Espero que al leer estas líneas, en esta provincia de la frontera suroeste hayan cesado la rabia y las escenas violentas de las últimas horas como resultado del asesinato reciente de una pareja en su propia finca del paraje Sitio Quemado de la sección Las Mercedes por parte de varios hombres de nacionalidad haitiana. http://elboletinrd.com/mujer-herida-haitianos-pedernales-muere-21-dias-despues-esposo/.

Reprochable la muerte a machetazos de  Julio Reyes Pérez, 66 años, y Neida Urbáez, de 53. Los autores del crimen deben ser condenados a la pena máxima. Y, para ello, las autoridades haitianas han de mostrarse diligentes con la entrega de dos de los tres autores, puesto que –según versiones– han cruzado la frontera en busca de impunidad.

Con ese y otros casos similares, la Justicia ha de escogerse como el camino a recorrer; nunca la ira ni las agresiones colectivas en nombre de la patria. Porque la patria no manda a nadie a linchar personas. Menos si se trata de seres humanos que nada tienen que ver con el hecho. Mucho menos ordena recorrer el pueblo en una “guagua anunciadora”, emplazando a cientos de haitianos a salir de la provincia en 24 horas.

La indignación en Pedernales resulta monumental; también la desidia eterna sobre el desorden migratorio por parte de las autoridades locales, provinciales y nacionales.

Pero eso no es justificación suficiente para  acciones irracionales que provocarían consecuencias funestas para el presente y futuro de la provincia, en especial para una mayoría que, por falta de dinero, no puede alzar vuelo.

Solo citemos tres posibilidades:

-Que el clima de agitación actual, abonado por opinantes mediáticos locales y nacionales, irresponsables en grado sumo, provoque un “efecto contagio” y avance hacia una cadena de muertes de haitianos y dominicanos. ¿Cómo detenerla?

-Que se produzca una ruptura entre dominicanos de Pedernales y haitianos de Anse –a—Pitre. ¿De qué viven unos y otros?

-Que el pueblo pierda su atractivo de pacífico y acogedor para ganarse el indeseable mote de xenófobo y racista.

Si algún plus puede exhibir hasta ahora un Pedernales que aspira a salir de la pobreza con base en el desarrollo turístico, es su paz y su espíritu acogedor, pese a que, por los siglos de los siglos, ha sido atropellado por el Estado. Como pocos, es un pueblo alegre, envidiable. Tal vez no nos enteramos.

Si pierde esas virtudes, entonces que se olvide de turistas nacionales y extranjeros. La tendencia global es el rechazo al racismo y la xenofobia. Ni siquiera le luce al imperio estadounidense, multirracial, pero preñado de tales vicios. Vicios que pretende tapar poniéndole la lupa a los pequeños.

Muchos turistas no gustan de viajar a pueblos que tengan la etiqueta de odio al extranjero y de considerar la superioridad de algunas razas.

Cierto que resulta preocupante la profusión de haitianos indocumentados en cada rincón de los poco más de 2 mil kilómetros cuadrados del territorio pedernalense.

La falta de controles migratorios se presta para que se cuelen criminales de todo tipo entre miles que pasan la frontera solo con el interés de mejorar sus condiciones de vida con base en el trabajo honesto. Mientras, el caos institucional que sufre Haití hace que sea una ficción la lucha conjunta para detener el crimen callejero e internacional. Allí se incuba de todo lo malo.

El Gobierno debe actuar sin dilación para corregir ese desorden; mas, no nos hagamos los suecos. Digamos de una vez que será una tarea ciclópea porque no basta con solo sacar haitianos de Pedernales o de cualquier otro sitio, como gritan ahora los emotivos. Hay un soberbio negocio montado, y con muchos “accionistas” allá y aquí. Como si fuera poco, hay un agitar mediático de pasiones por parte de políticos sin oficio, incluidos legisladores, que no hallan otra manera de ocultar la esterilidad de sus gestiones, y no miden las consecuencias sociales de sus discursos violentos.

Hablemos más claro: muchos de los pronosticadores de “invasión haitiana”; muchos de esos Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella, Francisco Sánchez del Rosario y Gregorio Luperón, en realidad, han hecho fortuna, más con los negocios ilícitos a través de la frontera que con el “trabajo”.

Son verdaderos hipócritas que, cuando suenen los tiros y rechinen los machetes, mirarán las bajas de los “hijos de Machepa” desde los balcones de sus viviendas de lujo, o a través de la televisión o las redes sociales, si no vacacionan en Los Ángeles, Tokio, Londres o París.

Corro el riesgo y, a contracorriente, le advierto a mi pueblo, por su bien: ¡Así no, Pedernales!