Leo y releo las declaraciones hechas por un senador en Santiago acerca de la necesidad de una Asamblea Constituyente y no puedo evitar recordar que muchas veces he defendidoel argumento de que si los cambios constitucionales (o su negación) no son el resultado y solución de una crisis política, la provocan.

El senador pone el tema en el corazón de la democracia al decir que “(se) requiere algún grado de ruptura institucional para que mande la mayoría”.

No es frecuente poder citar a un senador esgrimiendo tales argumentos y da gusto que esta verdadera clase magistral de democracia provenga de un integrante de una de las más importantes instituciones del Estado.

La actividad legislativa es abundante en noticias que la prensa recoge acerca del certero diagnóstico del legislador (de izquierda) cuando expone que“… no existe consenso constitucional y no existe, en particular, por estas tres áreas: recursos naturales, calidad de los servicios públicos, la concentración que genera el modelo económico. Y esto se resuelve modificando el sistema político de representación, por uno donde mande la mayoría.”. Aunque no lo cita, el senador adivina que hay un país en el mundo en el que el partido más votado en los dos últimos procesos electorales no tiene ni un solo senador.

Cuestionado sobre las formas que debe asumir el camino a la “ruptura institucional” el senador sigue demostrando una apertura que sorprende y parece desmentir hasta algunos manuales de ciencia política: “En ese sentido, todo lo que empuje a generar conciencia: plebiscito, reforma constitucional o la cuarta urna… todas estas iniciativas apuntan a resolver el problema para que mande la mayoría. Que los ciudadanos sean consultados y, por tanto, lo que hay que hacer es apoyar todas estas iniciativas.”

Es claro que cuando alguien se expresa de manera tan democrática, que pone el tema de la representación por encima de la institución (“… por qué salen a la calle los estudiantes? porque las instituciones no son capaces de asumir, procesar y encausar sus demandas”), tiene que responder por otras experiencias y comienza haciéndolo así: “… tenemos una actitud de superioridad bastante vergonzosa, cuando se compara con la realidad de Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela, Colombia… Todos países con diferentes signos políticos en su momento y todos han tenido asamblea constituyente.”

Luego de mencionar que esos países tras la celebración de Asambleas Constituyentes han seguido avanzando, afirma: “Las elites siempre le han tenido miedo a las mayorías, que en nuestro país —a mi juicio— son tremendamente enriquecedoras del debate público.”

Asumir tales posiciones que superan la crítica y la autocrítica implícitas, es  recuperar la política en una de sus más importantes dimensiones: la de ser constructora de futuro.  Pero sirve además para empezar a  abandonar la tan frecuente actitud de algunos intelectuales y políticos que como los músicos de la orquesta del Titanic no cesaban de tocar mientras el gigante de los mares iba irremediablemente camino del fondo del océano.

“Los países pueden vivir sin consenso constitucional, pero cuando estalla, las consecuencias son mayores”,sentencia el senador en Santiago.

Queda entonces como tarea, como obligación ética y política “buscar un momento de quiebre institucional”.  Y –me pregunto- ¿por qué no construirlo para potenciar sus aspectos positivos y democratizadores y para reducir el riesgo de situaciones incontrolables?

Si las instituciones están demostrando incapacidad para procesar la demanda social (hay un país en el mundo con un promedio de una protesta social al día en un año), nada mejor que ponerse adelante.

Desde lejos, no puedo más que alegrarme por el surgimiento en el mismo Senado de la República de la opinión de un senador como Juan Pablo Letelier (PS – VI Región), convencido de que es posible mejorar los sistemas políticos, mejorando la democracia.