Hace unos días almorcé con el grupo de jóvenes ganadores del concurso “Hale y Empuje” con el que precedimos el lanzamiento de la red de prácticas laborales “De Par En Par”. Luis Alberto, Patricia, Cristopher e Isaac son estudiantes de último año de secundaria de la modalidad de artes y cada uno de ellos produjo una pieza artística en la que comunicaban su propia interpretación de la relación entre los jóvenes estudiantes y el ambiente laboral.
Luis Alberto es de Bayaguana y dibujó un brazo enorme y musculoso, plantado sobre la tierra como un árbol, sujetando un diploma. A su lado, un leñador hacha en mano que, a pesar de parecer diminuto al lado del robusto tronco, prospera en el ejercicio de talarlo. Tituló su obra: “Un diploma sin honor” y con ella denunció el vano esfuerzo educativo que supone graduar a personas para las que luego no hay oportunidades laborales.
Patricia es de Villa Juana, Santo Domingo; su propuesta “Esclavos de lo cotidiano” transmite, a través de varias imágenes, la frustración que generan los espacios laborales en los que la jornada reproduce una y otra vez rutinas deshumanizantes y donde desincentivar la creatividad se convierte en la norma.
Cristopher es de Verón y dibujó a un joven que cuelga de una estrella, al tiempo que recoge sus pies para no ser alcanzado por manos que, con etiquetas de “miedo”, “discriminación” e “individualismo”, entre otras, se extienden tratando de alcanzarlo para bajarlo del cielo.
Isaac es de Santo Domingo Este. Es estudiante y también emprendedor desde hace tres años. Isaac tituló su ilustración “Resiliencia”: entre muchos cascos sin color y sin rostros, hay uno que destaca y extiende su brazo para mostrar su CV.
Aunque disimiles entre sí, sus ilustraciones tienen en común un reflejo de la incertidumbre ante un paso fundamental para todo ser humano de la vida de estudiante a empleado. Me atrevo a pensar, por todos los indicadores de desempleo en los jóvenes y la mecanización de los puestos de trabajo, que esta ansiedad ha ido en aumento. Y a pesar de esto, Luis Alberto, Patricia, Cristopher e Isaac se presentaron a nuestro almuerzo de celebración vestidos con el orgullo de su espíritu auténtico. A mí, esos cuatro rostros que aún sonríen como niños, me dieron la sensación de estar en frente de cuatro banderas recién cosidas.
La pandemia los llevó a vivir un cierre de proceso escolar muy diferente al que habían planificado; pero, a pesar de ello, no se les ha estrujado el entusiasmo y cada uno es capaz de dibujar el futuro en que verán realizarse sus sueños.
Los protagonistas de nuestro almuerzo -y de este artículo- tuvieron el privilegio de un programa escolar que les ofrece todo el currículo de la secundaria y, en adición, un componente de estudios en artes. Este doble currículo les provee herramientas adicionales para su desarrollo cognitivo. Además, los entrena en habilidades como el estar presentes, que es una de las condiciones que contribuyen a experimentar sentimientos de felicidad y de plenitud, los ayuda a fortalecer la autoestima, virtud del que valora en su justa medida la diversidad, y los equipa para organizar lo que piensan y sienten, expresar mejor sus emociones y producir con ellas experiencias para otras personas.
Actualmente, aproximadamente solo un 2% de los estudiantes de secundaria tienen la oportunidad de recibir el programa de la modalidad en artes y esta baja cobertura es un reflejo de lo poco que hemos reflexionado acerca del impacto que en el bienestar de las personas y en nuestra economía puede tener reproducir, en muchos más de nuestros jóvenes, la luz con que brillan los ojos de Luis Alberto, Patricia, Cristopher e Isaac.
Te invito a continuar leyendo la semana próxima, para que exploremos algunas aristas adicionales del tema que hoy me he atrevido a servirte.