad civilizada, pero tampoco es decente
Cuando Lenin visitaba una escuela y vio a sus alumnos leyendo en un aula preguntó: ¿Qué leen? Estos respondieron: ¡A Maiakovski! El líder bolchevique anotó que le gustaba más Pushkin, un poeta innovador en la tradición rusa descendiente de la aristocracia. A los gobiernos que centralizan el poder por más progreso que dicen traer tienen problemas con los hombres que dudan, y los gobiernos revolucionarios más.
Una existencia decente necesita una sociedad decente, que según Avishai Margalit, para Sidney Morgenbesse, que promovió la intención de negarse a pagar los impuestos en protesta por la guerra de Vietnam, la existencia de una sociedad decente era más importante que la de una sociedad justa. El mismo Margalit después del enunciado de Morgenbesse de la necesidad de una sociedad decente antes que una sociedad justa buscó como definir esa sociedad decente.
Una sociedad decente, según Margalit, "es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas", y la diferencia de una sociedad civilizada, "es aquella donde sus miembros no se humillan unos a otros". Hay sociedades civilizadas que no son decentes, pero hay sociedades como la nuestra que no son decentes ni civilizadas.
Una sociedad cuyas instituciones humillan a sus integrantes haciéndolos pasar días enteros para lograr el trámite de un documento, que llama a un ciudadano para en un proceso kafkiano que incluye horas largas de espera indicarle el error de no señalar al modo de la Administración Tributaria su actividad empresarial quedando imposibilitado de realizar las operaciones del negocio por designio inmediato de un burócrata, donde las instituciones no dejan espacios para el paso del peatón y permiten que gentes con vehículos humillen a los otros estacionándose en las aceras sin dejarles espacios o donde legisladores sólo hacen leyes para sí otorgándose exoneraciones o atribuyéndose el porte y tenencia de armas de fuego mientras se las prohíben a los demás, no es una sociedad civilizada, pero tampoco es decente.