Antes de que entremos en ese frenesí de búsqueda y celebración en que los criollos nos sumergimos en vísperas de Navidad y Año Nuevo, es oportuno repasar el impresionante cambio que nos deja 2017, que a su vez proyecta un cambio del rumbo a que ha sido llevado el país en los últimos años.
La gran noticia del año fue el desplome de la popularidad del presidente Danilo Medina, al extremo de que del casi 62% que le registró la JCE en las elecciones del año pasado, hoy Luis Abinader lo aventaja por 8 puntos porcentuales, 29-21% de la preferencia electoral, según la última encuesta Gallup-Hoy.
La caída del apoyo político a Medina queda confirmada en el descenso de la aceptación de su gobierno, situada hasta por encima del 80%, hace algo más de un año, y reducida ahora a un 51%, siempre según esa encuesta, porque sé de otras que informan de un desplome mayor, en ambos casos.
Ese descendimiento se produjo a pesar de que nunca antes un gobierno había tenido tanto control e influencia sobre el país, incluyendo a los directivos del empresariado, a la mayor parte de la prensa, tiene silenciadas a las cúpulas religiosas, maneja a su antojo a casi todos los gremios profesionales y sindicales.
Y pese a que nunca antes administración alguna manejó tanto dinero por concepto de endeudamiento y del cobro de impuestos, como del que ha dispuesto Medina, quien usa el presupuesto nacional para mantener una enorme clientela política y gasta sumas de fábula en una nublazón propagandística y publicitaria para tratar de lavarle el cerebro al pueblo.
He escrito que la estafa Odebrecht y compartes por más de 300 millones de dólares (unos 15 mil millones de pesos), entre sobornos y ganancias ilícitas, acarreó como primer daño colateral el cierre de cualquier posibilidad de que el presidente Danilo Medina continúe un día más en el poder luego del 16 de agosto de 2020, lo que además establecen el artículo 124 y la Vigésima disposición transitoria de la Constitución.
Pese a esos datos de la realidad, de manera imprudente gente del gobiernismo sigue enviando señales continuistas, usando a leguleyos y mercenarios mediáticos que bailan como el mono, al son de la plata, forzando el mingo de las primarias “abiertas” en lo que aparenta el propósito de desguañangar el sistema de partidos políticos con fines inconfesables.
Ojala que aterrizando en la dimensión del cambio evidente el Presidente contenga ya la costosa campaña de endiosamiento a su persona, que corte de manera inequívoca y terminante el laborantismo continuista y se enderece el entuerto que es el manejo politiquero del expediente Odebrecht.
Dadas las aspiraciones de cambio que refleja la población, la insistencia del continuismo con la presión de las primarias abiertas y lo que ellas significarían podría acarrear crispaciones y conflictos que ni el pueblo ni la economía y el empresariado necesitan.