Este es el título de la novela del escritor español Javier Marías, que acabo de finalizar. El titulo me pareció mas que sugestivo, pero no había encontrado su utilidad y significado más apremiante, hasta que leí en la prensa dominicana el horrible caso del asesinato de la joven Anneris Peña Pérez, por el presunto perpetrador Henry Daniel Lorenzo Ortiz.
Antes de presentar mis argumentos, quiero advertirle al/la lector/a que aunque tengo mis principios éticos y morales muy claros, no me considero una moralista en el sentido ortodoxo del término. Esto lo digo porque, como socióloga, entiendo muy bien la realidad socio-económica que experimenta más de la mitad de la población de nuestro país. Esta realidad se expresa en la falta de empleo digno y consistente, que afecta especialmente a nuestra juventud, tanto la proveniente de clase media, como a la perteneciente a los sectores de bajos ingresos, y en mayor medida a aquellos que han tenido que abandonar la escuela por múltiples razones, sin finalizar una carrera que supuestamente les permitiría insertarse en el Mercado laboral formal.
Como lo confirman diversos estudios realizados dentro y fuera del país, la economía informal en República Dominicana supera el 60% de la economía nacional. Dentro de esa economía informal, la ilícita, ciertamente menos estudiada, ha ido floreciendo a medida que escasean las fuentes de recursos también en el sector informal. Esta economía ilícita se ha ido diversificando con la venta de drogas al menudeo, la venta de artículos robados, la venta de servicios ilícitos como son las conexiones irregulares a los sistemas eléctricos o de acueductos.
Estas son verdades de Perogrullo, difícilmente desconocidas por la mayoría de mis compatriotas. Sin embargo, lo verdaderamente critico de este desarrollo que experimenta nuestro país desde hace décadas, es que esa economía informal, y la ilícita, han pasado a ser parte integral de nuestro sistema económico. Podría decirse que son la parte aparentemente irracional de un sistema racionalmente estructurado. Esta sub-economía ha sido la alternativa para un gran sector de la población para la cual el Estado dominicano, y nuestro modelo de desarrollo económico han dejado desprovistos de alternativas.
La ventana de oportunidades criminógenas que abrió la permisividad de la joven víctima Anneris, y sin dudas la de los dueños del negocio en el que ella era empleada, y como tal, seguía instrucciones, posibilito un intercambio que permitió que así empezara lo malo. La naturalización del hecho se refleja en la frase del propietario, “Ahí fue el error, porque cuando el tipo venía y vendía su chin de oro, ella se iba por el callejón y buscaba dinero. Entonces parece que él vio eso varias veces, el cuartico encerradito” la culpa ha sido entonces transferida al “cuartico”. Ahora “Lo peor quedo atrás”, esto es, la perdida de una vida valiosa, de una joven que por seguro tenía más aspiraciones que gastar su vida detrás de una vitrina de joyas que nunca adornarían su cuello; una familia destrozada por la pérdida irreparable de su hija, hermana, nieta, sobrina. El Estado puesto en entredicho, evidenciado en su pírrica y negligente presencia, y en su papel incumplido de proveedor social y de garante de la seguridad, y por supuesto, la ambición, la ignorancia y la falta de humanidad de quien cometiera el crimen, constituyen todo, parte de lo peor, que ha quedado atrás del suceso fatídico.
Ya nada podrá hacerse para que Anneris vuelva a la vida, a caminar por El Conde peatonal y quizás pararse en la vitrina de la tienda, en la esquina de su local de trabajo, para embelesarse en el vestido rojo con el que alguna vez esperaría engalanar su figura. En pocos meses, Anneris será apenas un recuerdo en la memoria de los que se escandalizaron de lo malo, y pasaron inmediatamente a pensar en su propia seguridad. Sin embargo, hay mucho que aprender en esta tragedia.
Nuestra sociedad está cambiando, como lo hacen todas las sociedades del mundo, en zigzag, no necesariamente hacia atrás o hacia adelante. Los valores cambian, o al menos se ajustan a las circunstancias y el contexto histórico, pero también los modifican. Como sociedad, tenemos la capacidad de ir escogiendo donde comienza lo malo, para logra esta vez en el buen sentido, que lo peor quede atrás.