Arturo Pérez-Reverte (o mejor dicho, Alejandro D’Artagnan Perez-Reverte), me devolvió la infancia con sus novelas de capa y espada y de espadachines sin capa (“El capitán Alatriste”, “El húsar”, “El maestro de esgrima”…), pero sobre todo por su admiración por Alejandro Dumas, a quien rinde tributo en una de sus mejores novelas (“El club Dumas”) y en escritos como “Fatalidad y “Cuatro héroes cansados” (incluidos en su “Obra breve 1”).
El primero describe un “regreso” literario al castillo de If, donde el Edmundo Dantés que sería conde de Montecristo estuvo injustamente preso unos veinte años, enterrado en vida, más bien. A juicio de Pérez-Reverte, un juicio que comparto, “La grandeza de ‘El conde de Montecristo’ reside en que su venganza, la única justicia posible en aquel y en este mundo de tahúres y sinvergüenzas, también es la nuestra”.
“Cuatro héroes cansados” es una apología de la trilogía que recoge las venturas y desventuras de “Los tres mosqueteros” y que a muchos parecerá cursi y sentimental y a mi no me importa que lo sea.
Pérez-Reverte, al estilo de Alejandro Dumas, escribe novelas de folletín, pero es también un académico de la lengua. El mas mal hablado, según se dice, de los académicos que luchan por la pureza de la lengua. (Sí, habla y escribe a menudo en “lengua vulgar”, y no me refiero a “lengua derivada del latín”). Escribe también libros sobre la condición humana como “Territorio comanche” y “El pintor de batallas”, y también artículos de opinión. Los juicios filosóficos históricos y literarios de este crítico implacable del mal llamado homo sapiens distan mucho de ser triviales, superficiales.
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Hubo una época, la más larga de la historia, en la que no había luz eléctrica, ni radio, ni televisión, ni cine, ni computadoras y mucho menos alienantes, estupidizantes videosjuegos.
La lectura era una de las diversiones favoritas, si así se le puede llamar a una adicción (una saludable adicción). La lectura, en efecto puede llegar a ser, en el mejor de los sentidos, un hábito tan terrible que se convierte en vicio y transforma, a cierta gente, en quijotes. Pero la falta de un entrenamiento sistemático para adquirir este hábito produce muchas veces analfabetos funcionales (“la incapacidad de comprender, de leer o escribir frases sencillas en cualquier idioma”), como muchos de los estudiantes que ingresan a la universidad.
Jostin Gaarder, el autor de “El mundo de Sofía”, dice que el sentido de la filosofía, de la cultura y el conocimiento en general, que se adquiere a través de la lectura, no es algo abstracto, inaprensible, tiene una finalidad práctica que se identifica con la existencia misma y marca la diferencia entre vivir y vivir intensamente.
Se puede vivir una vida, vegetar, “flotar en el vacío” como “un mono desnudo”, o se pueden vivir muchas vidas estudiando, leyendo, adquiriendo conocimientos, vivencias que se incorporan a nuestra biografía con la calidad de lo intensamente vivido.
Uno no vuelve a ser el mismo después de conocer un poco de historia, filosofía, ciencia, literatura, después de leer y familiarizarse con el Quijote y Sancho, con el coronel Buendía de “Cien años de soledad” y la inolvidable Úrsula Iguarán. Por eso Pérez-Reverte no puede desprenderse de los personajes de “Los tres mosqueteros” y habla de d’Artagnan como el más entrañable amigo. La literatura, como la vida, sirve para vivirse, y las venturas y desventuras de los personajes de la historia y la literatura forman parte de la gran aventura de la existencia.
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Algo que me llama la atención, y con lo que no estoy de acuerdo, es el juicio despectivo de Pérez-Reverte sobre los personajes de Julio Verne, otro escritor que venero, otro escritor de culto que todavía conserva su vigencia, uno de los más leídos del mundo. Sus personajes más “fríos y sin alma”, envarados y pomposos son los ingleses, a quienes Pérez-Reverte seguramente detesta como buen español (y Julio Verne como buen francés). De igual manera detesta a Napoleón, al petit caporal que suele llamar petit cabrón. Detesta, en general, a todos los hombres y personajes que no se rigen por un código de honor, por eso es tan indulgente con los tres mosqueteros y con su capitán Alatriste, que es un matatriste, un matarife.
Pérez-Reverte es también un héroe cansado, desilusionado, que tomó parte durante veinte o más años como corresponsal de guerra en las peores guerras de fines del pasado siglo y sabe a que atenerse en cuanto a la naturaleza del ser humano. El no diría, como el personaje de Camus en “La peste, “que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”. En “El pintor de batallas” se declara muy explícitamente a favor de la desaparición del parásito humano de la faz del planeta…, algo que también comparto.
Por eso valora tanto a esos personajes de Dumas, “cuatro antiguos mosqueteros (que) jamás perderán de vista un límite ético, un vínculo moral indisoluble que justifica cualquiera de sus actos y mantiene a salvo su honor y dignidad: la fidelidad a sus amigos, la solidaridad generosa…”
Por eso se despide, en el párrafo final, de esos seres excepcionales, rebosantes de humanidad, con “una sospechosa humedad en los ojos”, y creo algunos lectores también lo harán. (http://arturoperez-reverte. blogspot.com/search/label/ 1993-02%20H%C3%A9roes% 20cansados).